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Reportaje:

Un antepasado en el museo

Tras el 'negro de Banyoles', aparece el 'español de Montbrison', un herrero momificado por los franceses en 1825

Las guerras alimentan los grandes museos. París, Berlín o Londres exhiben obras maestras de la cultura griega clásica, del Imperio Romano o del Egipto de los faraones gracias al poder de convicción de los cañones. Otros museos, más modestos, también son hijos de aquellas conquistas. Hace unos años se hizo célebre el negro de Banyoles, un africano bechuana que, tras ser eviscerado en París por el taxidermista Jules Verraux, acabó aterrizando en las vitrinas del Museo Darder de aquella población gerundense que, mientras no se despertó entre la opinión pública cercana la evidencia de la tradición racista, sólo era conocida por su plácido lago.

Ahora, nuestros colegas de La Vanguardia nos descubren que en la localidad francesa de Montbrison tienen un español expuesto. ¿A título de qué? En 1825, cuando el aristócrata local Jean-Baptiste d'Allard encargó que le "naturalizasen" aquel espécimen, vivían en Montbrison los supervivientes de 1.600 prisioneros españoles de la Guerra de la Independencia.

Parece que en Montbrison les trataron bien. En esa localidad gala, una vez firmado el armisticio, los españoles quedaron libres. Hubo quien regresó, aunque el país, arruinado y con Fernando VII en el trono, tenía un atractivo relativo.

Otros se quedaron, encontraron trabajo, fundaron una familia y acabaron enterrados en el cementerio local. No es el caso del español que nos ocupa. Herrero de oficio -sus restos mortales nos lo presentan con el delantal característico-, el hombre participó en la construcción del edificio que ocupa el Museo de Allard, un centro que, por 2,70 euros la entrada de adulto, permite descubrir una excelente colección de ciencias naturales: cocodrilos, panteras, orangutanes y pájaros, muchos pájaros disecados. Y también "especímenes" humanos como este ex soldado que después se convirtió en especialista en fundiciones.

Nuestro herrero murió de accidente y, sin duda porque nadie reclamó el cuerpo y porque D'Allard no tenía por qué temerle a la Iglesia, el cadáver fue enviado a París dentro de un barril de alcohol. Allí, un colega de Verraux, un tal Édouard Dupont, procedió a su "naturalización" -el término, a principios del siglo XIX, remitía más a preparados a base de arsénico y otras sales que a la concesión de pasaportes- y se lo devolvió a D'Allard para que lo expusiese entre centenares de animales. Y ahí ha estado hasta hace poco, hasta que los responsables actuales del museo comprendieron que su "español" disecado carecía de valor científico.

La última vez en que el herrero viajó fue a Suiza, en 2002, en una exposición de corte artístico bajo el tema La gran ilusión: ¿muerto o vivo? Un artista catalán, Jordi Benito, ha realizado en ocasiones obras que incluyen restos humanos. El británico Damian Hirst envasa en formol vacas y otros mamíferos cortados a rodajas. Un artista austriaco nos promete la inmortalidad si le cedemos nuestro cadáver para que él lo "esculturice". Todo eso es discutible y puede provocar las reticencias o la indignación de creyentes o de quienes se sienten muy escépticos ante los caminos adoptados por el arte contemporáneo, pero tiene poco que ver, moralmente hablando, con esas exposiciones coloniales que a principios de siglo XX enviaban de gira, enjaulados, a unos nativos canacos, entre ellos el abuelo del antiguo jugador del Madrid Christian Karambeu. ¡Luego los franceses se sorprenden de que en Nueva Caledonia quieran ser independientes!

A la izquierda, el <i>negro de Banyoles.</i> A la derecha, el <i>español de Montbrison.</i>
A la izquierda, el negro de Banyoles. A la derecha, el español de Montbrison.PERE DURAN / LA VANGUARDIA

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