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A MANO ALZADA
Columna
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El club de los regios bastardos

Ya estoy en Simi Valley donde acaban de inaugurar el Museo de Ronald Reagan. Pero en la radio oigo que la policía de California sigue buscando a un asesino que en tres días ha matado a cuatro conductores y herido a otros seis en la autopista número cinco. El asesino dispara desde el volante de un Toyota blanco. Casi me salgo de la carretera: el coche que alquilé esta mañana también es un Toyota blanco. ¿Debo cambiarlo enseguida?

En el Museo Reagan me enseñan el despacho oval. El pupitre que usó en la escuela. El jersey rojo que llevaba cuando le pegaron un tiro. Se proyecta la escena del atentado y oigo la voz de Reagan dirigiéndose a la nación. Las armas no son ningún problema, dice. Hay más héroes que pistolas. Su guardaespaldas (muerto) le salvó la vida.

Luego me dirijo a Pasadena. La radio anuncia el Día Mundial de la Risa. En un parque se dan cita miles de personas para reírse a la vez. Ahora están ensayando. Busco ese parque. Un hombre encima de una tarima dirige el multitudinario concierto de carcajadas. Me coloco entre una muchacha descalza y una pareja de ancianos. Yo también quiero reírme de todo, incluso del asesino de la autopista. El señor mayor dice que a él le cuesta mucho reír si piensa en Bush y en la guerra. Por eso está aquí con su esposa.

En la casa de alquiler de coches se niegan a cambiar el Toyota blanco por uno rojo. Dicen que la policía está dando pistas falsas para confundir al asesino. Ojalá sea así. William Bratton, el jefe de la Policía de Los Ángeles, dice en la radio que el año pasado hubo 500 asesinatos en la ciudad. Es normal que algunos se produzcan en la autopista.

Llego a La Jolla sano y salvo, un lugar privilegiado donde la mitad de la población son estudiantes universitarios y la otra mitad jubilados ricos. Aquí vive desde hace cuarenta años Sebastián Capella, un pintor valenciano. Me enseña su estudio, sus retratos, su casa. Capella tiene 75 años. Su padre era un empleado de banca en Sagunto. Le dijo que nunca viviría de la pintura. Pero se equivocó. Un retrato de Capella te cuesta 40.000 dólares. Los hace aquí o en Valencia. Tú le das la foto y sales muy mejorado. A Julio de Miguel ya le ha hecho tres. Uno para cada despacho. Ahora le hace el segundo a José Luis Olivas. Aznar le dijo que cuando fuera presidente le encargaría por lo menos uno. Capella prefiere la foto porque si posan algunos se duermen. Capella da clases en su estudio a grupos de trece alumnos y les cobra a cada uno 800 dólares por doce sesiones.

Me habla de un amigo suyo llamado Alfonso de Bourbon. Dice que es nieto de Alfonso XIII. Y la verdad es que si lo ves, lo crees. Así que me acompaña a verlo en su apartamento de Eads Avenue que parece una sala de subastas de cacharrería. Alfonso de Bourbon (mantiene intacto el apellido francés) nos quiere vender un calendario por 20 dólares. Dice que de algo hay que vivir. El pintor Capella se queda un calendario con fotos de la familia real. Don Alfonso es muy ceremonioso y repite que perdonemos este desorden en el que vive, pero su casa es nuestra casa, señores. Dice que nació en Lausana (Suiza) el año 1932. Se educó en las universidades de París y Heidelberg. Habla correctamente cinco idiomas, entre ellos el español. Fue intérprete en las Naciones Unidas. Y más tarde se trasladó a San Diego donde sobrevive desde hace 30 años. Ha viajado varias veces a España. Ha impulsado el hermanamiento entre San Diego y Alcalá de Henares. Conoció a Tierno Galván. Pero nunca tuvo un encuentro con ningún miembro de la familia real, algo que le hubiera gustado.

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No pide nada, ni siquiera que reconozcan su origen. Pero ya es demasiado tarde para hacer pruebas de DNA. "Claro que a falta de papeles que lo certifiquen aquí está mi rostro, mis ojos más azules que mi sangre azul, pues soy descendiente de Felipe el Hermoso y de doña Juana la Loca. Mi padre era Alfonso de Borbón, Alfonsito, el hijo primogénito del rey Alfonso XIII. Se enamoró de una cubana muy hermosa llamada Edelmira Sampedro, mi madre. Mi padre murió en un accidente de automóvil en Miami, al salir de una sala de fiestas. Se estrelló contra un árbol para no atropellar a un peatón. Yo tenía seis años. La familia real ayudó algo a mi madre que vivió y murió en Florida. Luego conocí a mi tío, el Conde de Barcelona, en Estoril. Cuando le dije que mi vida no era fácil, me confesó que mi caso no era aislado. Me dijo que su padre, Alfonso XIII, había dejado siete hijos ilegítimos sólo en Portugal. Y yo le dije que deberíamos formar el club de los regios bastardos".

Obsesos voladores

En clases primera y preferente del vuelo de Continental Airways Newark-Madrid, viajaba un grupo de dieciocho macro obesos norteamericanos. Los subieron con poleas, o casi. Algunos pesaban 150 kilos. No cabían en los grandes butacones. Alcanzada ya la velocidad de crucero, los obesos se pusieron a comer a manos llenas.

A través de la cortinilla de gasa que separaba nuestras respectivas clases, los veíamos tragar platos rebosantes de alimentos. Y esta visión resultaba obscena. Luego, las azafatas les entregaron almohadas y mantas y casi los besaron para que durmieran la siesta. Reclinaron sus poltronas hasta convertirlas en camas. Así, hombres, mujeres e incluso algunos niños inflados al máximo, vieron la película elegida, o se pusieron directamente a roncar como benditos.

¿Se trataba de la media habitual de obesos en todos los vuelos, o acudían en grupo a un congreso internacional sobre aeronáutica comercial y gordura propulsada?

Ahora, las multinacionales de comida y bebida basura acaban de contratar en los Estados Unidos a los mejores especialistas en dietética para avalar sus productos. Mc Donald's y Pepsi ficharon al doctor Dean Ornish, célebre por sus libros de dietas saludables bajas en grasas. Y el doctor Cooper, catedrático en Miami, no ha resistido la oferta de Kraft para respaldar esos snacks responsables de alarmante adiposidad nacional. La polémica ya está al rojo vivo: no se puede servir a la vez a la ciencia pura y a los fabricantes de sucio colesterol. Pero algunos expertos aceptan salir fotografiados y sonrientes en las bolsas de ganchitos y en los cartones de las big mac.

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