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Reportaje:Tenis | Masters

El estigma de Roddick

Federer vuelve a cruzarse en el camino del estadounidense, que desperdició tres pelotas de partido

Sentado en una esquina de la pista central de Shanghai, a Jimmy Connors le costó mantener la compostura. El ex tenista estadounidense tiene 54 años y desde que se retiró, en 1991, no había vuelto a vivir con tanta intensidad un duelo. Entrenador de su compatriota Andy Roddick, el quinto jugador mundial, acabó con los nervios destrozados viendo a su pupilo perder contra el número uno, Roger Federer, tras haber dispuesto de ¡tres pelotas de partido!: 4-6, 7-6 (10-8) y 6-4.

"Atácale constantemente, con tu saque y la volea", le había dicho Connors. Y Roddick así lo hizo. Siguió las directrices que el legendario campeón de ocho grandes le ha estado dando desde que decidió colaborar con él. La propuesta la recibió antes de Wimbledon. Pero no fue hasta después del torneo londinense cuando Connors tomó esa determinación. "Me dijo que vendría a verme a mi casa, que hablaríamos y que ya me diría algo", cuenta Roddick. A pesar de tener ya, a sus 24 años, un título del Open de Estados Unidos y dos subcampeonatos de Wimbledon, aguardó pacientemente: "Un día me visitó. Convivimos muchas horas, jugamos al billar, escuchamos música, tomamos unas cervezas, nos hicimos amigos... Y entonces me dijo que me ayudaría".

Para Roddick fue un momento especial. Connors fue, en su juventud, el niño terrible tanto por sus desmanes como por su volcánica irrupción al derrotar en 1974, con 22 años, al australiano Ken Rosewall en las finales de Wimbledon y del Open de Estados Unidos para acabar ganando tres grandes -también el Open de Australia- y 14 títulos aquel curso. Pero luego se convirtió en uno de los tenistas más queridos por su entrega, por su garra. Connors fue un ídolo para Roddick. Por eso, cuando tuvo que buscar a alguien que enderezara de nuevo su carrera profesional, no pudo encontrar mejor aliado.

Cuando comenzaron a trabajar, a finales de julio, su cabeza parecía perdida y había descendido por debajo de los diez primeros del ránking por primera vez desde octubre de 2002. "La situación era difícil porque empezaba a vislumbrar un pozo y me estaba cayendo en él", confiesa Roddick; "pero contar con Connors fue un reactivo increíble. Me causó un gran impacto cuando, mirándome a los ojos y con toda la honradez de que era capaz, me dijo: 'Creo que hay muchas cosas que puedes hacer para mejorar tu juego'. Y nos pusimos a trabajar".

Desde entonces, Roddick no sólo ha cambiado su mentalidad, sino que intenta ser mucho más ofensivo. Durante el verano logró 18 victorias por sólo dos derrotas. Jugó la final de Indianápolis, ganó el masters series de Cincinatti y regresó a la final del Open de Estados Unidos, que no alcanzaba desde que lo ganó en 2003.

Sin embargo, hay un estigma del que no logra zafarse: Federer. El suizo fue en gran parte el culpable de su caída porque le descubrió que, aun teniendo capacidad para ganar torneos del Grand Slam, no lo conseguiría y que le sería casi imposible recuperar el liderato mundial que tuvo en octubre de 2003. Federer le arrebató ambas posibilidades. Le cerró el paso dos veces en la final de Wimbledon y otra en las semifinales y este mismo año le ganó otra final, la del Open de Estados Unidos.

Cuando ayer se enfrentaron, Roddick había perdido once veces contra Federer y sólo le había ganado una: en Houston en 2003. En Shanghai pareció que la dinámica podría cambiar. No fue así. Roddick jugó su mejor partido en mucho tiempo. Sacó increíblemente, restó bien, ganó puntos inverosímiles en la red..., pero acabó perdiendo. Federer es excesivo para él. "A veces te pegaría un puñetazo, pero eres demasiado buena persona", le dijo tras perder su segunda final de Wimbledon. Ayer, comentó: "Ví que le podía ganar. No lo hice. Pero, si miro cómo estaba hace tres o cuatro meses, tengo motivos para mirar el futuro con optimismo".

En este Masters podrían reencontrarse en la final.

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