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El que no corre huye | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Esparrasónar

El otro día, último de los tres que componían un festival veraniego de músicas varias, una muchacha con mochila dijo: ¿A dónde toca ir ahora? Tengo un cacao con lo de los festivales... Normal. Que si el primaverafib, el esparrasónar, la mar de Pirineos, el womajazz, el viñapiñaniñarock...

Ahora resulta que si en tu pueblo o cerca no hay un festival, como si no tuvieras pueblo. O, como mucho, será de esos pueblos aburridísimos donde el único sitio para esparcirse es la ribera de un río de aguas cristalinas, y las únicas delicias melódicas son trinos de pájaros y refrotones de alas de grillos y cigarras en la noche cuajadita de estrellas. Y es una pena, porque en los pueblos con festival los tenderos hacen el agosto y las calles se tiñen de coloridos, de artesanías y malabarismos, de razas urbanas y de las otras. Hay tanto que mirar.

Me llaman la atención los 'rastafairys'. Son 'hippies' de pareo, tambor y Visa, que llevan las rastas lavadas y recién 'peinás'

A mí me llaman mucho la atención los rastafairys. Son hippies de pareo, tambor y Visa, que llevan las rastas lavadas y recién peinás. Nadie sabe dónde se duchan, siempre están espercojaítos perdíos, como dicen en rincones granaínos, y el sudor sólo les huele al verde de la marihuana. Algo inexplicable en un lugar donde lo peor que puedes hacer es ir en chanclas. Y esto lo digo por experiencia personal, que a mí me salieron unas abdominales estupendas sólo de lo que me reí de un famoso pinchadiscos en un festival, porque iba con botas, el tío, y los pantalones por dentro de los calcetines, qué palurdo, y al final de un concierto bailongo estábamos todos llenos de barro hasta el cuello menos él. Porque estas reuniones alrededor de escenarios y carpas (dejando aparte la música, que es otro cantar) no son tan bonitas como las pintan los que pintan. Hay muchas carencias: de agua para beber y de agua para lavarse, de comida comestible cuando viene la gana, de bebida sin colas eternas, de terreno aceptable para plantar tiendas, de distancia suficiente entre la zona de acampada y el fiestón, de sombras que nos protejan, de váteres donde entrar sin cerrar los ojos y las narices. Y hay muchos excesos: de barro, de charcos, de calimochos que se caen, de malos olores y de excesos en general que ya dependen de cada uno y ahí no nos vamos a meter.

Mira que nos lo han dicho ya desde el colegio: hay que aprender de la Historia. Y recordemos, sobre todo a esos que alguna vez han dicho a sus hijos yo no entiendo cómo os podéis divertir así, que Woodstock acabó con la zona declarada catastrófica. Como dijo uno de los de allí: sí, sí, me he forrado vendiendo patatas fritas, pero con el barrizal que han dejado los jipis estos, lo único que se me ocurre ahora es plantarlas. Ir a un festival es como colaborar con una ONG o participar en un concurso de supervivencia. Sé que puede parecer exagerado, pero lo es, para el que se va y para el que se queda.

Refresco del día: chupar un hielo. Si se quiere integrar este experimento dentro de las actividades de verano Festivales Santillana, se recomienda entrar a un bar a pedirlo y chuparlo sentadito en la acera con una sonrisa beatífica en los labios. El contraste entre el calor del asfalto en el culo y el frío en la boca es, cuanto menos, espectacular.

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