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Reportaje:Personaje

De fracasado a doble campeón

Iarley, el delantero que amargó al Barça en el Mundial de clubes, jugó hasta los 29 años en equipos pequeños e incluso de Regional

Hasta los 29 años, Pedro Iarley (Ceará, 1974) fue un fracasado, un futbolista frustrado que había abandonado España con una mano delante y otra detrás, sin cobrar los 1.800 euros que le adeudaba el Melilla, puesto que se marchó por piernas del fútbol español, acosado por la justicia, que lo acusaba de haber falsificado un pasaporte portugués para hacerse pasar por comunitario en su etapa en el Ceuta. Un paria internacional que ayer, sin embargo, a los 32 años, se proclamó campeón del mundo por segunda vez en tres años y fue designado segundo mejor jugador del torneo, tras Deco. Decisión injusta, según su compañero y capitán del equipo, Fernandão, para quien el más destacado de la Copa Intercontinental fue precisamente un "excepcional Iarley". Un delantero rápido y agresivo que fabricó el gol del Internacional, con su pase a Adriano, y que, a continuación, apuró el tiempo sobrante escondiendo el balón en una esquina del campo. Poco después, Iarley abandonó el estadio del Yokohama sin ducharse, como la mayoría de sus compañeros, con prisas por saborear su nueva condición de héroe de la hinchada del Internacional, que salió a las calles a celebrarlo, y mofarse de Ronaldinho. "Ronaldinho, cobardón, el mejor del mundo es Fernandão", gritó la torcida, recordando no sólo el pasado del gaucho como jugador del Gremio, el otro club de Porto Alegre, sino también su pobre Mundial de Alemania.

La carrera deportiva de Iarley está dividida en dos partes cortadas por un bisturí. Carlos Bianchi, ex entrenador del Boca Juniors, lo tocó con la varita mágica después de que Iarley, siendo jugador del modesto Paysandú, marcara un gol en La Bombonera. Fue un día de abril de 2003. Bianchi lo fichó dos meses después para el Boca Juniors. Iarley lució el mítico número 10 de los xeneizes, ganó el Trofeo Apertura de 2003 y después, el 14 de diciembre, levantó la Copa Intercontinental ante el Milan tras la tanda de penaltis. Un trofeo compartido ese día por el centrocampista colombiano Vargas, que ayer también jugó en la segunda parte con el Internacional y que, por tanto, también es doble campeón del mundo.

"Los partidos se ganan en el campo, no con el nombre", declaró tras el encuentro el eufórico Iarley, que sabe qué es eso de carecer de nombre. No lo tenía cuando llegó a España en 1995, atraído por la oferta de un empresario valenciano, José María Ferrer, que le ofreció probar en el fútbol español. Lo que no se esperaba Iarley era aquel destino: Foios, un pueblecito a seis kilómetros de Valencia con un equipo en la Regional Preferente y un campo de tierra. "El cariño de la gente fue tal que decidí quedarme", recuerda Iarley, que se hospedó junto a otro compatriota, Dorgival, en casa de la madre del presidente, Rafa Roig. "Era un fenómeno. Muy hábil. Nos hizo campeón de Liga dos veces y se despidió con un gol olímpico al Saguntino. Pero lo ofrecimos al Levante y al Villarreal y no le hicieron caso", explicaba ayer Ferrer, evocando cómo los futbolistas rivales trataban sin éxito de cazarlo por los campos de Regional: "Es muy listo y siempre se escapaba. Nunca ha tenido una lesión grave", contó el empresario, que todavía conserva los derechos del jugador, aunque no ha querido reclamarlos en ninguno de sus numerosos cambios de club.

Uno de ellos fue el filial del Madrid, a las órdenes de Sergio Egea, que descendió a la Segunda B. "No llegó al nivel exigido", comentó el responsable de la cantera, Vicente del Bosque, sorprendido por la evolución posterior del delantero brasileño. Tras el fiasco, Iarley volvió al Foios en espera de una nueva aventura. Llegó del Ceuta, su experiencia más amarga en España. Años más tarde, Iarley acusaría al presidente ceutí, José Antonio Muñoz Serrano, de haberlo obligado a falsificar un pasaporte portugués. Tampoco el entrenador, Manuel Pérez, lo quería en el equipo. Lo consideraba poco trabajador.

"No tengo miedo de empezar de cero", es la máxima de Iarley, que buscó fortuna poco después en el Melilla, donde el técnico, Francisco Sánchez Montoya, sí advirtió su talento: "Era fantástico en el desmarque y en el cambio de ritmo. Sólo se le paraba con faltas". Mientras tanto, llegó la sanción de la federación por supuesta falsificación de documento y Iarley picó espuelas. Decidió volver a los orígenes de su Ceará, donde había sido cajero de supermercado y fabricante de helados. Tenía 27 años y empezó otra vez de cero. Sus nuevos equipos fueron el Uniclinic, el Ceará y el Paysandú, el conjunto que, al cruzarse con Bianchi, le transformó la vida para bien.

Aunque apenas se recreó en el éxito de un brasileño en Argentina. Su apasionante carrera continuó en México, en el Dorados de Culiacán. Contribuyó a conseguir la permanencia, pero, tras discrepancias con el entrenador, regresó a Brasil, ahora ya sí como un jugador reconocido. Fichó por el Internacional en junio de 2005. Justo a tiempo para cambiarle la suerte al club de Porto Alegre. Primero conquistó la Copa Libertadores ante el São Paulo y ayer el Mundial ante el Barça. Y, puesto que triunfó tan tarde, puede considerarse un futbolista joven. Tocado, además, por la varita del mago Bianchi.

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