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Columna
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Ni putas ni sumisas

Putas: las que se atreven a transgredir las normas, simbolizadas por el maquillaje y el vestir, impuestas por los hombres. Sumisas: las que asumen, temerosas o confundidas, la opresión y reclusión que los hombres les imponen. Ni putas ni sumisas (Cátedra/Feminismos) es el título del libro que ha escrito la musulmana francesa Fadela Amara, así como el nombre del movimiento en que está inspirado. En noviembre de 2002, Sohane, una joven de 18 años de origen magrebí, fue quemada viva en un cuarto de basuras del suburbio Cité Balzac. Se negaba a ser sumisa y su asesino, que se creía dueño del cuerpo de ella, juzgó que era una puta, por lo que se creyó también dueño de su vida y se erigió en ejecutor de su muerte. Este episodio convulsionó a la sociedad francesa y el impacto traspasó sus fronteras, pero no fue sino la manifestación extrema de una realidad de violencia continuada contra las mujeres en los suburbios franceses. Las chicas de los barrios obreros, habitados principalmente por inmigrantes, conocían de primera mano la situación y luchaban contra ella.

El asesinato de Sohane sólo fue el punto de inflexión para que Fadela Amara, hija de inmigrantes argelinos, se decidiera a plantear, desde el punto de vista de las mujeres, el marco político desde el que atacar el escándalo de los guetos, "convencida de que el hecho de abordar como prioridad el problema de la situación de las chicas permitiría intervenir en todos los parámetros de lo que se denominaba el malestar de los suburbios" (malestar del que posteriormente hemos recibido incendiada noticia). Para que su voz fuera escuchada decidió iniciar una marcha por Francia, que empezaron ocho personas y finalmente reunió en París a más de 30.000. El movimiento no sólo ha logrado poner sobre la mesa de políticos e intelectuales cuestiones como inmigración, feminismo, universalismo, laicidad, racismo o desempleo, sino que contribuyó de forma efectiva a la promulgación de la llamada ley del velo en Francia.

Invitada por la UNED a un Encuentro sobre Feminismo, Ilustración e Islam impulsado por la filósofa Celia Amorós (flamante premio Nacional de Ensayo 2006 por su libro La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las mujeres (Cátedra/Feminismos) y primera mujer en recibir este galardón en sus 30 años de existencia), la intervención de Fadela Amara sobrepasó todo corsé: Amara es una fuerza de la naturaleza. Menuda, con vaqueros y sudadera verde, con esas manos extremadamente gesticulantes que parecen querer dotar a las palabras de la carne, del nervio, de la articulación necesarios en un discurso en el que va la vida, entreveró biografía e ideología, reflexión y activismo, con tal entusiasmo, convicción y combatividad que no sería de extrañar verla algún día en la presidencia de la República Francesa.

Es difícil y sería inédito, pero los valores de la República, precisamente, es lo que viene defendiendo y venía a recordar a nuestra constitucional Monarquía, convencida de que si la España de la inmigración no toma nota de lo que antes ha ido mal en Francia u Holanda se encontrará pronto con parecidos conflictos. Creyente y practicante, defiende la escuela laica como símbolo de neutralidad en el espacio público y como valor emancipatorio, especialmente para la mujer musulmana, los derechos de los oprimidos en los barrios marginales y el marco universalista que propugna la República. Frente al relativismo cultural, que apoyan ciertos progresistas, Amara defiende el derecho a la diferencia siempre que no ultraje ni humille, pues recuerda que sólo hay una forma de decir democracia y que libertad, igualdad y fraternidad no son valores sólo para occidentales. Amenazada de muerte por fundamentalistas islámicos, rechaza un velo que considera símbolo de opresión, alerta sobre el peligro del "fascismo verde" que se extiende en el mundo musulmán, inspirado en un islam oscurantista tras cuya cara religiosa se esconde un proyecto político machista y fascistoide, y advierte de la alianza de cierta izquierda con los integristas de los barrios deprimidos, que encuentran en el techo y las proclamas de los imanes radicales un lugar y una identidad que la marginación les niega.

Pero Fadela Amara no es una "curiosidad antropológica", como la han definido algunos, ni se ha puesto del lado de los colonizadores, como la acusan otros, sino que representa el grito de un feminismo de urgencia, popular, cuyo combate es el de la emancipación y la libertad de toda la humanidad. Porque ella no es, no quiere ser, ni puta ni sumisa.

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