Caricaturas que no cicatrizan
Un foro de dibujantes debate el conflicto de las viñetas de Mahoma
Para el mundo musulmán está muy claro: Mahoma es el gran tabú. En Occidente, las líneas que separan lo publicable de lo censurable son mucho más delgadas. Es una de las conclusiones a las que llegaron ayer 12 de los más reconocidos dibujantes del mundo, reunidos por la ONU en el Museo del Cómic de Bruselas para conmemorar el Día Internacional de la Libertad de Expresión.
"Los árabes pusimos los muertos en las revueltas que se produjeron", dice el argelino Dilem
Hace casi año y medio, las caricaturas del Profeta impresas en un diario danés incendiaron las calles árabes de medio planeta dejando decenas de muertos. La herida no sólo no ha cicatrizado, sino que se ha hecho más profunda, y hoy muchos caricaturistas se lo piensan más de dos veces antes de dibujar una barba. Otros, como Plantu, el dibujante estrella del diario Le Monde, que ayer ejerció de maestro de ceremonias, tienen claro que "la prohibición de los imanes no va a coartar mi trabajo". Pero todos coinciden en que la publicación del busto del profeta coronado con una bomba a punto de explotar ha marcado un antes y un después entre los que satirizan la realidad política a diario.
"En Argelia me han dejado dibujar a Dios, pero no a Mahoma", explicó el dibujante argelino Dilem, perseguido por la justicia de su país y que presume de haber sido el primero en atreverse a retratar a un presidente de la República en activo. Cuando las caricaturas del rotativo danés Jyllands-Posten dieron la vuelta al mundo, Dilem se dio cuenta de que se avecinaban tiempos difíciles para la libertad de expresión y de que las revueltas de la calle árabe se convertirían en la excusa perfecta que algunos Gobiernos del mundo árabe aprovecharían para restringir libertades ya conquistadas. "Al día siguiente me puse a publicar caricaturas de barbudos
para demostrar a la gente de mi país que la cuestión danesa no nos iba a hacer ceder parcelas de libertad de expresión". Pero los esfuerzos de Dilem no han dado todos los frutos que al menos él esperaba.
"Hoy publicar algo en contra de los islamistas significa estar del lado judeocristiano en un mundo dominado por el choque de civilizaciones". "La cuestión danesa ha hecho que muchos profesionales se den cuenta de que su vida peligra. Al fin y al cabo, fuimos los árabes los que pusimos los muertos durante las revueltas", explica a este diario tras el debate.
Algo parecido piensa la conocida dibujante libanesa Rita Moukarzel, que se mueve por Beirut con guardaespaldas. "Las heridas de la crisis danesa siguen vivas. La gente en Beirut se tiró a las calles hace año y medio de forma incontrolada y el miedo a la guerra civil es permanente en mi país", dice Mourkarzel, educada en Occidente y fundadora hace una década del sindicato de diseñadores gráficos de Líbano. Una organización a la que el Gobierno libanés fijó enseguida los límites: la religión y la bandera, ni tocarlos.
El israelí Kichka coincidió en que en su país es posible dibujar a Haniya
[el primer ministro palestino] o a Nasralá , "pero después de lo de Dinamarca, nos dimos cuenta de que nadie en Israel se había atrevido a dibujar a Mahoma". Kichka considera que cada dibujante y los gobernantes son los que deben trazar las líneas rojas, porque, en su opinión, "los límites están entre nosotros y nuestra conciencia". El dibujante danés Lars-Ole Nejstgaard encontró los límites en su confesión. Declinó la invitación del Jyllands-Posten porque "para poderte burlar de Mahoma tienes que ser musulmán. Yo he pintado muchas imágenes satíricas de Jesucristo, pero lo puedo hacer porque es mi Dios", sostuvo. Pese a su decisión, defiende a los caricaturistas daneses que aceptaron el reto del periódico de mayor tirada de su país, porque "hay que defender la libertad de expresión". Aun así, cree que el contexto internacional obliga a plantearse dónde están los límites a esa libertad.
El lugar elegido por la ONU para celebrar el debate y presentar una colección de viñetas titulada Dibujando por la paz no pudo ser más acertado. El Museo del Cómic, instalado en un impresionante edificio modernista del arquitecto Víctor Horta, rinde homenaje a la capital del país que dio a luz a Tintín y a Spirou.
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