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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Socialismo con rostro ciudadano

José Luis Pardo

Bueno, pues ya me he enterado de en qué consiste esto del republicanismo. Es bastante tranquilizador ponerse al corriente de la filosofía política practicada por quienes a uno le gobiernan, aunque desde luego lo más alentador es advertir que -a pesar de la hostilidad que parecen manifestar hacia la filosofía cuando se ponen a diseñar reformas educativas- poseen alguna. Sin exagerar, desde luego. Pero todo ello por razones que Félix Ovejero explica con admirable claridad en un trabajo sólido y bien documentado. Lo que él considera la "primera crisis" del socialismo, la quiebra del "modelo clásico", es nuestra vieja conocida crisis del marxismo. Desde una perspectiva histórica y sociológica, estamos acostumbrados a pensar esa crisis sobre todo en sus dimensiones prácticas: el totalitarismo bárbaro de los regímenes comunistas soviéticos y el logro paralelo, en las democracias de masas, de un grado razonable de cohesión y de bienestar social arraigados en grandes acuerdos colectivos que podían perfectamente prescindir de la doctrina marxista ortodoxa.

PROCESO ABIERTO El socialismo después del socialismo

Félix Ovejero

Tusquets. Barcelona, 2005

285 páginas. 17 euros

No parece que la "teoría" desempeñase ningún papel estelar en ambos eventos, pero nuestro autor se las arregla bien para hacernos sentir, a través de ellos, las deficiencias de una ideología izquierdista apoyada en una abundancia utópica (el crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas) y de un programa político cuyo optimismo voluntarista acabó por convertir a los Estados del "socialismo real" en regímenes de terror. Así es como, mucho antes de la expresa renuncia de la socialdemocracia al marxismo, las organizaciones políticas de la izquierda histórica se fueron poco a poco descargando de su pesado lastre de ideas en la misma medida en que adquirían parcelas de poder político y reforzaban sus estructuras internas de funcionamiento (términos como "internacionalismo", "dictadura del proletariado", "explotación", "revolución" o "plusvalor" fueron cayendo rápidamente al hondo pozo de las voces muertas), mientras la sociología académicamente convalidada se hacía cargo de aquella "ciencia de la historia" que Marx intentara fundar, a costa de neutralizar el componente crítico que para el autor de El capital la vinculaba a la acción social progresista. Además de la vacua pero siempre exitosa pastoral que adora ciegamente el "progreso" científico-industrial como un fin en sí mismo indiscutible, la ética fue la última "rama" filosófica que mantuvo durante ese tiempo -el tiempo de vigencia del "segundo modelo" de socialismo, el del Estado de bienestar- un cierto prestigio como aspirante a suministrar a la izquierda un ramillete de "principios" o de "valores" con los que llenar el vacío dejado por el viejo "materialismo histórico" y sus corolarios, que ahora aparecían como un bagaje "metafísico" del todo innecesario.

Pero la ética y el bienestar

no son términos afines: es fácil ser solidario cuando se está mal (porque uno espera que la solidaridad acabe beneficiándole), pero el estar bien -la ociosidad es la madre de todos los vicios- parece producir por sí solo malas ideas, ideas de insolidaridad y de clientelismo, de apatía y de desagregación y rencor social. A esto es a lo que Ovejero llama el "fracaso cívico" del modelo socialista del Estado de bienestar, es decir, la conversión de los votantes en consumidores irresponsables en lugar de ciudadanos participativos. Seguramente ya van ustedes comprendiendo por qué puede llegar a resultar tan seductor sustituir la filosofía en la educación secundaria por la retórica y la sofística del "I+D" (Ciencia, tecnología y sociedad, Las ciencias en el mundo contemporáneo), cambiando a su vez la ética por la metafísica de la Educación para la ciudadanía.

