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Columna
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Refrenamiento

"EL PELÍCANO, herido, se alejó del mar / y vino a morir / sobre esta breve piedra del desierto. / Buscó, / durante algunos días, una dignidad / para su postura final: / acabó como el bello movimiento congelado de una danza".

Así son los primeros versos de un poema, cuyo título es el mismo que el del último libro del poeta peruano José Watanabe: La piedra alada (Pre-Textos), publicado el presente año. Hijo de padre japonés y de una madre peruana, este mestizaje racial de Watanabe, que nació en 1946, enriquece de forma singular la lengua castellana, que gira por los cielos con un vuelo de remoto alcance, como vivificada por tan exótico venero que la impulsa hacia misterios no hollados. Adoptar el punto de vista de la piedra, de extremado ensimismamiento, supone adentrarse en la intimidad geológica del cosmos, cuyo latido nos precede y acuna y sobre cuya desgastada superficie está esgrafiado el remoto perfil de nuestra efigie biológica, el abreviado ADN de nuestra patética existencia. En su colección de reflexiones aforísticas, titulada precisamente Esgrafiados (Tusquets), Ernst Jünger escribió: "El lenguaje nos ha enseñado a despreciar demasiado las cosas. Las grandes palabras son como la escala que se extiende sobre un mapa. Pero ¿no es un solo puñado de tierra más que todo el mundo de un mapa?". La técnica del esgrafiado consiste en la superposición de dos capas de pintura de colores contrastados, sobre la que el punzón, al dibujar, revela el cromatismo oculto de la del fondo. El laconismo poético de Watanabe es más radical, porque se concentra en la contemplación espontánea de la escritura o escultura del transcurrir de la naturaleza, donde el lenguaje está fosilizado, pero no por ello menos impregnado de significados latentes, que esperan, sin un ápice de ansiedad, un eventual interlocutor.

El simbolismo de la piedra es tan hondo y ancestral que ocupa quizá la entrada más amplia y compleja de cualquier diccionario dedicado al tema. Lo que nos instruye allí al respecto es que hay una relación estrecha entre el alma y la piedra, pero también que ésta, en estado bruto, no tallada por el hombre, expresa mejor la pureza de la libertad. En cualquier caso, la piedra no es jamás una masa inerte, sino una poderosa concentración centrípeta de endurecida energía.

En el texto sobre poética más emocionantemente conciso que conozco, el que escribió Watanabe con el título muy elocuente de Elogio del refrenamiento (1999), hay un rastreamiento personal sobre la propia inspiración a través de lo aprendido por la actitud de su padre japonés y de su madre peruana, junto a la advertencia de que, si bien considera imposible explicar por qué un poeta escribe como escribe, está convencido de que "el fraseo poético nace de nuestro modo de ser, no de los estilos literarios". De esta manera, ¿nos puede extrañar lo que nos dice en su poema Jardín japonés sobre la elección espiritual de una piedra y el conmovedor silencio de ésta? "Tú", por tanto, concluye allí Watanabe, "mira la piedra y aprende: ella, / con humildad y discreción, / en la luz flotante de la tarde, / representa / una montaña".

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