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Columna
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Dinamarca no invadió Alemania

Soledad Gallego-Díaz

¿De verdad que la publicación de 12 caricaturas de Mahoma en un periódico danés es un hecho gravísimo? Pero, ¡si se trata sólo de caricaturas! Se podrá pensar y decir que son de mal gusto, insultantes, necias, inoportunas o incluso blasfemas, pero algunas tienen gracia y todas son, simplemente, caricaturas. ¿A qué viene tanto sufrimiento, tanta ira? Repitámoslo 100 veces a ver si nos damos cuenta nosotros mismos de qué estamos hablando: de caricaturas...

Es cierto que no se trata de "hágase la verdad y perezca el mundo". Seguro que si el director del Jyllands-Posten hubiera decidido en el último minuto que los dibujos podían ofender a muchos lectores y que no merecía la pena publicarlos, no se hubiera hundido la libertad de expresión, ni en Dinamarca ni en el resto del mundo. Lo lamentable es que, puestos a apaciguar la furia desatada, quienes van a terminar poniendo en peligro la libertad de expresión son quienes se han lanzado ahora, en España y en todo Occidente, a proclamar que no se puede criticar lo sagrado y que hay que poner las religiones al abrigo de críticas y de burlas.

La lucha entre lo sagrado y lo profano ha costado en Occidente siglos de esfuerzo y quienes hablan en nombre de nuestra cultura deberían respetar a los individuos y a los grupos que a lo largo de nuestra historia han peleado y sufrido para que se les reconociera el derecho, justamente, a negar lo sagrado, criticar las religiones e incluso a reírse de ellas. Gracias a ellos, nosotros, los europeos, estamos mejor preparados para ejercer y experimentar la crítica y somos algo menos manipulables que los ciudadanos de otras zonas del mundo, a los que se somete con la creencia de que hay cosas, empezando por las relacionadas con Dios, que no pueden ser objeto de examen, de crítica o de risa.

A ver si es posible que quede algo claro: no han sido las caricaturas, sino los clérigos, como siempre, los que han provocado los incidentes y las manifestaciones. Los clérigos con ambiciones políticas que, a lo largo de la historia, se han empeñado en manipular los sentimientos religiosos, cristiano, musulmán o judaico. Quede claro que lo que necesita el islam es crítica, musulmanes capaces de reírse de lo que dicen sus dirigentes y de lo que dice su religión sin que les caiga la ley encima y sociedades a las que por mucho que les ofenda y desagrade esas risas, sepan que sin separación entre religión y Estado no existen avances democráticos. Y lo que necesitamos en Occidente es parar a quienes pretenden ahora elaborar nuevos códigos que nos hagan volver atrás.

Parece mentira que tantos años después haya todavía que recordar a Salman Rushdie: no cuestionar lo sagrado nos hace estar paralizados por ello. "La idea de lo sagrado es una de las nociones más conservadoras en cualquier cultura, porque busca convertir otras ideas, como la duda, el cambio y el progreso, en crímenes". O como escribe en Spiegel online Ibn Warraq (un pseudónimo habitualmente utilizado por disidentes musulmanes): "Sin libertad para discutir, disentir, e incluso para insultar y ofender, el islam permanecerá osificado". Quizás quienes tanta prisa se han dado en defender el respeto por lo sagrado al lado de políticos o de clérigos del islam que atacan a sus propios ciudadanos deberían demostrar un poco más de solidaridad con Ibn Warraq y con su difícil lucha. Él se ha arriesgado mucho al pedir que dentro del mundo musulmán se haga un pequeño gesto de apoyo al periódico danés y merece todo nuestro respeto y admiración.

Se cuenta que un día le preguntaron a Clemenceau: "¿Qué cree usted que pensarán los futuros historiadores acerca de un asunto tan engorroso y controvertido como quién fue el culpable del estallido de la I Guerra Mundial?". "Eso no lo sé", contestó el político francés, "pero sé con certeza que no dirán que Bélgica invadió Alemania". Si dentro de unos años se les pregunta a los historiadores, sabrán con certeza que el incidente de las caricaturas no fue el desencadenante de nada. Lo será lo que suceda en Oriente Próximo o la invasión ilegal de Irak, la necesidad occidental de petróleo o el desarrollo de los acontecimientos en Irán. O la incapacidad del propio islam para sacudirse el imperio de la religión sobre la política. Pero, y no es cuestión de opiniones, los dibujantes del Jyllands-Posten no habrán invadido Alemania. solg@elpais.es

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