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El proceso hacia el fin del terrorismo
Columna
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¿Cómo se disuelve una banda?

Ningún catecismo revolucionario ni manual del guerrillero urbano, tan expresivos a la hora de detallar cómo se crea una organización terrorista, ofrece respuesta a la pregunta de cómo disolverla, llegado su tiempo. La Fracción del Ejército Rojo, más conocida como Banda de Baader-Meinhof, se disolvió por carta (a la agencia Reuters) en abril de 1998, seis años después de su último atentado. Lo explica con detalle un libro recientemente publicado en Alemania por el periodista Butz Peters del que daba noticia Marc Bassets en La Vanguardia del 27 de agosto. En la carta, la última dirección de la banda lamentaba no haber dispuesto de un brazo político en el que disolverse. Se deduce que de haberlo tenido, su retirada se habría producido antes.

Zapatero arriesga al mantener el calendario, pero se entiende que evite la ruptura por ahora

ETA sí tiene brazo político, y lo que se le exige no es que se haga la eutanasia, sino que se diluya en Batasuna. No es verosímil que Josu Ternera, con cuentas pendientes con la justicia, pueda hacer el camino de vuelta de la clandestinidad a la Mesa Nacional; pero no sería extraño que ése sea el itinerario que siga su hijo Egoitz, miembro también del aparato de ETA en Francia, según noticias difundidas a raíz del alto el fuego de marzo. Cuando se habla de negociación en términos de paz por presos tiende a olvidarse que los que deciden no sólo piensan en las cárceles, sino en sí mismos: en cuándo podrán volver a casa; ellos y sus familias. Y en que, aunque sea por motivos en parte casuales, también para ellos hay, tras 40 meses sin muertos, una oportunidad de reconversión laboral.

Pero no pueden dejar de pensar en los presos. Patxi Zabaleta, líder de Aralar, la escisión de Batasuna, opinaba hace poco que ETA debía cesar su actividad violenta de inmediato, pero no entregar las armas de momento, porque antes debía responsabilizarse de la suerte de sus 700 presos. Por refutable que resulte el argumento, hay que tenerlo en cuenta para entender las reacciones de ETA. En El camino de vuelta (Seix-Barral, 2006) Ángeles Escrivá muestra que el proceso de disolución de ETA (p-m), en 1981-82, sobre el eje de paz por presos fue mucho más contradictorio de lo que suele pensarse. A los 20 días del inicio de la tregua ya habían amenazado con romperla, en respuesta a una propuesta de Ramón Jáuregui de constituir un frente antiviolencia, y advertido de que su continuidad estaba vinculada a la aceptación de la Alternativa KAS. Más tarde, algunos presos poli-milis hicieron públicas cartas en las que acusaban a Bandrés y Onaindia de estar negociando a sus espaldas, y anunciaban que se desvinculaban de los posibles acuerdos que se alcanzasen.

Pero cuando un sector disidente (los octavos) materializó su escisión, en febrero de 1982, bajo la bandera del regreso a la lucha armada, la dirección aceleró la negociación como forma de dar una perspectiva de salida política y personal a su gente. En verano salió un primer grupo de presos, vía medidas penitenciarias y de gracia, y esa fue la señal para oficializar la disolución del grupo, el 30 de septiembre de aquel año.

Ahora que se habla de la posibilidad de escisión en ETA cabe recordar que la facción que entonces decidió continuar por el camino de las armas acabó desapareciendo también poco más tarde, y sus miembros, acogiéndose a otras vías de reinserción. No porque hubieran cambiado de ideología, sino porque la evidencia de que el otro sector podía defender lo mismo que antes, pero sin armas, les privó de su principal argumento para convencer a los activistas de que era imprescindible seguir. Nadie se atrevía a revisar el pasado ("no nos arrepentimos de nada", era el lema), pero fue imponiéndose el argumento de que si no existiera ETA, no habría que crearla.

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Del mismo modo, la ruptura que se produjo en el IRA en 1998, y los primeros atentados del sector disidente, precedieron y tal vez precipitaron la firma por la dirección republicana de los Acuerdos de Viernes Santo, el 10 de abril de aquel año. Los disidentes, que adoptaron el nombre de IRA Auténtico, culminaron su escalada de atentados sin víctimas (bombas con aviso previo) con la matanza de Omagh (29 muertos, entre ellos un escolar y una monitora españoles). El pasado lunes se inició en Belfast el juicio contra el único acusado, Sean Hoey. El grupo, cuyo líder, Michael McKevitt, fue condenado en 2003 a 20 años de cárcel, no ha levantado cabeza.

Ese sería probablemente el destino de cualquier jefe etarra que se arriesgara ahora a provocar una escisión rompiendo el alto el fuego. Incluso es posible que una ruptura interna sea condición para que el resto de la dirección se decida de una vez a dar el paso de la renuncia clara, definitiva y pública a la violencia, sin la que no puede haber salida pactada. En un texto recogido por Florencio Domínguez en su libro sobre Josu Ternera, el antiguo miembro del Comando Vizcaya Alfonso Etxegaray defendía ya en 1994 que "podemos abandonar la lucha armada (...) porque ya no da más de sí o porque la vemos innecesaria (...), pero la decisión la deberíamos tomar internamente y no en una mesa de negociación con el enemigo".

Tal vez sea esto lo que ha ocurrido: que, como hace tiempo afirman fuentes nacionalistas vascas, ETA ya ha decidido no matar, pero no todavía disolverse porque espera obtener algo en una negociación, y tantea qué puede sacar manteniendo la extorsión, tolerando la violencia callejera y resistiéndose a decir que la renuncia a las armas es definitiva. Que el Gobierno estuviera al corriente de esa situación podría explicar que desde La Moncloa se reiterara que el proceso de abandono de las armas es irreversible, horas antes de que unos encapuchados proclamasen en Oiartzun que no van a abandonarlas nunca. Puede pensarse que, del mismo modo que Mayor Oreja supo que la de 1998 era una tregua trampa -seguramente por informaciones de los infiltrados-, el Gobierno disponga ahora de datos reservados que le lleven a confiar todavía, como ayer reiteró Zapatero, en un final dialogado de ETA.

Es grande el riesgo que asume al mantener el calendario en plena escalada de provocaciones de la otra parte. Sin embargo, se comprende que evite una ruptura mientras siga corriendo el tiempo sin atentados, lo que hace cada día más problemática la vuelta atrás. Y si el Gobierno tiene dificultades, no puede olvidarse que a estas alturas ETA carece de alternativa realista a la vía abierta con el alto el fuego.

Rogelio Alonso reproduce en uno de sus libros sobre Irlanda lo que el entonces primer ministro de esa República, Albert Reynolds, les dijo a los negociadores del Sinn Fein en las conversaciones que precedieron al alto el fuego del IRA en 1994: que se podían "ir a tomar por saco" si pretendían seguir mareando con una tregua "temporal, indefinida o condicional (...); sólo [quiero oír] que se ha acabado, y punto". Y si no, "se pueden volver a otros 25 años de asesinar y ser asesinados", al cabo de los cuales "volverán justo a donde están ahora sin nada a cambio, excepto más miles de personas muertas (...) Así que o lo hacen ahora o, en nombre de Dios, adiós".

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