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Columna
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La plaza de De Juana Chaos

La Plaza de la República Dominicana, es mi plaza. Allí nací y allí pasé los veinticuatro primeros años de mi vida. Ese parterre, ahora sembrado de velones, cruces y banderitas, era mi territorio. Allí cavábamos el hoyo de las canicas y nos pelábamos las rodillas jugando a las chapas. Entonces no había hierba ni arbustos, solo tierra y un par de grandes chopos que no sobrevivieron a las obras del Metro. Mucho antes de que De Juana Chaos y sus secuaces lo tiñeran de sangre, hubo allí una tragedia de las que marcan la mente de un crío. Uno de esos "haigas" americanos de la base de Torrejón arrolló al hijo pequeño de unos vecinos. El cuerpo sin vida del chaval quedó tendido justo en el mismo lugar donde esa banda de mal nacidos colocó en la tarde del 13 de julio de 1986 el coche bomba. Allí detrás del vehículo cargado con 50 kilos de Goma 2 y cuatro ollas a presión preñadas de tornillos, estuvo leyendo el periódico alguien que, ignorante del peligro, esperaba en su coche un hueco para aparcar. Hace veinte años ya era difícil aparcar en aquel barrio y mi padre, porque aquel tipo era mi padre, se marchó sin lograrlo. Tuvo suerte. A la mañana siguiente, minutos después de que él volviera a pasar por el parterre, la explosión hizo saltar por los aires todos los coches de ese lado de la plaza junto al autobús en el que viajaban 52 guardias civiles. Aquel 14 de julio, mientras el colapso circulatorio impedía el acceso a la plaza, la cadena SER dispuso de información directa gracias a que el bueno de mi padre me llamaba para reportar. Curtido en mil batallas, me describió todo el horror de la escena con los cuerpos desechos, la chatarra candente, y la fachada de nuestra casa con los cristales y los marcos de las ventanas reventados. Lo recuerdo como si fuera ayer y pueden imaginar que la opinión que tengo formada sobre los autores de esa atrocidad difícilmente permite que mi conmiseración por su estado salud pueda pasar del cero absoluto. No me da ninguna pena la anorexia voluntaria exhibida por De Juana Chaos, ni creo que merezca consideración alguna. Mi falta de caridad cristiana no resuelve sin embargo la controversia interior que me suscita su caso. Como tantos ciudadanos creo que en este país matar sale barato y a partir del primer muerto, casi gratis. Dieciocho años de cárcel por 25 vidas humanas es una ganga pero, nos guste o no, lo cierto es que por aquellos asesinatos legalmente ya cumplió condena. Lo que ahora atenúan es la pena impuesta por los delitos que cometió su pluma, no por los ya saldados de su sangrienta espada. Eso lo tengo claro. Donde mi cabeza vacila es a la hora de escoger entre la irritación que me produce en cualquier circunstancia favorecer a alguien de su calaña y la repugnancia que necesariamente habría de provocarme el que su muerte le convirtiera a los ojos del mundo en un mártir de libertad. Ese es mi dilema. Un alto cargo del Partido Popular, de los que también dudan, me decía que esta vez el Gobierno de Zapatero ha tenido que escoger entre lo malo y lo peor. Y "para quien gobierna -reconocía- peor que una campaña de agitación por la prisión atenuada a De Juana Chaos hubiera sido un estallido de violencia en el País Vasco con un mártir como bandera". Es verdad que era una decisión difícil y tampoco me cuesta comprender que levante ampollas. Por contra, no puedo compartir el tono que ha tomado la reacción con expresiones que califican a los que dudan u opinan diferente, de insensatos e indeseables y a quienes gobiernan de colaboradores de ETA, traidores y asesinos. Tanta desmesura y crispación nunca puede ser por el bien de España. Tampoco creo que lo sea el santuario en que repentinamente pretenden convertir la Plaza de la Républica Dominicana después de 20 años sin que nadie, salvo sus mas allegados, se acordara de los 12 guardias civiles que allí murieron. Juro que siempre eché de menos una placa o un pequeño motivo que recordara esas vidas segadas. Ahora la plaza huele a enfrentamiento, a desunión, a manipulación de conciencias e incluso a regresión. Creo también que la inmensa mayoría de los que allí peregrinan, no sabrían decir el nombre de una sola de las víctimas y que, sin darse cuenta, están convirtiendo en una celebridad a su matarife. Es más, llevan camino de conseguir que la gente le cambie el nombre a mi Plaza. Algunos hablan ya de la plaza De Juana Chaos.

La plaza de la República Dominicana es mi plaza, allí nací y allí pasé 24 años
La mayoría de los que allí peregrinan no sabría decir el nombre de una sola víctima
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