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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

El nuevo desafío global

Resolver la nueva ecuación de poder es la clave para el mundo de Davos

Timothy Garton Ash

El momento de supremacía unipolar de EE UU ha pasado. Hoy el poder está difuminado.

En ningún aspecto ha avanzado tanto la globalización como en las actividades de las grandes empresas, principales accionistas del Foro
La supremacía occidental está llegando a su fin. Lo que estamos presenciando, después de medio milenio, es el renacimiento de Asia
Asia compite con las economías occidentales de consumo por el uso de unas fuentes de energía de hidrocarburos y unas materias primas finitas

Para ver el mundo en su totalidad, el mejor sitio es la luna. El segundo mejor sitio es Davos. La reunión anual del Foro Económico Mundial ofrece una instantánea como ninguna otra de los problemas y las oportunidades existentes en el mundo vistos desde la cumbre. Entre otros motivos, hay uno que es evidente. La globalización es, ante todo, un fenómeno económico. En ningún aspecto ha progresado tanto como en las actividades de las grandes empresas, que son las principales accionistas del Foro. Nadie -con la posible excepción del secretario general de la ONU- tiene una perspectiva más de conjunto que ellas. Todas las demás clases de globalización -cultural, legal, política, moral- van detrás de la económica. Sin embargo, el fundador del Foro, Klaus Schwab, tiene la extraordinaria ambición de lograr que recuperen su sincronía. "Dedicados a mejorar el estado del mundo", dicen las señales luminosas colocadas en este pueblo suizo.

Cada año, la cámara situada en lo alto de la montaña apunta en una dirección ligeramente distinta. Este año, su lente de gran angular se ha centrado en "la nueva ecuación de poder". Oportunamente, la apertura del foro coincide con un discurso sobre el estado de la Unión en el que el hombre más poderoso del mundo, el presidente George Bush, ha tenido que volver a tragarse el orgullo. ¿Se acuerdan de la soberbia de hace seis años? Nos decían que, después del mundo bipolar de la guerra fría, ahora vivíamos en un mundo unipolar. Estados Unidos era la única superpotencia; no, la hiperpotencia, como dijo con envidia un ministro francés de Exteriores. Poseía el ejército más poderoso de la historia de la humanidad. Iba a crear su propia realidad. Podía permitirse el lujo de ser unilateralista. Ahora, después de Irak, ha tenido que decir adiós a todo eso. No sólo por el fracaso de una política exterior estadounidense especialmente arrogante, sino por una serie de cambios estructurales profundos que la cámara de Davos está tratando de seguir.

El poder ya no es lo que era

En mi opinión, los cambios que está sufriendo la ecuación de poder se resumen así: el poder ya no es lo que era ni está donde estaba (es decir, concentrado en Occidente y especialmente en el ala oeste de la Casa Blanca). Está más repartido, en sentido tanto vertical como horizontal. Verticalmente, porque, relativamente hablando, los Gobiernos de los Estados disponen de menos poder. En sentido horizontal, porque el poder está más distribuido entre varios Estados poderosos. Cada vez más, el poder tiene varios niveles y es multipolar.

El cambio horizontal, hacia una nueva multipolaridad, es el más visible. Es verdad que el mundo ha sido multipolar durante la mayor parte de la historia. Pero los polos existentes -por ejemplo, los imperios Mughal, Ming y Otomano en el siglo XVI- sólo se relacionaban en las fronteras. Ahora, toda gran potencia se relaciona con cada una de las demás en una geopolítica multilateral y globalizada. Este mundo globalizado es producto de los 500 años de supremacía de Occidente y lo que el historiador Theodor von Laue llamó "la revolución mundial de la occidentalización". Ahora, sin embargo, esa supremacía está llegando a su fin. Lo que estamos presenciando, después de medio milenio, es el renacimiento de Asia. China e India participan en el juego económico con arreglo a unos términos inventados, en gran parte, por Occidente, pero están ganándole con sus propias armas. Su poder económico está empezando ya a traducirse en poder político y militar.

