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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La guerra de los poetas

En 1935 llegó a España el dramaturgo y periodista argentino Pablo Suero, El Gordo, nacido en Gijón en 1898, con el encargo de transmitir a los lectores del diario porteño Noticias Gráficas el clima de efervescencia cultural y política de un país donde se velaban ya las armas para la inminente Guerra Civil. En España se relacionó con personalidades de la vida social, a muchas de las cuales entrevistó. Las experiencias de Suero fructificaron en el libro España levanta el puño (Buenos Aires, 1936), del que se sirve el hispanista Ian Gibson (Dublín, 1939) más como excusa estructural que como auténtico hilo conductor de las semblanzas de cuatro excelentes poetas que resultarían asesinados (Lorca), exiliados (Juan Ramón Jiménez) o condenados a morirse en el destierro o en la cárcel (Antonio Machado y Miguel Hernández, respectivamente). Pertrechado de una información de primera mano y de biografías canónicas, la obra de Gibson se suma al empeño de recuperación de la memoria histórica, a la que habría renunciado la Transición política: así lo manifiesta al final del volumen: "Con la amnesia no se va a conseguir nada, desde luego". Al socaire de la biografía de los poetas, el autor traza un mapa idílico de la España republicana, con un pulso narrativo que permite leer su libro como una novela de relatos históricos e independientes que se cruzan en la parte relativa a la excitación previa a las elecciones de 1936, y a los acontecimientos de la guerra y la posguerra subsiguiente.

CUATRO POETAS EN GUERRA

Ian Gibson

Planeta. Barcelona, 2007

336 páginas. 23 euros

Las pretensiones didácticas y el punto de partida ideológico del autor confluyen en mostrar un sustrato común: el compromiso inequívoco de los poetas con el ideal republicano. El empeño es más llevadero en unos casos que en otros. Machado siempre estuvo a la altura de las circunstancias y Miguel Hernández atendió a la llamada de la acción (lo que terminaría por enfrentarlo a quienes, como María Teresa León y Alberti, le parecieron en algún momento intelectuales decorativos en los salones antifascistas). Sobre Lorca ha sostenido Gibson con lujo de datos dicho compromiso, frente a quienes lo consideran un autor políticamente neutro o valoran su opción ideológica como un componente adventicio de su personalidad artística. Respecto a Juan Ramón Jiménez enmienda el cliché del poeta encaramado en su torre de marfil, cultivador insomne de una sensibilidad tapiada frente al ruido ensordecedor del ambiente.

El denso bagaje documental, absorbido por el discurso casi cinematográfico de los hechos, está enriquecido por fotografías que complementan su visión (a pesar de algún despiste, como la errónea atribución a Buero Vallejo, en la página 275, del dibujo de Miguel Hernández muerto, con los ojos abiertos debido probablemente a una exoftalmia de origen tiroideo).

Cuatro poetas en guerra, que no oculta su condición de libro de circunstancias en relación con la Ley de la Memoria Histórica, no pretende aportar nuevos datos, en parte gracias a los trabajos del propio Gibson; de él vale, sobre todo, su calidez narrativa, que consigue poner de pie un retablo que testimonia cómo puede mantenerse la dignidad en medio del infierno.

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