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Adiós a 'Caviar' Herreros

El Madrid pierde a su gran capitán y gana un jefe del departamento técnico de la sección de baloncesto

Alberto Herreros, el tirador infalible, el jugador que más puntos (9.757) ha anotado en la historia de la Liga ACB, el gran capitán del Madrid, se retira. No se va muy lejos: Herreros (Madrid, 1969), traje y corbata premonitorios, anunció ayer que deja las pistas para ocupar el cargo de jefe del departamento técnico de la sección de baloncesto del club, desde el que apoyará el trabajo de Bozidar Maljkovic, el entrenador, y Antonio Martín, el jefe de la sección.

Su despedida, la del primer alero alto español de éxito, la del último representante de la generación que convirtió el baloncesto en un deporte de masas, viene acompañada de una imagen imborrable: una animadora del Tau, arrodillada, cierra los ojos y reza, juntas las palmas de las manos; Arvydas Macijauskas, jugador del conjunto vitoriano, se estira, largo, elástico, para intentar abortar el último tiro, el último triple de la carrera de Herreros, 17 temporadas en la élite; el balón, en el último suspiro, en el último segundo, acompañado por el bocinazo que marca el final del partido, entra dulcemente en la canasta: el Madrid acaba de ganar la Liga 2004-05. Herreros acaba de encestar el último de sus 1.241 triples.

"Recoger trofeos de subcampeón es lo peor que hay. Casi es mejor no recoger nada", solía decir Herreros para resumir su larga travesía por el desierto, la injusticia con que la competición maltrataba a su talento, productor de numerosos galardones individuales y, por momentos, huérfano de títulos.

Y es que la obsesión por los triunfos marcó su carrera: Herreros dejó su equipo de toda la vida, el Estudiantes, porque sólo había levantado una Copa del Rey. Corría 1996. Quería "ganar títulos" y fichó por el Madrid privando a los colegiales de su símbolo más especial, del demente más reconocible, del amigo inseparable de Azofra, el base. Entonces tenía más pelo, las mismas ojeras, la misma muñeca infalible que le llevó a ganar dos Ligas y una Recopa con el Madrid, los mismos ojos que lloraron mil sinsabores, como la Copa ULEB perdida en 2003. "En los malos momentos fue cuando me di cuenta de que la gente me quería y me apoyaba", resaltó ayer.

Fue en esos malos momentos, en la derrota, en los años sin títulos, cuando Herreros, el jugador del Madrid, se convirtió en el Herreros madridista: "El Madrid me lo ha dado todo. Ha apostado por mí incluso en malísimas circunstancias. Por eso digo siempre que, aparte de mi familia, tengo dos grandes pasiones: el baloncesto y el Madrid".

Pasional y competitivo en la cancha, educado y atento fuera de ella, el alero de Fuencarral nunca levantó la voz. No protestó cuando, según cuentan, Sergio Scariolo, el entrenador en esa etapa, le despidió mientras estaba levantando pesas en el gimnasio. Herreros continuó y el técnico terminó marchándose. No se quejó cuando los albertos, esa imparable pareja que formaban Alberto Angulo y él, se disolvieron por decisión del club, que no renovó al zaragozano. No le dijo nada a nadie cuando su antigua afición, la del Estudiantes, le recibió con gritos de "¡pesetero, pesetero!" y con la pancarta más dolorosa, la más hiriente para un jugador obsionado con la victoria: "¿Dónde están los títulos?".

Se marchan Herreros y su muñeca infalible, que seguirán exhibiéndose en los partidos callejeros de su barrio, que nunca abandonó. Se despide Caviar Herreros, como se le conoce desde sus tiempos en el Estu, y el Madrid se queda con dos españoles, Felipe Reyes y Hector García, cuando está obligado a contar con cuatro. Se va Herreros tras todo un verano entrenándose en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas y sin responder a los rumores que decían que él quería seguir y que el club le ofrecía un puesto directivo. Se retira Herreros, limpiado su estigma de hombre tembloroso en los instantes decisivos gracias a su épico triple ante el Tau. Y se marcha feliz: "Ha sido una decisión dolorosa y difícil, pero no hay un momento mejor para tomarla después de cómo terminó la pasada temporada. Nunca pude imaginar un final tan feliz".

SCIAMMARELLA

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