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Columna
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El paso a nivel de Valga

Si todos los monfortinos sabemos bastante de trenes, de vías férreas y, especialmente, de pasos a nivel, mi vivencia está por encima de la media. Como nieto de un maquinista de la Renfe, mis conocimientos se remontan ya a la primera infancia, cuando mi abuelo me llevaba en su máquina, en dirección Lugo, Ourense o Ponferrada. Allí, a bordo, fui familiarizándome con la compleja terminología ferroviaria, entre la que de forma recurrente se citaba el paso a nivel. Se trataba de un concepto cuyo significado yo no comprendía con exactitud, debido a que no reparaba en el verdadero sentido de la expresión "a nivel", pero que indudablemente asociaba a la idea de peligro.

No obstante, en aquella sociedad agraria de mi niñez, el peligro que recuerdo era, empleando un término propio del Derecho penal, más bien abstracto, en la medida en que resultaba de todo punto inusual que la vida de alguna persona entrase en el concreto radio de la acción peligrosa que generaba el tren, con la única excepción de aquellos casos que los penalistas denominamos de autopuesta en peligro, esto es, aquellos en que la persona se aproximaba conscientemente a la vía con el fin de quitarse la vida.

Pero, con el progreso y el consiguiente crecimiento exponencial del parque automovilístico, pronto iba a descubrir la visión trágica del concepto. Todos los monfortinos de cierta edad recordamos un paso a nivel sin barreras de siniestro historial; y a mi familia política todavía hoy se le encoge el corazón, cuando rememora un desgarrador episodio en el que el vehículo ocupado por un matrimonio y su hija de corta edad fue destrozado por el tren. Posteriormente, fui enterándome de que el caso de Monforte no era único, porque los sucesos se expandían como una mancha de aceite por todo el territorio gallego, y, con la información que me proporcionaban algunos de mis mejores amigos de la infancia que entraron a trabajar en la Renfe, pude comprender además otros aspectos del fenómeno, incluida la perspectiva del propio maquinista, que acudía cada día al trabajo temeroso de convertirse en un mero instrumento ciego e involuntario de una terrible máquina infernal de muerte, ineluctablemente guiado por la imprudencia ajena o simplemente por la fatalidad del destino.

En el municipio en el que actualmente vivo existía hasta hace poco, a escasa distancia de mi casa, un paso a nivel de historial no menos siniestro que el de Monforte, y que dejó de cobrarse vidas cuando, con motivo de las obras del AVE, fue eliminado. Ahora le ha tocado a Valga, cuya tragedia (casualidades de la vida) he sentido también de cerca por razones familiares. Y así he podido añadir una ulterior y amarga perspectiva a mi experiencia: el relato de primera mano del sobrecogedor momento en que las dos hijas de los fallecidos reciben la noticia durante una clase en el Instituto en el que ambas cursan sus estudios.

Es posible que, tras la investigación judicial, llegue a demostrarse que la infracción del deber de cuidado que incumbía a alguna persona encargada de la supervisión del sistema de seguridad, en cuyo caso cabría imputarle tres homicidios por imprudencia, que serían constitutivos de delito, si la imprudencia se califica como grave, o de falta, si la imprudencia fuese leve, y que en todo caso llevarían aparejada una responsabilidad civil que permita indemnizar a los familiares de los fallecidos.

Pero la exigencia de esa posible responsabilidad penal no incide en el aspecto de la prevención en el sentido criminológico del término, o sea, en el de evitar que sucesos como el de Valga puedan volver a acontecer. Y aquí no hay sentencias ni reformas legales que valgan, y, como está sobradamente demostrado que los humanos erramos y los artilugios mecánicos también, la única solución admisible es borrar del acervo de conceptos ferroviarios el de paso a nivel, y sustituirlo por otros como el de paso elevado o paso subterráneo, que no sólo son más comprensibles lingüísticamente, sino que están desprovistos de la terrorífica semántica que aquel fue adquiriendo con la aparición de la sociedad del riesgo y la pervivencia de la secular incuria de los poderes públicos.

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