_
_
_
_
_
Reportaje:España y el calentamiento

Malos aires en el Campo de Gibraltar

Los vecinos de la Bahía de Algeciras viven pendientes del poniente y el levante, los vientos que distribuyen las emisiones

"Aquella es la térmica de Viesgo, la chimenea del fondo es la de Acerinox, la otra es la central de Los Barrios". Antonio Muñoz es un perfecto guía en el intrincado laberinto industrial de la Bahía de Algeciras. Aunque él no nació aquí, conoce al dedillo la evolución que ha sufrido desde los años sesenta. Entonces, el mar era un espejo con los fondos llenos de praderas de posidonia. Hoy, la zona es una sucesión de polígonos que albergan en una superficie de 3,4 millones de metros cuadrados, una docena de industrias. Entre San Roque, Los Barrios y Algeciras, sólo se ven chimeneas, torres de refrigeración, depósitos de fuel, piscinas de deslastre, montañas de residuos.

Muñoz es activista de Verdemar (integrado en Ecologistas en Acción), la asociación que lleva la voz cantante en todas las protestas, aunque éstas no suelen ser multitudinarias. La industria del Campo de Gibraltar representa cerca de 30.000 empleos directos e indirectos en una zona con 230.000 habitantes. Y la gente no quiere problemas. Sólo unos pocos claman contra la contaminación, de los vertidos tóxicos, de los malos olores.

Un médico comprobó que la tasa de muertes era especialmente alta en la zona
Entre San Roque y Algeciras, sólo se ven chimeneas, torres de refrigeración, depósitos
Más información
Los volcanes españoles del CO2

Nada de eso falta en San Roque (23.000 vecinos), donde están ubicadas la mayoría de las grandes industrias. Aquí el viento distribuye equitativamente los venenos. Cuando hay levante la contaminación y los malos olores van hacia la zona de Guadarranque y Algeciras. Cuando sopla poniente, hacia el barrio de Puente Mayorga y La Línea de la Concepción. Son más de seis millones de toneladas de CO2 al año, más de 37 millones de kilogramos de óxidos de azufre, cinco millones de kilos de óxidos de nitrógeno, 573.000 kilos de partículas. Por no hablar de las cantidades no cuantificadas de níquel, benceno, cromo o cinc.

Todo empezó con la Refinería Gibraltar de Cepsa. "Al principio era pequeña, sólo entraban dos millones de toneladas de crudo, pero ahora llegan 12 toneladas al año", cuenta Muñoz. Este petróleo se transforma aquí en no menos de 27 productos, desde combustibles como el fuelóleo, gasolinas, butano, propano y propileno, hasta productos puros, básicos para la industria petroquímica como el benceno, paraxileno y ortoxileno.

Para Cepsa, la Bahía de Algeciras es un punto estratégico. Por el Estrecho de Gibraltar pasan al año 100.000 barcos, y muchos repostan fuel en esas aguas, entre Gibraltar y Algeciras. En este negocio Cepsa tiene un importante papel, porque sus barcos suministran una parte de los 5,5 millones de toneladas que se despachan en esas gasolineras flotantes de Gibraltar. El abastecimiento es un buen negocio. Lo malo es que suele dejar un rastro de vertidos de fuel en esas aguas del Estrecho, cerca de la bahía.

La refinería tiene además su propia petroquímica en la que produce desde la materia prima de los detergentes, hasta el ácido tereftálico, base del PET (politereftalato de etileno), un plástico usado en la fabricación de botellas para bebidas. Al calor de esa producción se instaló aquí en 2004, Voridian, una filial de la norteamericana Eastman Chemical, que produce PET. Para entonces ya funcionaba a pleno rendimiento Acerinox, la mayor fábrica del mundo en la producción de acero inoxidable, y cuatro centrales térmicas de fuel, de carbón, y de ciclo combinado. Toda esa potencia industrial se concentra en un área muy poblada, y relativamente cerca de Sotogrande, un nombre emblemático en el turismo andaluz.

Aunque la presión no es igual en todos los puntos. Los más afectados son los vecinos de Guadarranque, y sobre todo, los de Puente Mayorga, una barriada de San Roque donde viven unas tres mil personas. Raquel Ñeco es una de ellas. Compró su casa hace algo más de tres años y ahora es el alma de todas las protestas, la voz más temida no sólo por las grandes industrias de la zona, sino por el alcalde socialista de San Roque y por la Consejería de Medio Ambiente.

"Aquí todos tenemos asma, y en los chiquillos hay muchas alergias. Estamos dando la batalla para que la Junta de Andalucía haga un estudio epidemiológico en la zona para saber qué es lo que respiramos".

Ñeco tiene ya una idea. Se basa en su olfato, en su vista, en los trabajos del CSIC y en los trabajos de Joan Benach, un médico que comprobó, estudiando las tablas estadísticas de las muertes prematuras en España, que las cifras eran especialmente abultadas en esta zona del suroeste. Pero no pudo establecer una relación causa-efecto con las industrias.

"El doctor Benach relacionó esas muertes con los hábitos alimentarios, el nivel de educación, las costumbres; no dice nada de la contaminación ambiental", precisa Juan Pérez de Haro, director de la Refinería Gibraltar y presidente de la asociación de grandes industrias del Campo de Gibraltar. Uno de sus colaboradores busca en su ordenador el dato contrario. "Mire, éstas son las estadísticas de muertes que da el INE, aquí tenemos los índices más bajos de España".

Las oficinas de Cepsa responden a la estética de los años sesenta. Salas luminosas sin concesiones estéticas. "Tenemos unos jardines magníficos. Con unas dos mil plantas diferentes", apunta Pérez de Haro. Pero de puertas para afuera, el aspecto de todo el polígono es caótico. Y eso que Cepsa presume de ser una empresa que cuida el entorno. En la bahía ha financiado las excavaciones arqueológicas de Carteia, una ciudad fenicia, cuyas ruinas asoman indefensas en medio del polígono.

A Raquel Ñeco ese dinero le parece pura calderilla para la industria del Campo de Gibraltar, que produce siete mil millones de euros al año. "Llevamos tiempo pidiendo una pantalla verde. Que pongan unos árboles en el muro de la escuela para que los niños no vean sólo chimeneas desde el patio", dice. Si fuera por ella, desaparecerían de un plumazo la mitad de las industrias. Y los depósitos de Cepsa, que almacenan hasta 2,1 millones de metros cúbicos de combustible.

"No podemos pararnos. Tenemos que seguir adelante con el desarrollo", dice Pérez de Haro, director de la refinería. ¿Aunque sea a costa de no respetar Kioto? "Nosotros estamos por debajo de las emisiones de CO2 que se nos han asignado. En 2005 hemos rebajado las emisiones de azufre de la burbuja global a un miligramo por metro cúbico". Lo que ocurre, añade, "es que hemos llegado tarde al desarrollo. A Alemania, que es el país que más contamina, por ser el más industrializado, le sobra CO2 para vender". Los vecinos de Puente Mayorga están avisados.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_