Enric Marco, el fraude
Tiene tintes de película de Almodóvar. Todo: el personaje y su doble o triple vida; la mentira escenificada públicamente durante tres décadas; los homenajes públicos, los reconocimientos, los premios recibidos en nombre de un dolor y una tragedia que nunca vivió. Enric Marco no es el primero ni será el último que asume una biografía que no le corresponde, pero es uno de los pocos que han convertido esa falsedad en una forma de vida. De ahí que estemos todos con ese doble y extraño sentimiento, entre la perplejidad y la indignación, atrapados en la incomodidad de nuestra ingenuidad colectiva. Hemos llorado con él cuando resonaban sus palabras en las paredes frías del Congreso de los Diputados, o cuando recibía la Creu de Sant Jordi, y con él nos hemos impresionado a través de la emoción que nuestros hijos sentían cuando lo escuchaban en las escuelas donde conferenciaba. Dicen los historiadores más precisos que su vibrante discurso no era limpio en algunos puntos, por ejemplo en el tema judío. El profesor Xavier Torrens me indica la preocupación que sintió cuando lo oyó predicar en SOS Racismo, aunque la organización que en ese momento lo acogía tampoco es modelo de compromiso en la lucha contra el antisemitismo. Bien al contrario, y de ello habrá que hablar algún día.
Como fuere, Enric Marco ha formado parte de nuestra conciencia colectiva, forjándonos una memoria que no teníamos, trabajando duro en la recuperación de las víctimas sin nombre. Ha sido durante años la metáfora del horror. Y ha sido también el compromiso de lucha contra el olvido. Por ello ha concentrado nuestros parcos homenajes y a través de él hemos intentado un simulacro de justicia con el pasado. Ha sido el otro, el que sufrió, el que volvió de la muerte, el que retornó del mal, el que resistió. Por eso hoy nuestra perplejidad es rotunda. Representábamos en él a todos los que no tenían nombre y él era un fraude. Algunos me dirán que, a pesar de la mentira, su esfuerzo fue útil, su pedagogía y su lucha contra el olvido fueron eficaces, y que por tanto el balance es positivo. La famosa prédica de Stalin, que fue frontalmente discutida por los trotskistas, "el fin justifica los medios" (y que los justificó tanto que comportó millones de muertos), parece que ha hecho escuela en los pupitres de la democracia. Así lo parecía en decenas de correos que nos llegaban a TV-3 mientras Josep Cuní entrevistaba -en una entrevista histórica por su categoría profesional- al propio Enric Marco. "Ha mentido, pero para hacer el bien", "ha hecho mucho por la memoria", "ha trabajo por y para las víctimas", etcétera, decía alguna buena gente, conmocionada y a la vez generosa. A su lado, también nos llegaban decenas de correos de indignación. El sentimiento ambivalente, pues, era un hecho.
No comparto la máxima de Stalin, ni tan sólo en su modificación democrática, "el buen fin justifica los medios". Y como no la comparto, no encuentro, ni en el saco de las buenas intenciones, las justificaciones mínimas que me permitan salvar el fraude de Enric Marco. Creo que ha sido una estafa moral de proporciones enormes y que al final del camino una mentira como ésta no sólo no es beneficiosa, sino que es profundamente maligna. Mis motivos: el primero, el objeto del fraude, el horror nazi. Puedo entender que se mienta sobre muchas cosas, pero mentir sobre la tragedia, montar un espléndido fraude de décadas sobre el horror de las víctimas, me resulta un acto tan inmoral de origen que contamina para siempre el recorrido posterior. Marco se inventó una biografía que nunca podía haberse apropiado, porque hay biografías cuyo dolor es tan profundo que son únicas. Neus Català, la única superviviente que nos queda en Cataluña, nos lo decía desde la fuerza de sus magníficos 92 años: "No podía apropiarse de nuestro sufrimiento". Es cierto que dedicó su vida a construir la memoria de las víctimas españolas en los campos, pero sacó tajada de ello. La tajada de un protagonismo que cultivó y mimó, y por el que incluso luchó, hasta el punto de que impidió la presencia de otros supervivientes en actos, conferencias y homenajes. Lo denunciaba la propia Neus a Cuní. No sé si sacó tajada económica, aunque es evidente que ésta fue su forma de vida durante décadas, pero esto último me parece menor. Es mucho más grave convertir el Holocausto en una forma de éxito, en una promoción personal, en el objeto de un reconocimiento público. Podría haber sido un luchador de la memoria, sin apropiarse de la biografía del dolor. Pero quiso convertirse en víctima, ser él mismo la personificación de la tragedia, y es ahí, en ese punto concreto, donde la estafa moral resulta insoportable.
Existe un último motivo, en absoluto menor: el de la pedagogía. Los que defienden su actuación, a pesar del fraude, hablan de pedagogía contra los campos y contra el nazismo. Tengo mis dudas. No porque Marco no fuera un gran comunicador, un magnífico transmisor de lo que ocurrió realmente, "un gran actor", nos dijo perpleja la actriz Maria Galiana, que le había presentado sus memorias desde el infierno, sino porque un fraude sobre la memoria del Holocausto es gasolina en el fuego del negacionismo, un balón de oxígeno de grandes proporciones para toda la literatura que minimiza o niega lo que ocurrió. Si la víctima nunca fue víctima, si alguien que ha sido homenajeado por todos nunca estuvo allí, si nos creímos la estafa, ¿no será todo una gran estafa? El monstruo de la hidra se alimenta de nuestras debilidades. ¿Cómo no va a alimentarse de nuestras mentiras?
Por todo ello, no puedo perdonar a Enric Marco. Su mentira ha sido un fraude a las emociones colectivas. Su fraude ha sido una estafa a las víctimas. Y defraudar a las víctimas es tan inmoral que no tiene defensa posible. Si es un enfermo, lamento que su enfermedad nos haya dañado a todos. Si es un pícaro, ¡qué decir cuando se juega con el horror! Si sólo es alguien que quería triunfar en los laureles, ¡qué tétrico protagonismo el que usa en vano a las víctimas! Pasemos página pronto, porque todo esto es bastante deplorable, bastante sucio y muy doloroso.
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