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Reportaje:SEVILLA | LOS GUETOS EN ESPAÑA

El 'quejío' del Polígono Sur

Tereixa Constenla

La hija del tocaor Carlos Heredia entraba a su piso de casada tocando palmas. "Tenía que espantar unas ratas así [su padre recrea el tamaño de un folio]. La basura llegaba al segundo piso". Carlos Heredia, que ha cedido a su hija el cuarto que emplea como estudio de grabación, cree que el Polígono Sur, el barrio sevillano donde nació hace 44 años, ha empeorado "horroroso" desde su infancia, cuando su madre esperaba en la calle hasta la madrugada a que regresara de tocar con los hermanos Amador y otros niños a los que un avispado empresario bautizó como Los Gitanillos. "Venían a vernos todos los grandes: Paco de Lucía, Camarón, Lola Flores, Chiquetete, Pansequito...". Heredia aprendió a tocar en las plazoletas del Polígono Sur y, con el paso del tiempo, acabó deleitando a los espectadores de la Ópera de París y del Teatro Real.

La degradación social se acentuó en los noventa, cuando el tráfico de drogas y armas comenzó a ejercerse sin tapujos en bloques enteros
A la casa del tocaor Heredia no acude el repartidor de pizzas por miedo. Algunos taxistas rehúsan carreras que les obliguen a entrar en la barriada
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En los circuitos flamencos, Polígono Sur es un marchamo de creatividad, aunque en Sevilla simbolice la exclusión social. "Es un sello para estigmatizar a la población, pero fuera de aquí también es un sello de calidad en el flamenco", compara Paco Cordero, el director del centro de educación de adultos, que batalla para convencer a la Administración de que el flamenco puede convertirse en un "yacimiento de empleo" para un vecindario lastrado por la precari-zación laboral (afecta al 82,8% de la población activa).

Un barrio que nació sin nombre

Un barrio que nació sin nombre parece condenado de antemano a la falta de identidad. Los grupos de viviendas públicas levantadas a partir de los sesenta para alojar a familias chabolistas y obreras se identificaron inicialmente con números, que acabaron conformando una isla cercada por barreras físicas donde residen unas 40.000 personas (el 25% es de etnia gitana), que se distribuyen en seis barriadas heterogéneas (Paz y Amistad, La Oliva, Murillo o Tres Mil Viviendas, Las Letanías, Martínez Montañés y Antonio Machado).

Carlos Heredia ya nació en el barrio, igual que Raquel Borja Borja, de 29 años. Pertenecen a la segunda generación y se han criado vinculados al Polígono Sur, con el que mantienen una relación ambivalente. Raquel elogia su plaza -"no se ve ni un papel en el suelo"- y sus raíces, pero si pudiera se mudaría para ahorrarle a sus cuatro hijos riesgos e inseguridad, la principal preocupación vecinal.

La degradación social se acentuó en los noventa, cuando el tráfico de drogas y armas comenzó a ejercerse sin tapujos en bloques enteros de Martínez Montañés. "Se extendió la imagen de que era una ciudad sin ley", señala Montserrat Rosa, la directora del Plan Integral para el Polígono Sur. La delincuencia no encontró trabas ante la Administración, que se retiró en desbandada. Por ciertas áreas dejó de circular el autobús urbano, se suspendió el reparto de Correos y la recogida de basuras. Emergió con fuerza la delincuencia de menores. "Cada vez que la Administración deja de tutelar se producen estos deterioros", expone Rosa, una socióloga experimentada en zonas desfavorecidas.

Los desmanes de un sector contaminaron la imagen del resto. A la casa del tocaor Carlos Heredia no acude el repartidor de pizzas por miedo. Algunos taxistas rehúsan carreras que les obliguen a entrar en la barriada. Para colocar un pivote, los operarios municipales reclamaban protección policial hasta hace poco. En uno de los barrios con más talentos, ningún cartel anuncia conciertos.

El deterioro fue tan mayúsculo que en 2003 las administraciones (Ayuntamiento de Sevilla, Junta de Andalucía y Gobierno central) dieron luz verde a la creación de un comisionado para el Polígono Sur, que se convirtiese en su único interlocutor y se encargase de elaborar un plan integral para transformar el barrio. Las cinco intentonas realizadas antes habían fracasado por completo. En esta ocasión, el equipo creado dispone de recursos y libertad. En estos dos años han puesto en marcha un ambicioso proceso de participación para implicar a los vecinos en la construcción de su futuro. El resultado -un plan para 10 años- será aprobado en las próximas semanas por las tres administraciones, e incluye medidas para mejorar la educación (casi el 64% de analfabetos totales o funcionales), el empleo (la tasa de paro ronda el 40%), la salud (mayores índices de mortalidad, cáncer, sida y embarazos de adolescentes) o la seguridad. Sólo en la reforma de las 10.000 viviendas se invertirán 137,9 millones, según la gerente de la Oficina de la Vivienda del Polígono Sur, María José Rodríguez.

En estos dos años se han dado pequeños pasos. Se han demolido más de 60 construcciones ilegales y se han restablecido servicios básicos interrumpidos. Acabar con la impunidad es uno de los objetivos del plan. "Faltaban mínimas normas de control, y eso aumenta la inseguridad; yo quisiera tener la misma seguridad o inseguridad que hay en otros barrios de Sevilla", señala Pilar Vizárraga Fernández, una de las gitanas que capitanea el movimiento asociativo del Polígono Sur.

Pilar, de 38 años y con tres hijos, simboliza la revolución de las mujeres gitanas, que fundaron la asociación Akherdi i Tromipen, desde la que desarrollan proyectos sociales y formativos. Ella dejó la escuela con 10 años por voluntad propia, igual que Raquel Borja, que se casó a los 14 y dio a luz al año siguiente. Ambas desearían que sus hijas fueran a la universidad, un hecho aún excepcional entre el barrio, donde el absentismo escolar oscila entre el 40% y el 60% y donde hay menores que jamás han ido a la escuela.

Frío en el atardecer de las Tres Mil Viviendas. Muchos vecinos hacen candelas en las puertas de sus casas.
Frío en el atardecer de las Tres Mil Viviendas. Muchos vecinos hacen candelas en las puertas de sus casas.PABLO JULIÁ

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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