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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Universos paralelos y mosquitos albinos

Marcos Ordóñez

1 Esta semana he visto dos estupendas lecciones de puesta en escena. La primera ha llenado casi cada noche el Espai Lliure: se trata de la versión catalana, traducida por Lluís Massanet y dirigida por Xicu Masó, de Tres versiones de la vida, la comedia que Yasmina Reza estrenó justo después del exitazo de Arte, y que podría definirse como un inesperado cruce entre el Ayckbourn de Intimate Exchanges (donde las posibilidades aleatorias de la trama dependían de si los protagonistas salían a fumar un cigarrillo o no) y la Nathalie Sarraute de Tropismes, esos "movimientos imperceptibles, subterráneos y apenas voluntarios que modifican los comportamientos", todo ello rociado con abundantes dosis de esprit boulevardier, o sea, alta comedia a la francesa. Henri y Sonia han invitado a Hubert Finidori y a su esposa, Inés. Henri, científico, lleva años trabajando en una teoría que va a publicar el Astrophysical Journal. Los invitados llegan un día antes de lo previsto. La nevera está vacía, hay un niño que no deja de llorar y Hubert, jefe de Henri, trae una pésima noticia: otro científico se le ha adelantado con una teoría similar. La noticia desata las múltiples tensiones de las dos parejas y todo lo que podría ir mal va peor: la creciente exasperación de Sonia ante la crisis neurótica y el lamebotismo de Henri; el fuego cruzado entre el pomposo Hubert y la patosa Inés, que en este circo cumplen los roles del carablanca maléfico y el clown bocazas. En la segunda escena todo vuelve a comenzar pero en un presunto universo paralelo donde la misma situación vira de sentido cuando Henri decide no darle a su hijo la galleta prometida y, para rematar la metáfora, es Hubert quien se lleva todos los tortazos. En la tercera, los personajes parecen haber aprendido modales tras cada repetición (a la manera de Bill Murray en Groundhog Day) y la sangre anhelada por el espectador no llega al río. Como puede verse, Tres versiones de la vida es una miniatura, una comedia de costumbres jibarizada, sin grandes giros ni sorpresas argumentales, que basa toda su eficacia en el fulgor de los diálogos y la agudeza psicológica de los retratos. Al igual que Arte, es una partitura que sólo puede ser ejecutada por virtuosos: una réplica a destiempo, un ritmo renqueante, un matiz inadvertido, y el castillo de naipes se viene abajo. Hace falta, pues, un director tan sutil como Xicu Masó, que aquí firma uno de sus mejores trabajos, con un oído atento por igual al slapstick sarcástico que a los silencios sobrevolados por moscardones de malestar, y cuatro cómicos de lujo, entrenadísimos en el difícil cometido de no salirse del raíl pese a los abundantes cambios de velocidad tonal: soberbios Carles Martínez (Henri), Alicia González (Sonia), Ricard Borrás (Hubert) y Miriam Alamany (Inés). Hacía tiempo que no veía una comedia francesa interpretada de modo tan británico por actores catalanes.

A propósito de Tres versiones de la vida, en el Lliure, y Mosquitos albinos, en el Nacional

2. Si la acrobacia de Xicu Masó en el Lliure consistía en mantener alta y entera la burbuja, Carol López ha llevado a cabo un más difícil todavía en el Nacional con En defensa de los mosquitos albinos: convertir el Vichy en champán. Su autora, Mercè Sarrias, se dio a conocer a finales de los noventa con un par de piezas -Al tren y Àfrica 30 - tan misteriosas como personales. Imagino que esa senda debió parecerle demasiado solitaria, porque tras casi una década entregada a guionizar series televisivas ha vuelto al teatro haciendo lo que la mayoría: una comedia costumbrista pretendidamente "moderna" (escenas cortas, tramas entrecruzadas, ritmo rápido, perfiles abocetados) en la que pasan muchas cosas que olvidas tan pronto sales a la calle, quizás porque las has visto trescientas veces (en televisión, mayormente) o porque todo acaba dando un poco lo mismo, sean las relaciones afectivas o la crisis medioambiental. Los protagonistas de Mosquitos albinos son una ejecutiva histérica (Lluïsa Castell), abandonada por un marido ecologista (Albert Ribalta) que se la pegó con la canguro, y la hija del matrimonio, una niña vitonga (Carlota Bantulá) bastante insoportable, cuyo principal deseo parece ser que le compren una moto. También conoceremos a un joven profesor de literatura hispánica (Xavi Mira) que no liga ni en año bisiesto y sobrevive a base de grandes dosis de Trankimazín, y una muchacha (Daniela Feixas) de identidad difusa, cosa comprensible puesto que su principal función se reduce a servir de nexo entre los anteriores personajes, cuyos diálogos oscilan entre el topicazo, la trivialidad simpática, la gracia esporádicamente resultona. Sin embargo, sorpresa, el espectáculo funciona, y mucho. Carol López, su directora, ha cogido el encargo por los cuernos, lo ha centrifugado, ha podado aquí y allá y ha logrado un éxito imprimiendo a tan precario texto su personalísimo estilo. Es decir, ha estilizado el material hasta el punto de que a ratos parece un musical secreto, como ya sucedía en Last Chance, su penúltimo montaje. Lo que me mantuvo interesado durante la hora y cuarto de función, lo que me llevé a casa y recuerdo ahora, es el brillo, la frescura de la puesta en escena, la capacidad de crear espacios con mínimos elementos, los juegos de la luz y la música, el timing y la efervescente energía de los actores: Xavi Mira pletórico de encanto, más antigalán de comedia que nunca, alisando neuróticamente su toalla en el solarium (¡ah, ese cuidado por el detalle!) y lanzándose a cantar (de fábula, por cierto) It's not unusual; Carlota Bantulá lolitescamente tendida sobre el piano y sirviendo una versión à la Charlotte Gainsbourg de La mauvaise reputation; Llüisa Castell bombeando energía (y, sobre todo, controlándola, sin recurrir a la humorada fácil) para sacar adelante su personaje; el "menos es más" de Albert Ribalta, otra buena muestra de contención expresiva en un rol que también se prestaba a la caricatura; Daniela Feixas logrando insuflar vida a un personaje famélico y hecho de retazos. ¿Quién se anima a encargarle un musical a Carol López?

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