_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Donde estás, felicidad?

Este año, la economía mundial, en conjunto, parece estar en expansión en lugar de en recesión. ¿Pero podemos de decir que éste sea un momento de gran felicidad? La felicidad no es fácil de medir. Oscar Wilde, en una habitual cita levemente tergiversada, declaró: "Los economistas saben el precio de todo y el valor de nada". La mayoría de los lectores dirán que su renta real anual y la obtenida a lo largo de la vida es mayor que la de sus padres. Sin embargo, tras una reflexión cuidadosa, ¿pueden afirman con confianza que papá, mamá y los abuelitos tuvieran vidas menos felices?

Como macroeconomista, ahora me centro en lo que Freud denominó la civilización y sus descontentos. Una de las principales causas de descontento es el proceso de globalización en sí. La expansión mundial del sistema de mercados exacerba inevitablemente lo que Joseph Schumpeter denominó la destrucción capitalista benevolente. Cuando Japón, China o India importan tecnologías avanzadas de Estados Unidos, Alemania o Francia, a menudo disminuye la seguridad de los puestos de trabajo en estas sociedades avanzadas. La felicidad derivada del crecimiento rápido en las economías incipientes induce nuevas incertidumbres en las regiones que en conjunto siguen siendo prósperas. Durante 4.000 años de historia documentada, la inercia de la costumbre suavizó y ralentizó el impacto de los avances tecnológicos.

Cuando General Motors despide a 25.000 trabajadores, recibe órdenes del millón de clientes que dejaron Detroit a favor de Nagoya y Stuttgart

Todo esto cambió en un grado importante cuando las sociedades de todas partes pasaron cada vez más a depender de los mecanismos de oferta y demanda del mercado. Los mercados no tienen mente. Y los mercados no tienen corazón. El director general de General Motors, que despide a 25.000 trabajadores y rescinde obligatoriamente los contratos de prestaciones de jubilación definidos en el pasado, no es el único que pregunta: "¿Qué habéis hecho por mí últimamente?". Ese director general recibe sus órdenes de marcha del millón de compradores de automóviles que abandonaron Detroit a favor de Nagoya y Stuttgart. No es nada personal.

Es ciertamente difícil encontrar y definir el término medio aristotélico entre el aumento del bienestar y la serena estabilidad a través de una vida de bienestar. Todo esto no es sino historia académica antigua. El estancamiento relativo de países de la UE como Alemania, Italia y Francia -con respecto a Finlandia, España o Irlanda en la UE y también con respecto a Estados Unidos- amenaza el futuro mismo de la Unión. Piensen, por ejemplo, en Italia. En su seno existe una marejada similar a la que existía entre los votantes del no franceses y holandeses. Si los dejaran votar, probablemente los italianos también dirían no a la Constitución de la UE. Seguramente, la razón de ello no tiene que ver con las sutilezas constitucionales. Por el contrario, el voto en contra reflejaría la elevada tasa de desempleo italiana que, bajo el sistema del euro, ya no puede mejorarse mediante una depreciación maquiavélica de la lira. Ya no hay lira que devaluar. Ciertamente, el mundo podría convertirse en un lugar menos infeliz. Pero sería ingenuo pensar que nuestro sistema geopolítico avanza espontáneamente en esa dirección.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_