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Columna
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Ser alcalde

El de alcalde es un trabajo difícil. Un alcalde se sienta en un pajar y termina siempre clavándose la aguja. Es responsable de todo: del tráfico, de la suciedad de las calles, de los despidos de una multinacional y del mal estado de los colegios. Incluso de que los jóvenes se emborrachen los fines de semana. No se entiende la manía que tienen algunos de meterse en política para ser alcalde, con lo bien que vivirían siendo sólo diputados. Y no digo nada de la calidad de vida que alcanzarían como senadores. Un diputado del Gobierno, si se empeña, puede cubrir la legislatura acudiendo a su provincia una vez al año. El día que tiene que contar las inversiones que para ella destinan los Presupuestos. Y un diputado de la oposición, dos veces. Una para censurar lo presupuestado y la otra para criticar la escasa ejecución de lo que se había anunciado. Hay diputados de provincias que dejan de serlo sin que nadie se hubiera enterado de que lo eran. Los senadores concluyen sus cuatro años de mandato todavía peor. Ni ellos, a veces, se enteran en qué ha consistido su trabajo.

Los presupuestos de la Junta y del Estado ya se han presentado. Y con ello ya ha concluido para algunos la temporada de siembra. Se critica la labor de los gobiernos, pero nunca se censura el trabajo de los diputados que sustentan ese gobierno. Se escucha a los líderes de la oposición, pero se premia demasiadas veces a sus diputados por no abrir la boca. No hay trabajo alguno en el mundo, salvo el de diputado, que se mida por el número de preguntas hechas. Ser alcalde es más complicado. Al alcalde se le mide por las respuestas. Se elige para cuatro años y nada más alcanzar la mitad del mandato ya está en la cuerda floja. Y empieza a ponerse de los nervios. Disfruta de dos años para subir los impuestos, y el tercero y el cuarto, cuando más ingresos necesitas para hacer obras, se ve en la obligación de bajarlos. Se pasa dos años colocando primeras piedras y resulta que al final tiene la obligación de poner la última. Y es entonces cuando se da cuenta de que ha perdido la mitad del tiempo.

Y encima, a veces, a su contrincante le da por hacer una oposición constructiva. ¿Quién se inventaría eso de la "oposición constructiva"? Cuánto daño les está haciendo esa expresión a los alcaldes. La oposición siempre ha sido destructiva y como su propio nombre indica está para oponerse, no para ofrecer alternativas. Cuando un alcalde habla de un proyecto suyo está hablando siempre de un proyecto de ciudad. Y cuando la oposición se opone a un proyecto del alcalde, se está oponiendo a la ciudad. Por eso no se entiende la manía que les ha entrado a los gobernantes de hacer política desde la oposición, ni a los aspirantes a gobernar por fabricar discursos institucionales. Y no digo nada cuando a los gobiernos les da por contentar a todo el mundo. Un ejemplo es la Ley del Suelo. Diez días ha durado el problema de las VPO y el suelo turístico en Andalucía. Chaves le ha pedido a su partido que presente una enmienda a la enmienda que ya había presentado. Esa sí que había alterado a los alcaldes. Era oposición constructiva, pero de la que no deja construir más. Y justo en el ecuador del mandato. Un error de cálculo. De cálculo electoral.

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