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Columna
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Oremos 2

Amadísimos hermanos y hermanas de cualquier sexual inclinación, credo político o religioso y humana condición. Oremos. Para que cuando llegue el momento del casorio, podáis uniros sin trabas y sin recibir sonrisas melifluas ni gestos obscenos ni miradas de desdén, ni ninguna de las maledicencias que os pueden fastidiar el día. Y vivan los alcaldes, concejales y curas que salen del armario.

Para que nunca más las mujeres que aman a las mujeres tengan que casarse con hombres y fingir que les aman y tener hijos y ocultarles sus deseos más íntimos. Para que nunca más los hombres que aman a los hombres tengan que engañar a las mujeres y convertirlas en sus esposas-tapadera, y sufran todos en el infierno del disimulo y el desamor. Y vivan los alcaldes, concejales y curas que salen del armario.

Para que los gays y lesbianas piadosos ya no se vean tratados como tarados y para que no se les aplaste con la homologación del celibato, la castidad y, cielos, el convento. Y vivan los alcaldes, concejales y curas que salen del armario.

Para que la desprestigiada institución llamada matrimonio encuentre ahora nuevos y fervorosos adictos que la salven de los alérgicos ateos y descreídos como yo, así como (o sobre todo) de quienes consideran que lo que para ellos es sagrado les pertenece en exclusiva, tal que los cotos de caza y parcelas inmobiliarias. Y vivan los alcaldes, concejales y curas que salen del armario.

Para que ni los hipócritas ni los que se la cogen con un papel de fumar puedan interponerse en el camino de la justicia, la igualdad y la felicidad de los seres humanos, ni arrogarse el derecho a controlar sus derechos. Y vivan los alcaldes, concejales y curas que salen del armario.

Para que ciertos obispos empiecen a distinguir entre las leyes de Hitler y la Constitución y sus derivaciones democráticas, y ciertos otros sayones se den cuenta de que la verdadera anomalía de la naturaleza son ellos. Y vivan los alcaldes, concejales y curas que, con o sin armario, creen que la fraternidad es un valor moralmente superior a la intransigencia.

Por todo ello oremos, amadísimos hermanos y hermanas, y no permitamos que os arrojen a otro gueto.

Le he pillado el gusto a lo de rezar.

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