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Columna
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Fish

En la Universidad de Columbia hay una cátedra especializada en toda clase de chistes y chascarrillos para uso de los viajantes de comercio, claro que no se llama cátedra de chistes y chascarrillos, sino de Psicología comercial. Existe una auténtica especialización en esta materia, hay historietas judías, bromas chicanas, chistes irlandeses, cuentos chinos... También los vendedores se dividen en dos grandes categorías, los dialogantes o coloquial sellers que están casi todos especializados en el chiste irlandés y los agressive sellers. A este último grupo pertenecen sin duda los empleados de la famosa pescadería Pike Place Fish de Seattle que se ha convertido en el establecimiento más célebre y visitado del mundo.

Al parecer en este comercio los clientes abrazan a los empleados, los empleados hacen piruetas, cantan, bailan y lanzan el pescado por los aires antes de envolverlo, como si de un circo se tratase. Tanto es así, que el caso ha tenido también su proyección literaria en un best seller titulado Fish en el que se relata la historia de este negocio y que lleva vendidos millones de ejemplares. Lo cierto es que cada vez son más las empresas que aplican esta filosofía. En Roma hay una conocida trattoria cuyos camareros sirven las pizzas cantando arias de Verdi y algunas universidades españolas han empezado a impulsar proyectos relacionados con esta disciplina. Sin embargo el procedimiento no es nuevo, Josep Pla ya contaba la táctica de su barbero ampurdanés que cada vez que tenía que afeitar a un cliente, antes de ponerle el babero y acercarle la navaja al pescuezo le consultaba si prefería la faena con conversación o sin ella, y si éste le pedía palique, volvía a preguntarle: "Amb polemica o sense polemica?".

Pero existe una diferencia fundamental entre el ingenio vivo del barbero de Pla, capaz de improvisar un tema y adaptarlo con gran talento a la condición de cada cliente, y los chistes enlatados de los profesores de Columbia. Si se piensa bien, el esquema del humor ready made es el mismo que el de la comida precocinada. Cualquiera preferiría un plato recién hecho y bien elaborado, pero no todo el mundo posee el ingenio necesario para cultivar esa gracia, y por lo tanto tiene que conformarse con poner el humor al microondas para poder hincarle el diente.

A veces la risa encierra un fondo melancólico; otras veces resulta corrosiva porque implica una decepción. El humor según Bergson no es otra cosa que una espera decepcionada. Pero lo que se proponen los profesores de Columbia y los empresarios de Seattle al hacer reír, no es desarrollar el ingenio, sino estandarizarlo. Aíslan la risa, como si fuera un bacilo, liberándola de toda la carga espontánea que pudiera contener. La convierten en un resorte mecánico para así poder tratarla con los métodos industriales de la producción en serie, directamente inspirados en las fábricas de automóviles Ford.

El sentido del humor es uno de los rasgos más diferenciadores del carácter. Mientras en Europa, primero nos ponemos alegres y luego nos reímos, en América ocurre todo lo contrario: nadie trata de alegrarle la vida a la gente, sino tan sólo hacerla reír para que libere endorfinas y consuma más. Aunque los americanos cuando se ríen mucho, creen que están muy alegres y el resultado a lo mejor viene a ser el mismo. Yo por si acaso les recomiendo que cada vez que observen a un vendedor dispuesto a contarles el último chiste, se echen inmediatamente la mano a la cartera.

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