Ovejero analiza con destre

za el "desafío" al que se enfrentan en este punto los partidos: desde hace casi un siglo, sienten la necesidad de aligerar su contenido doctrinal para dotarse de la suficiente elasticidad como para adaptarse a la demanda social demoscópicamente auscultada y lograr así victorias electorales. No hay duda de que este pragmatismo forzoso puede conducir a los partidos a convertirse en simples (o complejas) máquinas recolectoras de votos sin ninguna identidad ideológica, algo así como empresas de servicios administrativos; pero no es menos cierto que la opción contraria (perder sistemáticamente las elecciones a costa de mantener las esencias teóricas en toda su pureza) produce una inflación programática totalmente gratuita y demagógica, pues se alimenta de su propia seguridad de que nunca será aplicada. Sólo se pueden aplicar programas si se ganan elecciones y esto último sólo es posible si el mensaje y, por tanto, el programa, es escueto y está aliviado de todo lo que huela a sutileza lógica o a espesa fundamentación racional. Claro que, entonces, es posible que la aplicación del programa no suponga ningún cambio sustantivo apreciable.

De esta manera, el "tercer

modelo", que sucede al "fracaso cívico" del Estado de bienestar (que es también el fracaso electoral de los partidos de izquierda), es un producto que, comparado con el viejo marxismo o con la democracia del bienestar, resulta mucho más ligero, consumible y dietético: la llamada "tercera vía" de Anthony Giddens y Tony Blair. Ovejero muestra con buenos argumentos hasta qué punto se trata de poco más que una estrategia de resignación a la precariedad generalizada que, como un bumerán, devuelve a los países desarrollados el mismo malestar a espaldas del cual construyeron su progreso (la falta de Estado y de bienestar económico, político y jurídico). Así que a sus demás ventajas añade también su carácter perecedero: estas doctrinas posmodernas (mccarthysmo, thatcherismo, reaganismo) son bastante más efímeras que las modernas (marxismo, liberalismo). El republicanismo o socialismo de la ciudadanía por el que aboga Ovejero es así un ideario (que no una ideología, ni una teoría, ni una ética, ni mucho menos una filosofía, no se asusten) consciente del desgarro de la izquierda entre su irrenunciable identidad y su igualmente irrenunciable voluntad de eficacia, y por tanto no nos pone en peligro de adquirir ese sobrepeso fundamentalista que hoy todos procuramos evitar mediante tratamientos dermoestéticos y una alimentación equilibrada. Y esto, dicho sea totalmente en serio, es de agradecer. Lo que sucede es que es un hermoso ideario -el de la constitución de un cuerpo civil de ciudadanos responsables-, verdaderamente digno de unos gobernantes de buena voluntad.

Así que yo sería un insensato si extendiese la sospecha de que, igual que un día caímos en que el materialismo histórico era demasiado teológico y lo sustituimos por la ética y luego llegamos a la conclusión de que incluso la ética era excesivamente fundamentalista y metafísica y había que sustituirla por la más vaporosa ciudadanía, no tardaremos mucho en comprender que también el ideario del ciudadanismo es una metafísica fundamentalista (porque los fundamentalismos, contra la primera impresión, no están formados por cuerpos de doctrina hondamente justificados sino por recetarios simplistas, escuetos, ligeros, posmodernos, claros y generalmente bienintencionados, como los temarios de algunas nuevas asignaturas que se ciernen sobre el bachillerato) y tendremos necesidad de una "quinta vía"; y, además de ser insensato, les quitaría el pan de la boca a mis hijos si sugiriese que el clamor por los "valores éticos" sólo surgió cuando éstos ya habían dejado de valer en la vida y fueron a morir en las aulas, como ahora le sucede a la ciudadanía, y que precisamente la existencia de teóricos y profesores serviciales dispuestos a fabricar estos productos en sus laboratorios y a sermonearlos en sus clases debería ser considerada por los políticos como el peor síntoma en lugar de como objeto de subvención pública y que todo ello debería darles motivo para reflexionar seriamente sobre las relaciones entre teoría y praxis política y sobre lo poco que sirve la primera para la segunda. Y, por si esto fuera poco, sería yo un demente si, estando los liberales-globalizadores y los comunitaristas-nacionalistas como están de hinchados, le pusiera peros a un proyecto político que de buena fe se llama republicanista.

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