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Columna
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Miserable

En el tema Reapariciones del Dinosaurio o Curaciones Milagrosas resulta obvio que Pinochet ha dejado KO a Fidel Castro, de cuya postración sanitaria no hemos recibido más que vídeos, grabaciones sonoras, fotos, apasionantes milongas a cargo del rapsoda bolivariano Hugo Chávez y vagas excusas para no asistir al propio cumpleaños. Se veía venir que Pinochet vencería en esta pugna por la supervivencia de su especie. La derrota castrista estaba en el aire desde que Fidel se comió un escenario a raíz de un traspiés y luego salió en la televisión suya con un miembro enyesado, dando jocosas explicaciones populistas. De haberle ocurrido algo así al Augusto, no habría comparecido en la tele ni en el escenario de marras y, en cuanto al escalón culpable, habría sido reducido a pulpa de aserrín mediante torturas y sevicias.

Los dioses han concedido a Pinochet mejor salud que a Castro porque tiene más mala leche. A fuerza de zafarse de tantas atrocidades como con justicia se le imputan ha acabado por desarrollar una segunda carrera en el campo que le es más querido, el de la traición. Naturalmente que ya no puede traicionar a lo grande, como cuando se fingía fiel al presidente Allende y se preparaba para bombardearle; ni como cuando diezmaba al pueblo al que como militar debía servir. Pero pasarse por el forro al equipo médico militar habitual cada vez que finge una dolencia grave para escapar de un proceso no deja de constituir una forma de pinochetismo muy estimable, una declaración renovada de maldad al servicio de lo suyo.

Al viejo alacrán bien cebado le encanta ofrecer a su jauría el espectáculo de su buena salud y de sus rastreras astucias. De ahí los saltos de silla de ruedas sin pértiga y las cínicas resurrecciones que sus incondicionales jalean. Joder a la verdad hasta el final, burlar a los tribunales, eso le mantiene vivo.

Eso y el hecho de que los dioses, incluso en materia de dictadores, suelen preferir a quienes dieron un golpe de Estado antidemocrático bajo palio, mientras que quien hizo una revolución, aunque después la cagara, siempre tendrá una mancha atea en el currículo. El de Pinochet, ya lo ven, es impecable. He aquí al miserable en toda su gama de bajezas.

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