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Entrevista:ALBERTO PORTERA | NEURÓLOGO | ENTREVISTA | PARA VIVIR MEJOR

"La salud es frágil, deja enseguida de ser salud"

Amigo de artistas, de algunos de los cuales también ha sido médico, este aragonés se ha enfrentado, a lo largo de su vida profesional, a los casos clínicos de miles de pacientes; pero un día tuvo uno muy especial, el de su hijo, al que un autobús estrelló contra el asfalto cuando tenía 12 años. El chico, que ahora tiene 39 y es pintor, sufrió lesiones cerebrales, tratadas por colegas de su padre; éste y su familia le rehabilitaron después. Esa experiencia lleva a hablar con Portera del accidente, del dolor, de la memoria -muchos de sus casos clínicos tienen que ver con la memoria- y de la vida.

Pregunta. ¿Qué amenazas tiene la salud hoy?

Respuesta. La salud es frágil; el paso de la salud a la enfermedad es muchas veces instantáneo, y esto ocurre mucho en mi especialidad, en neurología: como es el caso de las meningitis o las encefalitis... La salud deja enseguida de ser salud; en nuestro mundo global, la posibilidad de contagio es enorme, y el contagio es una de las maneras bruscas de transmitir las infecciones. Pero hay ahora algo también muy frecuente, la agresión cerebral o de médula espinal, que por culpa de los accidentes ha llegado a ser casi cotidiana.

"Los suicidas [del volante] convierten el coche en un instrumento que según ellos, les engrandece. Eso es educabley, por tanto, evitable"
"A los 70 años se está bien y se puede pensar, pero ¿cómo se puede anticipar lo que pasará cuando se prolongue la vida hasta los 90, por ejemplo?"

P. Vivimos mejor y estamos más amenazados. Por los accidentes, por ejemplo.

R. Las amenazas de los accidentes son evitables o atenuables; no es lo mismo tener un accidente a 150 kilómetros por hora que a 40 kilómetros por hora, y no es lo mismo caerse en un trabajo estando protegido que estando desamparado... Tras un frenazo a 30 por hora, el vehículo se desplaza cuatro metros; imagínate en qué se convierte un frenazo a 120 por hora. Los accidentes son evitables si la persona en riesgo de producirlos contribuye a tener un comportamiento social adecuado. No se puede conducir con alcohol; los que lo hacen pueden cometer accidentes horribles. Y han de ser conscientes de ello.

P. Parece que hay una tendencia al suicidio.

R. Pero no es el suicidio común en pacientes en tratamiento psiquiátrico. Esos suicidas, como tú los llamas, convierten el coche en un instrumento que, según ellos mismos, les engrandece. Eso es educable y, por tanto, evitable. Los accidentes son muy serios desde el punto de vista neurológico. En las fracturas de columna, la médula espinal se lesiona y se producen parálisis permanentes...

P. Y los coches son cada vez más veloces, y se anuncian así...

R. Pero los coches no funcionan solos, los conducen personas, y alguien aprieta el acelerador. Pero los automóviles pueden tener un velocímetro que permita revisiones periódicas y obligatorias. El automóvil es muy peligroso. ¡Es muy peligroso dejar un arma a cualquiera!

P. Usted habrá visto a mucho superviviente ultraveloz. ¿Se arrepienten?

R. O al contrario, existe el que dice: "No me pasó nada, qué bien conduzco". Cuando el comportamiento humano supera situaciones límite y éstas no han tenido consecuencias negativas se produce una sensación de triunfo, de autosatisfacción.

P. ¿Dónde se aloja en el cerebro esa ansiedad?

R. Influye en la mente; el cerebro es nada solo, la mente es la que condiciona el comportamiento. Si la ansiedad no tuviera a la mente controlándola habría más accidentes... Todo lo puede controlar la mente. Y se pueden controlar también, físicamente, algunos de los efectos de la irresponsabilidad de quienes van al volante: aparte de grabar la velocidad, los automóviles pueden ir equipados con un detector de alcoholemia que actúe en cuanto se trata de poner en marcha el coche. Si el nivel de alcohol del conductor supera lo permitido por la ley, el motor no se pone en marcha... No es cuestión de opiniones, se para y ya está.

P. ¿Qué nos hace el dolor?

R. Depende de quien lo sufre. El dolor no es lo mismo que la alegría, obviamente; el dolor afecta más, incluyendo el dolor de otros... Luego el dolor se pasa, no queda sino un vago recuerdo del proceso que lo causó... Puede ser un síntoma persistente o pasajero... Incluso puede ser instantáneo... Pero ¿qué es un instante? Tenemos una mente que es producto de la estructura biológica más perfecta que se conoce en el universo... El cerebro de cualquier animal es mejor que el humano tan sólo cuando el humano quiere actuar como el animal. Ahora bien, si los humanos quieren hacer cosas humanas ganan a todos los animales que conocemos; por muy simpático que sea el chimpancé, y por mucho que su cerebro se diferencie del nuestro en un 2%, jamás será capaz de que lea o sonría al ver una imagen suya en el espejo... La evolución ha creado el cerebro más importante de cualquier mamífero.