Al mismo tiempo, los gigantes económicos emergentes de Asia compiten con las derrochadoras economías de consumo de Norteamérica y Europa por el uso de unas fuentes de energía de hidrocarburos y unas materias primas que no son inacabables. Este aspecto otorga poder a otro tipo de potencias, las que podríamos llamar potencias explotadoras. El ejemplo más clásico es Rusia. Hace 80 años, la Rusia soviética era fuerte por el dinamismo revolucionario del comunismo, incluida la capacidad de tracción que tenía su ideología en todo el mundo (también Rusia tuvo poder blando en otra época). Hace 40 años, la Rusia soviética era fuerte por el poder del Ejército Rojo. Hoy, la Rusia de Putin es fuerte gracias al gas y el petróleo. Como lo son Arabia Saudí, Irán y otras potencias explotadoras por cuyos recursos compiten los demás. Mientras las grandes economías avanzadas del mundo no reduzcan drásticamente su dependencia de esas fuentes de energía -y, en su discurso sobre el estado de la Unión, George Bush prometió, con mucho retraso, empezar a pensar si hay que ir en esa dirección-, esos Estados seguirán teniendo un poder importante, aunque unidimensional. La coincidencia de estas dos grandes tendencias -el renacimiento asiático y la rivalidad por los recursos energéticos- da lugar a la nueva multipolaridad.

Igualmente importante es el cambio vertical, de los Estados a los actores no estatales, a menudo fortalecidos por las nuevas tecnologías. Un ejemplo claro son las redes terroristas internacionales, que emplean nuevas tecnologías de destrucción y de comunicación (como en el yihadismo por Internet). Pero existen muchos otros. ONG internacionales como Oxfam, Human Rights Watch, Transparencia Internacional y la organización de George Soros, Open Society, tienen la capacidad de hacer que cambien las prioridades. Las grandes empresas que están tan presentes aquí, en Davos, son más poderosas que la mayoría de los Estados pequeños (¿qué es preferible, ser presidente de Citigroup o de Malí?), organizaciones, comunidades, redes internacionales, desde la ONU y la UE hasta el Banco Mundial y el Tribunal Penal Internacional: todas se quedan con un trozo de la tarta del poder.

Un vídeo borroso en YouTube

En el otro extremo del espectro está el individuo que tiene su blog personal o el periodista ciudadano que hace historia cuando cuelga en Internet un vídeo borroso desde su teléfono móvil en YouTube. Es lo que ocurrió con el republicano de Virginia George Allen -que estuvo a punto de aspirar a la presidencia- con sus horribles comentarios racistas y sus gracietas de un estilo propio de la Guerra de Secesión. Por otro lado, los principales candidatos presidenciales demócratas, entre ellos Hillary Clinton, han lanzado sus campañas en Internet. Un veterano observador de las elecciones presidenciales en Estados Unidos dice que "seguro que a alguno de esos candidatos le hará descarrilar algún vídeo poco conocido, obtenido con un móvil y colocado en la red". Andy Warhol dijo que todo el mundo tiene sus 15 minutos de fama. Internet significa que cualquiera puede tener sus 15 minutos de poder. Cualquiera que tenga un móvil, claro está.

Así, pues, la nueva ecuación de poder es una ecuación diferencial compleja. Y eso significa que es más difícil que nunca administrar el mundo como preveían los arquitectos del orden internacional de la posguerra. (Los propios Estados son cada vez más difíciles de gobernar internamente, en parte por las mismas razones). Las instituciones internacionales existentes ya no reflejan las complejas realidades de hoy. Este mundo exige nuevas estructuras de gobierno mundial, pero el reparto multipolar y en varios niveles del poder hace precisamente que eso sea más difícil de conseguir.

Según una información de The International Herald Tribune, hace un par de años, el Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos estudió posibles perspectivas para el mundo de 2020. La única opción razonablemente atractiva era que varias potencias abordaran los retos mundiales en colaboración con actores no oficiales. La llamaron el mundo de Davos.

Lo que hay que preguntarse no es si un mundo así es deseable, sino cómo alcanzarlo. En economía existe un mecanismo para afrontar la complejidad mundial: los mercados regulados. No funcionan del todo bien, por supuesto, y a veces son injustos, pero por ahora cumplen su función. No hay un mecanismo equivalente para abordar la nueva complejidad mundial de la política. Limitarse a decir "hay que reformar la ONU" o "hay que reformar la OMC" no sirve de mucho. Éste es el próximo desafío que nos muestra la cámara en la cumbre de Davos.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Sala de prensa del Foro Económico Mundial de Davos (Suiza).
Sala de prensa del Foro Económico Mundial de Davos (Suiza).AP

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