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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Pieter Willem Botha, 'el Gran Cocodrilo'

Fue el hombre clave del régimen del 'apartheid' en Suráfrica

Durante los años ochenta Pieter Willem Botha fue el único político del mundo sobre el que existía el consenso de considerarle un tirano. En la época de la guerra fría podía suceder que el tirano de uno fuera el liberador de otro, que la definición de la palabra "democracia" fuera estrictamente relativa. Pero durante el tiempo que Botha ocupó el cargo de primer ministro y la presidencia de Suráfrica -entre 1978 y 1989-, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética, tanto España como China, Suecia o Albania compartían el concepto de que el sistema de opresión racial conocido como el apartheid era, según la definición de Naciones Unidas, "un crimen contra la humanidad".

Sin embargo, ayer, tras enterarse de la muerte de su antiguo némesis, Nelson Mandela hizo una declaración en la que no sólo ofrecía el pésame a la familia de Botha, sino que expresaba su gratitud por el papel que cumplió en el proceso de paz surafricano. Y lo mismo dijo el sucesor de Mandela, el presidente Thabo Mbeki.

A primera vista, es casi inexplicable. Es casi imposible imaginarse dos individuos más distintos que Botha y Mandela. Mandela es alto y delgado; Botha era bajo y fornido. Mandela es el gran reconciliador; Botha siempre buscó la división. Mandela es un demócrata; Botha fue un dictador. Mandela es el político más encantador del mundo; Botha fue el más antipático. Conocido tanto por sus enemigos como por sus aliados como El Gran Cocodrilo, Botha era un hombre iracundo y terco que trataba a la mayoría de sus ministros de gobierno con un desprecio feudal.

En cuanto a la resistencia negra, como jefe de un temible aparato represor llamado el Consejo de Seguridad del Estado, fue el inventor de una estrategia llamada Ofensiva Total: la creación de escuadrones de la muerte compuestos por miembros de su policía secreta; ofensivas militares contra países vecinos donde se refugiaban integrantes del Congreso Nacional Africano de Mandela; detenciones sin cargos, y durante años, para decenas de miles de militantes negros.

¿Cómo es posible entonces que Mandela haya reaccionado a la noticia de su muerte con tanta generosidad? En parte, porque Mandela ha perdonado a todos sus antiguos opresores. Pero, ante todo, porque Botha fue un personaje contradictorio que, a pesar de lanzar sus ofensivas brutales contra el movimiento anti-apartheid, fue el primero en explorar el camino de una paz negociada entre blancos y negros.

El primer impulsor del proceso de negociaciones que llevó a Mandela a la presidencia fue Botha. Fue él quien tomó la decisión arriesgada y, en su contexto político y social valiente, de iniciar los primeros contactos con Mandela cuando éste todavía estaba en la cárcel.

En mayo de 1988 Botha envió a su jefe de inteligencia, Niel Barnard, a hablar con Mandela para explorar la viabilidad de un acuerdo pacífico entre las razas. Los dos se reunieron, en secreto (tan en secreto que ni los correligionarios de Mandela en la cárcel se enteraron), más de sesenta veces. Como conclusión, Botha invitó a Mandela a verle en la casa presidencial de Ciudad del Cabo en julio de 1989. Ese encuentro también se llevó a cabo en secreto pero Mandela lo recuerda en su autobiografía casi con afecto. Dice que Botha se le acercó con la mano extendida y sonriente y todo el tiempo que estuvieron juntos el presidente surafricano se mostró "amigable y cortés".

No se llegó a ningún acuerdo sustancial en aquella reunión, pero marcó el principio del deshielo. Mandela escribió en su libro que después de esa reunión entendió que ya no había marcha atrás; que la transición a la democracia en Suráfrica era imparable. De ahí que, siempre en adelante, hasta la muerte de Botha de un infarto con 90 años, hace dos días, Mandela eligiera olvidar el mal que hizo y admirarlo por el sorprendente coraje moral que también demostró.

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