Segundas ocasiones
Basada en la larga novela homónima de Almudena Grandes, con una estructura complicada que mezcla a voluntad tres tiempos históricos diferentes y a un puñado de personajes marcados todos por algún desgarro interior profundo, Los aires difíciles es el regreso al territorio en el cual Gerardo Herrero transita con más comodidad, esas historias marcadas por un conflicto real que involucra a un número amplio de personajes que se parecen a la vida misma. O, dicho de otra manera, que el filme se sitúa en la mejor tradición de los hallazgos narrativos del director-productor, hermanado con las dos criaturas suyas que más conforman a este cronista, y que son, sin duda, Las razones de mis amigos y El principio de Arquímedes.
LOS AIRES DIFÍCILES
Dirección: Gerardo Herrero. Intérpretes: José Luis García Pérez, Cuca Escribano, Carme Elías, Pilar Castro, Roberto Enríquez, Andrés Gertrudis. Género: drama. España, 2005. Duración: 117 minutos.
Como en este último título, también aquí se habla de la importancia de las segundas ocasiones, de la necesidad profunda que algunas personas experimentan de torcer el rumbo, de buscar aires (profesionales, afectivos, incluso geográficos) nuevos. Y como en Las razones..., también aquí se habla de la superior importancia que las familias culturales, aquellas que nos creamos alrededor de los amigos, tienen sobre las familias biológicas, aquellas de las que no tenemos más remedio que formar parte.
Ambientada en un pueblo de la costa gaditana (pero podría ser casi cualquier lugar alejado de los espacios de la vida anterior de los personajes), Los aires... cuenta, con un aire contenido que tal vez no sea la mejor opción dramatúrgica a adoptar, pero que el espectador reconoce como una de las marcas de estilo del director, la vida de Juan (García Pérez), su pasado, los traumas que lo acompañan; en definitiva, el peso que la muerte, y tal vez también el remordimiento, tienen en su existencia cotidiana. Pero la ficción habla también de su asistenta andaluza (una extraordinaria Cuca Escribano: en la construcción de su personaje está la clave para lo que habría podido ser una visión más abierta, más arrebatada en el resto de los actores), de una amiga, Sara (Carme Elías), que en una opción discutible, pero tal vez inevitable dada la amplitud de la novela de partida, queda muy apagada en su función de espejo donde se reflejan las vicisitudes de su amigo y vecino Juan; y de niños; y del pasado, claro: de allí donde moran todos los fantasmas.
Herrero se mueve con soltura en medio de una historia, ya quedó dicho, narrada en tres tiempos, con las dificultades que todo salto temporal suele suponer para cualquier creador audiovisual. Lo hace apoyado en actores que no siempre están a la misma altura, o en un parecido registro interpretativo (uno sospecha que Escribano y Pilar Castro, espléndida cuñada/amante de Juan en el pasado, están mucho más cómodas en la piel de sus personajes que el resto del elenco), pero gracias a una historia poderosa, que por momentos bordea la emoción más primaria, saca adelante lo que más interesa, esa límpida, compartible visión de la vida como el arte del encuentro, sin malos malísimos ni buenos santurrones, pero sí con la sensación de que manteniendo los ojos bien abiertos es cuando realmente se accede a algo parecido a la felicidad. Y aunque sea sólo por esa verdad incontrovertible, ya vale la pena la función.
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