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Crítica:TEATRO | 'Otel·lo'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

No es lo que debería ser

La primera imagen que nos ofrece este Otel·lo de Carlota Subirós es bellísima: un muro a modo de telón nos deja atisbar, desde una puerta que da la idea de primer plano, el momento de intimidad más representativo entre Otelo y su amada Desdémona, el acercamiento de ambos. Un amor puro y recíproco que pronto se verá envenenado por la mentalidad enfermiza del que fuera lugarteniente de Otelo, el envidioso Yago, el villano shakesperiano por excelencia. Las chispas de sus miradas, sus gemidos interiores nos llegan amplificados por una sonorización que aquí es de lo más acertada. Pero el telón se levanta, empieza la acción y, con ella, la superfluidad de la propuesta.

Diría que al primer Shakespeare de Carlota Subirós le falta aún un tiempo de cocción y de rodaje. Su puesta en escena nos remite a los montajes que suele protagonizar la compañía del Lliure, sólo que en esta ocasión, la misma compañía, en vez de estar dirigida por Àlex Rigola, lo está por ella. La marca de la casa es lo que de momento prima por encima de la gran tragedia que el inventor de lo humano escribió entre 1602 y 1604, justo después de Hamlet. Lo que al espectador le llega por ahora del montaje de Subirós es su plasticidad, un envoltorio visual y sonoro que debería arropar el texto sin cubrirlo. ¿Dónde está la palabra?, se preguntaba más de uno al finalizar la función. Y es que la obra de teatro de Yago, aunque lleve por título a Otelo, fluye aún sin fuerza por debajo del rigolarizado contenedor que le da cabida. La bailarina (Iva Horvat), en el nuevo papel de Psique, distrae más de lo que aporta; las imágenes proyectadas de unos cuerpos enlazados bajo el agua (los de Desdémona y Cassio) desbancan la acción escénica; el desdoblamiento de Roderigo (interpretado por dos actores) confunde; la nueva versión de una canción típica de la época isabelina, Willow song, interpretada en directo por Horvat, es estupenda, pero roba también protagonismo al clímax de la pieza; incluso los micrófonos de solapa, que algunos personajes llevan en las manos, como Yago y Emilia, si bien el gesto que implican de aproximación de la mano a la boca es bonito y sirven para subrayar algunos versos, dejan al resto en una especie de bruma sonora de la que sólo destacan intervenciones concretas.

Otel·lo

De William Shakespeare. Traducción: Miquel Desclot. Adaptación y dirección: Carlota Subirós. Intérpretes: Chantal Aimée, Pere Arquillué, Joan Carreras, Pere Eugeni Font, Iva Horvat, Àngela Jové, Norbert Martínez, Sandra Monclús, Alícia Pérez, Joan Raja, Eugeni Roig, Ernest Villegas. Escenografía: Max Glaenzel. Estel Cristià. Iluminación: Mingo Albir. Vestuario: M. Rafa Serra. Sonido: Ramon Ciércoles. Música: Eugeni Roig. Coreografía: Iva Horvat, Carlota Subirós. Teatre Lliure, sala Fabià Puigserver. Barcelona, 14 de septiembre.

Los intérpretes se ven igualmente superados por esta puesta en escena basada en la oposición de tonos cromáticos y de atmósferas que cubre sus cuerpos y nace de ellos. Pere Arquillué, en el papel de Otelo, consigue momentos de verdad que contrastan con la frialdad de Desdémona (Alicia Pérez). Joan Carreras trampea con su Yago hasta verse engullido por su mujer Emilia (Chantal Aimée). Ninguno de ellos llega a emocionar. Partiendo del verso más significativo de Yago (I am not what I am), este Otel·lo no es, al menos por ahora, insisto, lo que debería ser.

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