La felicidad de la ironía
Saki es el seudónimo de H. H. Munro, escritor escocés nacido en la antigua Birmania en 1870 y muerto en combate en Francia en 1916, durante la Primera Guerra Mundial. En España se han editado varios libros de cuentos, especialmente antologías, desde el año 1980 hasta hoy, pero nunca se había trasladado al castellano el total de sus cuentos. Esta hazaña se la debemos a una editorial de nuevo cuño, Alpha Decay. Los cuentos de Saki son una tentación para todo editor, de ahí que haya varias antologías suyas en castellano: son fáciles de hacer (todos los cuentos son buenos, sin excepción) y quedan bien. Sólo Valdemar publicó un volumen de cuentos tal y como apareció originalmente. Editar los cuentos completos, en cambio, es hacer una apuesta literaria con todas las de la ley, lo que distingue a un editor.
CUENTOS COMPLETOS
Saki
Varios traductores
Alpha Decay. Barcelona, 2005
820 páginas. 42 euros
Saki tiene entre sus admiradores acérrimos a autores de la categoría de Graham Greene, Tom Sharpe o Roald Dahl. No es para menos. Quizá sea el mejor humorista que ha dado la literatura inglesa, pero en todo caso nos encontramos ante un magnífico escritor. Sus cuentos son relatos breves, a veces tan breves que casi parecen escenas más que cuentos propiamente dichos; por ahí asoma el colaborador de periódicos: conciso, preciso, dotado de una inteligencia rápida y mortal; puede decirse que fue una verdadera cobra para la sociedad eduardiana.
En buena parte de sus relatos se advierte una característica que otros ya han señalado: la crueldad. El lector sospecha que detrás de este brillantísimo satirizador hay una persona atormentada que se desahoga hiriendo y a la que su educación le impide ser manifiestamente feroz y brutal, por lo que recurre a subterfugios como el humor, que es un arma tan dañina como divertida en sus manos. La suya no es una ironía fácil ni llamativa sino contenida e insinuante, aunque sus insinuaciones silban como una lengua de serpiente; es sutil y profundo; tiene también un fondo de dureza y de falta de compasión con sus víctimas; desprecia sobre todo el adocenamiento social, la fatuidad y la tontería y reparte estopa a base de bien. Demuestra una misoginia militante, pero su fastidio alcanza también a los niños y a los pelmazos.
Su ácida visión de los seres y las relaciones humanas revela un fondo de profundo pesimismo unido a ese buen estado de ánimo que proporciona la ironía. Las ocurrencias de Saki son como días de sol en un clima pesado y lluvioso. Quizá su precaria salud y su homosexualidad (en una época de extrema ocultación) lo indujeran a ese estado de ánimo; quizá la sensibilidad del que se siente marginal fuera la que aguzó al extremo su implacable retrato de la hipocresía social.
El humor de Saki puede ser
sencillo y elaborado. Un par de ejemplos de afable sencillez: "No soporto la posteridad: le encanta tener la última palabra" (detrás de esta frase, y de su obra, está Oscar Wilde, obviamente); y: "Sé que era el alba porque se oían ruidos de alondras en el cielo y la hierba daba la impresión de que la habían dejado fuera toda la noche". Ahora veamos algo más ácido: "¿Y estar rodeada de estadounidenses que intentan hablar francés? No, gracias. Adoro a los estadounidenses, pero no cuando tratan de hablar francés. Es un alivio que nunca intenten hablar inglés". O: "Y después el comandante nos ofreció un gráfico relato de una lucha que mantuvo con un oso herido. En privado deseé que los osos ganaran alguna vez en tales ocasiones; al menos ellos no irían fanfarroneando por ahí". El sketch teatral titulado La docena del fraile es otro ejemplo redondo de esta ironía sencilla.
De ahí pasamos ya a unas escenas más elaboradas, como el intento de una dama británica de regatear por el precio de un señuelo en plena cacería de tigres. Las damas británicas, en recuerdo de las dos tías atroces que lo criaron de pequeño, son atrozmente tratadas. Pero es que hay cuentos -están entre los mejores- en los que de la crueldad se pasa casi al humor negro, pero bien negro, como es el caso de Tobermory, El método Schartz-Metterklume, Sredni Vashtar o el maravilloso La ventana abierta -aquí titulado La puerta abierta, pues es ambas cosas, por lo que quizá debieran haberlo titulado El ventanal abierto-.
En los cuentos de este porte
es donde el humor de Saki alcanza la genialidad. En ellos la atmósfera creada contiene una mezcla de horror y fantasía que es única y que demuestra hasta qué punto Saki trabajaba sin miedo a los límites. La expresividad que consigue con esa mezcla especial, marca de la casa, es un hito en la literatura satírica. La joven fabuladora que sostiene el mencionado La puerta abierta es un modelo de cómo toda una trama depende única y exclusivamente de la ambigüedad de la voz del narrador, que se descubre en la última línea con un golpe de efecto prodigioso. Si alguna vez se ha podido demostrar que la última línea contiene, resume, desvela y encarece el sentido de un cuento, es en este relato.
Sólo cabe reprochar a los editores que, en un libro de este grosor, no hayan ampliado los medianiles -los márgenes interiores- para facilitar la lectura. Por lo demás, se trata de un libro para la biblioteca o para estar un par de meses en la mesilla de noche, no para leer de carrerilla, aunque más de uno lo hará. Es uno de esos raros libros que, además de aguzar la inteligencia, producen felicidad.
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