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Columna
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El ardor republicano

Leo una información de la cronista Mariángel Alcázar sobre el nacimiento de la infanta Leonor que me perturba. "Los Príncipes contestarán una por una todas las felicitaciones", dice. Y más adelante amplía la noticia. Explica que entre las tareas que se han impuesto a las pocas horas de haber sido padres está la de "contestar todas y cada una de las felicitaciones que han recibido en los últimos días con motivo del natalicio de la niña".

Mariángel Alcázar no nos explica el soporte que usarán para contestarlas, pero supongo que será el papel. Es lo elegante. A pesar de que anunciaron a la prensa que se iban de parto a través de un SMS, no creo que utilicen el mismo sistema para dirigirse, por ejemplo, al Príncipe de Gales. No sería digno enviarle un mensaje al móvil con el texto: "Krlos muxas grcias x la flicitacion :-) bsos a kmila". Por lo tanto, se supone que enviarán cartas de verdad. Y aunque las escriba un secretario y ellos sólo tengan que firmar, firmar lleva un tiempo. Por rápido que vayas, te dejas cinco segundos. Y cuando hace rato que firmas tardas más, porque se te cansa la mano (lo sé porque en la banal y mercantilista Diada de Sant Jordi me encanta firmar libros a los banales y mercantilistas lectores).

Por lo tanto, a pesar de que Mariángel no nos dé cifras, es fácil hacer cálculos. Los príncipes habrán recibido una tarjetita de todos nobles que fueron a la boda (excepto, tal vez, del gran Ernesto de Hannover). O sea que tendrán que enviar una carta a todas las casas reales del mundo, exceptuando la del copríncipe de Andorra, que no estuvo. No es poco. Que si escríbele al de Bélgica; que si a los de Suecia; que si a los de Noruega, que ya sabes cómo son; que si al de Bulgaria, que, oye, vino con todos sus hijos; que si a los de los países árabes, sin dejarte a sus esposas y concubinas...

Contestar estas cartas es un trabajo arduo, pero no imposible. Y también es un trabajo arduo contestar a todos los demás invitados. Al defensor del pueblo, a Nelson Mandela, a los ex presidentes del gobierno, a los directores de diario, al señor de El Corte Inglés, a los deportistas, a las modelos o a los banqueros. Pero, como les digo, no es lo que me asusta. En realidad me asustan los políticos que no asistieron a la boda a pesar de estar invitados. Por ejemplo, Joan Puigcercós y Gaspar Llamazares. Y si no asistieron, fue por sus convicciones republicanas. Pero esto de las convicciones republicanas no es del todo coherente. Yo misma, que las tengo, sería muy feliz de recibir una carta de la Casa Real, así que en cuanto termine el artículo me pongo a escribir a mis Príncipes. Y sé que Puigcercós y Llamazares habrán pensado lo mismo que yo. Nada les haría más felices que enviar una carta a los ciudadanos Letizia y Felipe para, de este modo, recibir una carta suya en agradecimiento.

Si todos los que votaron a Esquerra Republicana y a la coalición Izquierda Unida en las pasadas elecciones envían una carta de felicitación, la Casa Real puede recibir, fácilmente, 700.000 cartas. Claro que si cada votante envía la misma carta nueve veces (ya se sabe, hay acciones que te las dicta el corazón y no el cerebro), el número de cartas por contestar será de más de seis millones. Seis millones de cartas a cinco segundos por firma suponen 30 millones de segundos. Eso son más de 8.000 horas, lo que representa un año y medio firmando sin parar, exceptuando las ocho horas de sueño. Los Príncipes no podrán hacer nada más, ni presidir desfiles, ni saludar, ni ser los mejores embajadores de España en el extranjero, ni visitar hospitales, ni mucho menos engendrar los entre tres y cuatro infantes que nos prometieron. Ni podrán cambiarle los pañales a la infanta Leonor. Ni alimentarla y darle cariño. Por culpa de las cartas, tendrá que vivir con los abuelos o en una casa de acogida, lo que dañará de un modo irreversible la imagen de la Monarquía. No quiero ni pensarlo.

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