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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

María San Gil

Presidenta del PP en el País Vasco y diputada en el Parlamento de esa comunidad, María San Gil anunció ayer su retirada temporal de la política tras habérsele detectado un cáncer de mama.

Difícilmente habría pensado nunca en dedicarse a la política si no hubiera estado aquel 23 de enero de 1995 comiendo en el bar La Cepa, de San Sebastián, junto al concejal del PP Gregorio Ordóñez, de quien había sido secretaria y luego asesora. Un pistolero de ETA, Javier García Gaztelu, alias Txapote, le asesinó de un tiro en la cabeza. María San Gil salió corriendo tras el asesino, que resbaló y cayó al suelo antes de desaparecer por las calles de la parte vieja de la ciudad, según detalló ella en su declaración como testigo en el juicio celebrado en noviembre pasado.

Frente a la indiferencia con que el pistolero trataba de aliviar su miedo, la imagen de María San Gil ante el tribunal fue aquel día la de la dignidad. Poco después del asesinato de Ordóñez se afilió al PP, y 10 años después, en abril de 2005, fue candidata a lehendakari por ese partido.

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Su gesto de ayer es representativo del coraje que incluso las personas peor dispuestas le reconocen. Las disputas ideológicas, tan exageradas a veces sin motivo suficiente, especialmente entre partidos que en Euskadi comparten la amenaza terrorista, ceden ante la realidad inmediata de la enfermedad. Madre de dos niños, confesó hace años que su ideal de felicidad era verse paseando con ellos por el parque y sin escoltas.

El pronóstico médico es favorable, por lo que es muy probable que esta donostiarra de 42 años pueda en pocos meses reincorporarse a su actividad habitual. Dicho en las lenguas semíticas en que es licenciada por Salamanca: ojalá y amén.

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