_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Era esto la izquierda?

Celebré el giro municipal gallego cantando, puño en alto, el himno de la vieja URSS con Siniestro Total y Antón Reixa en los Jardines Méndez Núñez de A Coruña. El grupo de Julián Hernández cumple 25 años y a los rockeros les gusta soplar velas. La URSS se extinguió hace muchos años y, ahora que buscamos letra al del Estado español, el coro soviético me parece tan hermoso como una medalla olímpica. Teresa Salgueiro, musa lisboeta que también andaba por allí, sonreía cuando oyó Galicia Caníbal, fai un sol de carallo. Hablamos el mismo idioma pero hay palabras inconfundibles que suenan distintas a uno y otro lado de la frontera. Himnos de un tiempo de energía punk que soplaba desde la ría de Vigo y cuyo vendaval de emociones no ha amainado todavía. Siempre sostengo que somos un astillero propicio para el rock, que estamos hermanados con Liverpool y Manchester y Dublín, aunque los gaiteiros se hayan llevado la mejor parte del banquete.

El caso es que la Galicia de ahora tiene mejor pinta que la de hace dos años. Tampoco para tirar foguetes, pero los indicadores del paciente son mejores. Me refiero no sólo a las cifras macroeconómicas sino también a ese desperazamiento del mundo rural, para muchos agónico, y la consolidación de una élite urbana y profesional en todas las ciudades mayores de 30.000 habitantes que conforman ya una masa crítica deseosa del cambio e impulsora de nuevas rutas empresariales. El cambio político está ahí y creo que es consecuencia más que nada, pese a muchos políticos, de ese ansia de entrar sin complejos culturales ni extrañas supersticiones y melancolías en la autovía del gran mundo. Cuando sepamos integrar el mundo rural en la posmodernidad se habrá resuelto gran parte del problema.

La arriesgada apuesta política del bipartito (tres es una orgía, como pasa en Cataluña) está resultando un matrimonio de conveniencia de esos que no da que hablar. Una pareja bastante silenciosa para reprocharle de momento líos de faldas o trasiegos de alcobas. El nacionalismo a ultranza de unos queda mediatizado por la alergia nacionalista de otros. Ustedes saben a lo que me refiero. Ahí en medio -con Paco Vázquez en el Vaticano para gloria de Dios y Fraga en el Senado- puede haber pacto para largo sin que tengamos que padecer ese "síndrome croata" que sacude como el demonio a los pueblos sin patria.

Castelao no fue para suerte nuestra Sabino Arana, sino un rianxeiro que supo leer con humor gráfico y filosófico el problema de la identidad y las miserias de la emigración. Rosalía de Castro, gran madre de nuestros lamentos, tampoco cumple la función de un José Martí en el santuario revolucionario. Su romanticismo es más del tipo Hölderlin o Heine o Emily Dickinson. Poesía romántica para inflamarnos de gozo cuando invocamos en la distancia las campanas de Bastavales. Los síntomas están ahí, la transición se ha operado, los grandes municipios están en manos de la izquierda y hay que frotarse los ojos para reconocer una nueva realidad tantas veces anunciada. ¿Era esto todo lo que nos habían prometido y que esperamos durante tantos años? ¿Es normal seguir viendo a Gayoso en la TVG y a Feijoo apagando el fuego de nuestros montes? ¿Echamos de menos a Beiras o estamos inmersos en la alarización de nuestro territorio? ¿Lograremos hacer algo interesante con la Cidade da Cultura o dejaremos pasar el tren?

Son preguntas retóricas cuya respuestas, como hizo Dylan, hay que encontrarlas en el viento que sopla porque no estamos todavía acostumbrados a un aterrizaje suave en medio de la nada. Más bien da la impresión de que un miedo al fracaso asalta a nuestros políticos -Touriño a la cabeza- y que hay cierto agarrotamiento muscular en el tejido administrativo. Es bueno que esta nueva bisexualidad del poder gallego asuma más riesgos en su vida de pareja. Reclamamos un mayor coraje para afrontar no sólo los cuatro años de gestión cubriendo el expediente, sino considerar que muchos ciudadanos no van a esperar en renovar la confianza a quienes se les pide coraje y un golpe de timón definitivo en la Galicia que se quiere poner en hora con el resto del mundo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_