_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El túnel actual

La otra noche salí a cenar con un grupo de amigos, entre ellos un chico que, por razones profesionales, ha entrado últimamente en contacto con mujeres víctimas de la violencia machista. Impactado, nos contaba la realidad de estas mujeres: su infierno cotidiano, su impotencia, su soledad, su culpabilidad, el terror que las paraliza. Nos contaba de los mecanismos por los cuales muchas no saben o no pueden salir de ese túnel de humillación, anulación y maltrato. Alrededor de una mesa con raciones y cañas, le escuchábamos con ese silencio atento que denota un consenso para el que no son necesarias las palabras. Pero de pronto otro chico, también de nuestro grupo, comenzó a rebatir al anterior en unos términos que nos dejó mudos de verdad: que no entendía por qué ese tema era objeto de la justicia y no se resolvía a título particular, a ostias si es necesario; que, total, entre 40 millones de habitantes, una muerte al día por esa causa no le parecía para tanto; que la culpa la tienen ellas por aguantar; que los hombres también son víctimas de maltrato (psicológico, decía). Fue tanto el estupor general que no llegó ni a indignación: más bien, pareció correr entre todos un inédito escalofrío. Porque el de las ostias y los 40 millones y el maltrato psicológico es un chaval de apariencia normal, joven, moderno, viajero, emprendedor, majete.

Le discutimos, por supuesto, pero lo justo para ir deslizando la conversación hacia derroteros que no arruinaran la noche en común. Yo notaba, no obstante, que en cada uno de nosotros seguía resonando, sordo, el golpe de sus argumentos. Por indefendibles que fueran, habían ilustrado a la perfección una amenaza: si alguien como él es capaz de razonar así, qué esperar de tantos otros de quienes de antemano nos tememos lo peor. No hay más que abrir el periódico del día para encontrar la respuesta: mujeres muertas. Y también, en el peor de los casos, niños muertos: la furia homicida del macho Saturno se los lleva por delante. Aquella noche, tapeando, todos entramos, de algún modo, en ese túnel.

Precisamente unos días antes había asistido en el teatro Bellas Artes al estreno de El túnel, adaptación teatral de la novela homónima del argentino Ernesto Sábato. Adaptada por Diego Curatella con la supervisión del autor, dirigida por Daniel Veronese e interpretada por Héctor Alterio, Rosa Manteiga, Paco Casares y Pilar Bayona, me impresionó el excepcional trabajo de casi todos los actores y, sobre todo, la nueva perspectiva con la que pude acercarme a un texto que, de muy distinta manera, me había impresionado en la adolescencia. La obra cuenta la obsesión del pintor Juan Pablo Castel (un Alterio genial) por María Iribarne, la única mujer, en su opinión, capaz de comprenderle y comprender su obra. Aunque la mujer está casada con un hombre ciego (un Casares soberbio, que borda además un dificilísimo doblete al interpretar a dos personajes), se convierten en amantes. Lo que comienza como una pasión amorosa, tan delirada, si se quiere, como cualquier otra, va transformándose en un afán de posesión que consume al pintor, en una vorágine de celos que tortura a la mujer, en la patología de un hombre egocéntrico e inseguro que destruye toda posibilidad de relación. A través de ese túnel de violencia, la única salida que es capaz de vislumbrar Castel le conduce hasta el crimen. María Iribarne, una mujer libre, inteligente, hermosa, será su víctima.

Recordaba vagamente los detalles de la novela. Era una lectura intelectualizada, simbólica, por la que llegábamos a identificarnos con esa concepción, imposible, del amor total, y nos sabíamos condenados a una cárcel que, no por menos material que la del pintor, nos hacía menos prisioneros. No reniego de aquella lectura: me enseñó a reconocer a todos los Castel, también al que llevamos dentro o al que toma cañas con nosotros. Pero en El túnel sólo estaba su punto de vista y apenas nos fijábamos en María Iribarne. Ahora, por razones de perspectiva social, por una adaptación escénica que lo incorpora y por una interpretación de Alterio que lo fomenta, la obra del Bellas Artes permite ver, al menos hasta finales de octubre, quién es la verdadera víctima, en la sombra, de nuestro túnel actual. María. La mujer asesinada.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_