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Columna
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Homenaje

Un homenaje es un gozo porque demuestra que hay personas que merecen admiración y respeto, tal como ocurrió el martes pasado en el Ateneo de Sevilla, donde el recuerdo del homenajeado provocó que pesara la emoción como si se hubiera materializado sobre los amigos que allí nos encontramos.

Los oradores fueron Santiago del Campo, Diego Romero de Solís, José Mª Prieto Soler, Cinta Canterla González y Rafael Rodríguez Sandez, a quienes se les acercaba el micrófono en cada movimiento porque se les perdía la voz en un susurro sobrecogido. Lo compararon con Giner de los Ríos por su moralidad intelectual, que convirtió en un "conmovedor humanismo elegante y libre". Decente y honesto, dijeron y pongo mi mano en el fuego por esa verdad, era un profesor irónico y socrático que utilizaba silencios y estímulos para conseguir una respuesta que esperaba con infinita paciencia, muy cercano siempre pero evitando establecer relaciones de dependencia. Introdujo el estructuralismo que aquí no se conocía; hizo una revisión teoríco-práctica de Aristóteles; enseñó a practicar la hermenéutica: a leer e interpretar un texto con sentido; y dejó constancia en sus escritos de su interés sobre Deleuze y Derrida. Me gustó tanto oír todos sus méritos académicos como una frase que envió a uno de los oradores: "El dolor es el precio necesario de la permanencia en el tiempo".

También manifestaron la importancia que había tenido su mujer Marie Paule en su vida. Y es que tiene la inteligencia necesaria para ello, pues, tal como dijeron, él vivía la filosofía; su discurso filosófico estaba asentado en esa misma vida: vivirla buena para uno y para los demás en instituciones justas. Es coherente con la importancia que le daba a "consentir con lo otro", pero no se me había ocurrido que para ello hay que ser capaz de "aceptar la necesidad". Me alegro de haberlo oído. Es bonito y lógico. Hablaron también de su escritura, clara y poética, pues como músico, que también lo era, le daba mucha importancia a la armonía. Yo diría que en todo: su modo de ser era armónico. Y por eso estábamos allí. No era el primer homenaje de Mariano Peñalver ni será el último, pero es al que yo asistí y el que no olvidaré. Su ausencia es una gran pérdida.

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