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Columna
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La guerra de los valientes

Eduardo Madina

Dicen que en la tribuna de la ONU es difícil hablar y muy difícil decir algo. Para quienes creen en la institución, debe ser como un cosquilleo de responsabilidad, 20 o 30 pulsaciones más en los momentos previos a la intervención, esos instantes en los que el orador camina hacia el globo entre laureles mientras la sala espera en silencio. En ocasiones, se pueden escuchar discursos que se quedan fotografiados en la historia, quietos, permanentes, flotando sobre la bruma del East River para marcar senderos de esperanza en esos días en los que, siquiera un decidido intento, una breve tentativa y, de repente, algo, por fin, combina con el fondo verde de la Asamblea General.

Uno de los más famosos es un viaje a través de la historia hacia la melancolía del 13 de noviembre de 1974, en pleno amanecer de la paz de los valientes. Frente a la historia a la que aquel día pasó Arafat, se cayera o no la rama de olivo, hay otras muchas veces que los discursos no suenan a casi nada. Días de esos en los que el río que bordea Manhattan se convierte de repente en una especie de Leteo y las palabras de los líderes se quedan atrapadas en la bruma invisible del río del olvido. Palabras vacías que llenan discursos vacíos, con líderes vaciados de todo lo necesario en las grandes citas.

Si los avances en la Agenda del Milenio continúan así de lentos, se tardará más de un siglo en cumplirla
Esta semana, en la Cumbre de la ONU, las palabras, llenas de buenas intenciones, se quedaron vacías

Esta semana, en la cumbre que más jefes de Estado ha reunido la ONU en toda su historia (170 en total) las palabras, llenas de buenas intenciones, se quedaron vacías. Sobre la mesa estaba el más alto desafío que jamás haya afrontado la comunidad internacional: el combate decisivo, el de la lucha contra el hambre y la pobreza en el mundo, que se quedó sin el impulso político necesario en la revitalización de la hoja de ruta que 189 países firmaron en el año 2000 para reducir la pobreza mundial a la mitad en el año 2015. Los Objetivos del Milenio, que necesitaban el empujón de esta cumbre, se han quedado sin ese impulso y sin nuevas propuestas, viendo cómo se rebajaba la determinación de las iniciativas ya pactadas en la Cumbre de Monterrey.

Con los 178 párrafos que el texto resultante dedica a desarrollo, el documento se limita a agradecer a los países que dediquen el 0,7% de su PIB a cooperación internacional el esfuerzo que voluntariamente realizan. Las obligaciones se quedan en recomendaciones y se rebaja, así, la presión que los firmantes de los Objetivos del Milenio debieran sentir en el cumplimiento de la palabra empeñada. Hay también alusiones a nuevos instrumentos de financiación de la cooperación internacional, como cancelaciones de deuda, participación del sector privado y facilidad financiera internacional, mientras se señala la importancia de la eliminación de las barreras comerciales para la exportación de productos de los países en vías de desarrollo y el papel de las nuevas tecnologías en el fomento del empleo y el desarrollo de los países menos adelantados. Y nada más.

En el documento votado, las obligaciones se convierten en recomendaciones, los plazos de cumplimiento de la Agenda del Milenio se alargan, se hace optativo lo que antes era de obligado cumplimiento y la sensación que queda es la de que alguien ha trabajado duro para que la lucha contra el hambre y la pobreza se quede justo detrás de la prioridad central de algún gran gobierno de alguna gran potencia: la lucha contra el terrorismo internacional. Y así, todo coincide con los intereses políticos de la Administración estadounidense y la cumbre es una oda a la inconcreción. Las esperanzas depositadas en el combate contra el hambre, 35 folios con casi nada. Como en la última frase de El Gatopardo, siquiera un montoncito de polvo ceniciento.

En el mundo mueren cada año once millones de niños y más de mil millones de personas viven con menos de un dólar al día, los desequilibrios existentes entre los países desarrollados y los otros son tan brutales que sin una solidaridad pactada y coordinada, impulsada y decidida por la comunidad internacional, no habrá manera de sacar a flote las zonas más desfavorecidas de la Tierra. La fotografía de esta cumbre es la crónica de una oportunidad perdida. Y la sensación que la ONU destila es la de un gran instrumento multilateral incapaz para la necesaria coordinación internacional en la resolución del principal conflicto que sufre el mundo; el hambre y la miseria, los Katrinas silenciosos. Erradicar la pobreza extrema, lograr la enseñanza primaria universal, la igualdad entre géneros, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el sida y el paludismo, garantizar la sostenibilidad del medioambiente y fomentar una asociación mundial para el desarrollo son las ocho barricadas, los frentes abiertos de la guerra de los valientes; allí donde sólo los cobardes no combaten y donde tratan de convencer a otros para que no lo hagan. Si los avances en el cumplimiento de la Agenda del Milenio continúan así de lentos, se tardará más de un siglo en cumplirla. Pero, claro, para algunos lo primero es lo primero y cien años no son nada; el tiempo necesario para acabar con el eje del mal y quizá... encontrar a Bin Laden.

Eduardo Madina es secretrio general de las Juventudes Socialistas de Euskadi y Portavoz de cooperación internacional al desarrollo del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados.

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