P. ¿Valdría la pena vivir más?

R. Depende de la calidad de vida que eso implique. Con la edad aparecen dificultades, físicas o mentales. Pero es arriesgado pensar en el futuro con tus conceptos de hoy. A los 70 años se está bien, y se puede pensar, pero ¿cómo se puede anticipar lo que pasará cuando se prolongue la vida hasta los 90, por ejemplo?

P. ¿Y podremos vivir mejor?

R. Vivir mejor siempre significa que tú vives mejor, y debes calcular si merece la pena. A veces se vive mejor en un ambiente profesional enriquecido, porque estés bien considerado, pero tu dedicación es intensa y atiendes menos a tus hijos y a tu mujer, que viven peor... Lo que le pasa a una persona debe calcularse de acuerdo con la repercusión de sus decisiones en los otros.

P. Usted se ha ocupado mucho de la enfermedad de Alzheimer.

R. Es una enfermedad del cerebro, y siempre ha habido cerebros que han funcionado peor durante el envejecimiento. El doctor Alzheimer realizó los estudios en un caso, en 1907; ahora la enfermedad es más importante porque ha aumentado la expectativa de vida. Cuantos más ancianos, más deterioros cognitivos, y ahí surge la fase inicial de la enfermedad. A nadie le sorprende que a los 60 años alguien olvide datos inmediatos, aunque pueden señalar el comienzo de la enfermedad.

P. ¿Es una enfermedad sin esperanza?

R. Desde el doctor Alzheimer se ha avanzado mucho en la clínica y en la investigación de la enfermedad. Se ha llegado a tratamientos sintomáticos, pero no hay un tratamiento que lentifique el proceso; cada enfermo tiene su propia evolución, es la enfermedad la que impone su propia dinámica. Pero el tratamiento curativo no existe.

P. Usted tiene una experiencia personal muy directa con el dolor: el accidente de su hijo...

R. Sufrió un accidente al bajar del autobús de la escuela; tenía 12 años, hoy tiene 39. Cayó en la Castellana, en el suelo, golpeado en la cabeza por la puerta delantera de otro vehículo que pasaba. Tenía una contusión interna. Fue atendido en la Cruz Roja y tratado por equipos de neurocirugía; le intervinieron cirujanos muy buenos. Yo les dije: "Es vuestro enfermo, haced lo que tengáis que hacer". Y a mí me quedó la tarea de la rehabilitación... A los 20 días fue dado de alta. En casa, su madre, su hermano y yo hicimos todo lo posible porque viviera en un ambiente que él recordase como el suyo normal, no como si fuera un convaleciente; era una atmósfera armónica, familiar, relajada. Al estar con la familia interpretó que estaba bien, y eso aceleró su recuperación. Manejaba los libros de pintura y disfrutaba de las imágenes, como era habitual en él. Pasados varios meses empezó a pintar. Se convirtió en un estupendo pintor. En su pintura se advierte ese optimismo que hubo a su alrededor cuando se recuperaba.

P. Usted es gran amigo de artistas. ¿De dónde viene su relación tan fuerte con la pintura?

R. En Zaragoza estudié el Bachillerato en el colegio del padre de los Labordeta. En 1951 me fui a Estados Unidos, a hacer mi especialidad, y allí vi nacer la pintura moderna. De regreso a Madrid, en 1960, conocí muy bien a la galerista Juana Mordó, y, a partir de su amistad, fui también muy amigo de numerosos artistas...

P. De Manolo Millares, por ejemplo. ¿Fue su paciente?

R. Manolo Millares fue mucho para mí, y, especialmente, fraternal amigo. Un día advertimos en él una inicial depresión. Él estaba en ese inquietante mundo de la creación artística intentando recobrar la arqueología de la vida y de la cultura. Pero hubo una época en que estuvo tristón. Su mujer, Elvireta, me lo advirtió... Cada día pasaba a verlo a su casa, y le decía que pintara, que eso era lo suyo, ahí era él mismo, y me hizo caso. Hicimos un viaje al románico mozárabe; mejoró, estaba feliz. Pero un día me telefoneó Elvireta: "Manolo tiene a Coro [su hija de meses] en brazos, se le ha caído y está desorientado". Ingresó, se le diagnosticó una lesión focal en el lado izquierdo del cráneo... Fue operado; pero después de la cirugía, la lesión volvió a reaparecer...

P. Dicen que su pintura tenía que ver mucho con su carácter...

R. Él siempre estaba con la idea de lo oculto; de lo histórico, de lo arqueológico... Un día lo filmé en su estudio, rodeado de sus cuadros y de sus arpilleras, mientras pintaba un cuadro... Cogió un bastidor y empezó a coser objetos, y a hacer agujeros en las arpilleras, hasta que le dije: "¿Y por qué no te coses en el cuadro? Ya que siempre estás mentalmente dentro de tus cuadros, ¿por qué no te metes en el que estás pintando ahora?". Se me quedó mirando, se tumbó en el suelo... La película la tengo hecha, y ahí está Manolo en su propia pintura, con las arpilleras alrededor de su cuerpo.

P. ¿Qué le da usted el ejercicio de la medicina?

R. La satisfacción de saber que lo que hago tiene una repercusión inmediata en el ser humano. También tengo un cerebro, y me interesa saber cómo actúa el mío, y he procurado ayudar a los pacientes a utilizarlo de la manera más productiva.

El neurólogo Alberto Portera.
El neurólogo Alberto Portera.GORKA LEJARCEGI

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