"La verdad es cuestión de estilo"
Albert Sánchez Piñol (Barcelona, 1965) publicó en 2002 su primera novela, La piel fría, editada en catalán por La Campana y traducida al castellano por Edhasa. Galardonada con el Premio Ojo Crítico de RNE y convertida en un éxito sostenido de ventas, aquella obra despachó más de cien mil ejemplares y todavía hoy sigue sumando traducciones. Como antropólogo africanista, Sánchez Piñol había publicado antes Pallassos i monstres, un libro protagonizado por personajes como Mobutu, Bokassa, Haile Selassie o Idi Amin y cuyo subtítulo lo decía todo: La història tragicòmica de 8 dictadors africans. El escritor catalán publica ahora en castellano Pandora en el Congo, traducida por Xavier Theros, miembro del dúo lírico-cáustico Accidents Polipoètics. La novela tampoco ahorra en acidez a la hora de contar las peripecias de una expedición comandada por dos hermanos sin piedad que, a principios del siglo XX, viajan al Congo en busca de oro y se encuentran con los tecton, un enigmático pueblo perdido.
PREGUNTA. Usted estuvo en el Congo con los pigmeos.
RESPUESTA. Sí, y tuve que marcharme por la guerra. Cualquiera podía matar y morir. Hubo más de dos millones de muertos, pero a nadie le interesa porque ésa no es la guerra que "importa", la que "importa" es la de Irak.
P. ¿El Congo de su novela se parece al real?
R. El mío es un espacio escénico. De hecho, éste no es un libro sobre África sino sobre el imaginario de África. Habla de cómo vemos a los otros. Invirtiendo los parámetros, los tecton somos nosotros. Siguen la lógica de los colonizadores: primero llegan los misioneros, luego los mercaderes y, finalmente, los soldados.
P. Su novela echa mano de todos los géneros: las aventuras, la intriga, el amor...
R. Para mí es legítimo leer Pandora en el Congo sencillamente como una novela de aventuras. Luego hay otros ingredientes. También puede leerse como una novela policiaca: hay asesinatos, sospechosos, un investigador, un juicio... Es, claro, una parodia. Vamos, que el asesino es el mayordomo. También es una sátira de la novela rosa.
P. Pero tiene otros niveles.
R. Bueno, si nos ponemos intelectuales -y podemos ponernos mucho- vemos que hay dos historias que tienen que ver con la creación de imaginarios. Una habla de África, en su versión exuberante. La segunda trata del imaginario por excelencia: el amor, que depende de lo que nosotros proyectamos en el otro. Así, el protagonista se enamora de una mujer a la que no conoce.
P. Eso en Londres, porque en África la historia de amor es épica.
R. Claro, porque los protagonistas están construidos a semejanza de los grandes amantes de la literatura. Y ya sabemos que a los amantes la grandeza no se la da el amor sino el poder de las fuerzas que se les oponen. El de Marco Antonio y Cleopatra es grandioso porque tienen en su contra a todo el imperio romano.
P. La parodia también afecta a la metaliteratura, que tiene más prestigio que los géneros "populares".
R. La novela se fabrica a partir de un guión de novela barata. En el fondo, toda historia no es más que la sofisticación de una idea simple. Todo depende de cómo la hinches.
P. ¿Todo es cuestión de estilo, como dice un personaje?
R. Todo es una construcción. Así vemos cualquier realidad que no es la nuestra. ¿Respecto a África? Tenemos a los blancos malos y a los negros buenos. Y al contrario. Luego está el imaginario del turismo, que es absurdo. Y luego, el de las ONG, más elaborado pero igual de falso.
P. ¿No hay ninguna posibilidad de acercarse a la realidad?
R. Pocas. Todos son imaginarios. La diferencia es que unos son más lúcidos que otros.
P. ¿Qué debe su literatura a su formación de antropólogo?
R. Casi todo. La antropología es un punto de vista que lo mismo puede aplicarse a los masai que a un grupo de lesbianas de Chueca. El otro es el tema antropológico por excelencia. Lo que importa es la mirada.
P. Imposible, entonces, escapar del relativismo.
R. La tesis posmoderna dice que el antropólogo es sobre todo un intérprete. Uno va a un lugar cuya lengua no habla. ¿Qué sociedad termina conociendo? ¿La que existe? ¿La que le filtra el intérprete?
P. ¿Y la verdad?
R. No hay verdades, hay versiones. La verdad es sólo la última versión de un relato. Todo es menos mayestático de lo que nos pensamos. ¡La cantidad de muertos que hubo en la Edad Media a cuento de la verdad en las polémicas sobre el prepucio de Cristo!
P. ¿Somos tan crédulos?
R. Tenemos necesidad de creer y, sobre todo, de escuchar historias.
P. ¿Por qué?
P. Generalmente se dice que el motor de nuestros actos es la pulsión de poder, pero yo creo que es más bien la pulsión de sumisión. A la mayoría de la gente le gusta más recibir información que gestionarla. Tenemos, antes que nada, necesidad de oír historias y, en todas las sociedades, es una minoría la que las cuenta.
P. El horror es otro de los temas de su libro. El narrador afirma que no tiene nada de inefable, que es vulgar. "Para matar sólo hacen falta dos cosas: querer y poder", dice.
R. Hannah Arendt decía que el mal sólo es incomprensible porque nosotros decimos que lo es. Estoy de acuerdo. Todo depende del contexto. Los hermanos de mi novela son dos psicópatas que en Inglaterra están bajo control. Los cambias de sitio, los llevas a África y aquéllo es cancha libre. El que puede matar lo hace. Matar es algo feo hasta que te ordenan hacerlo.
P. ¿No hay progreso moral?
R. ¿Es que no está hoy el mundo lleno de hermanos Craver?
P. ¿Los derechos humanos no merecerían ser universales?
P. Muchos de esos derechos, cogidos uno por uno, ni se aguantan. ¿Qué significa el derecho a la propiedad privada en sociedades donde no existe la propiedad privada? Nosotros tardamos, con suerte, veinte años en pagar una casa. Los pigmeos construyen la suya en menos de una semana. Trabajamos ocho horas diarias. Lo pigmeos, ocho semanales. Nuestra libertad nos la da el despertador cada lunes. Claro que todo tiene su coste: ellos mueren antes. Podrías darles una lavadora, pero sabiendo que tendría un coste.
P. Los pigmeos aparecen de pasada en esta novela. ¿Va a escribir un libro sobre ellos?
R. Ahora preparo uno sobre los dos mil años de relación entre Occidente y los pigmeos. No hace falta la ficción. El primer explorador que los "descubre" escribe: "He encontrado una raza de enanos". Nadie le cree. El siguiente dice: "He encontrado a los pigmeos de los que habla Homero". A éste le creen, en parte porque escribe muy bien. De hecho, su libro se convierte en un best seller científico. Además, coincide con que Schliemann acababa de descubrir las ruinas de Troya, con lo que cobra fuerza esa vieja tesis de que los clásicos tienen valor histórico. Cada uno ve los pigmeos que quiere ver. Cuando empieza a ponerse de moda la ecología, triunfa un antropólogo que sostiene que viven en simbiosis con la naturaleza. Una historia resulta más atractiva que las otras y ésa es la que tiene éxito. La verdad es cuestión de estilo. Además, durante décadas se escribe desde la superioridad. Cuando un antropólogo viene de África es un héroe. Cuando viene el primer pigmeo, lo mandan al zoológico.
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