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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Humano testamento

La Santa Sede divulgó ayer finalmente, tras anticiparlo en pequeñas dosis desde el pasado lunes, el testamento de Juan Pablo II. Se trata de un documento elaborado en gran parte durante los primeros años de su pontificado, que desvela un itinerario personal en el que, junto a las certezas, no faltan las vacilaciones propias de todo ser humano. La revelación más significativa es que al fallecido Papa se le pasó por la cabeza la eventualidad de renunciar al cumplir los 80 años, cuando la enfermedad comenzaba a hacer grandes estragos. Fue en 2000, el año del jubileo por el bimilenario de la Iglesia católica romana. No pocos analistas especularon sobre esa posibilidad, pero encontraron siempre un desmentido rotundo del Vaticano. Juan Pablo II no explica en sus notas manuscritas las razones por las cuales no lo hizo, pero sus palabras reflejan ante todo una reflexión sobre los límites de un liderazgo que ni siquiera un Papa puede eludir.

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El canon 332 del Código de Derecho Canónico contempla la renuncia pontificia, pero hay que remontarse más de siete siglos para encontrar un precedente: Celestino V. Tal vez Juan Pablo II nunca creyó seriamente que pudiera renunciar al entender que significaría incumplir su misión. "Renuevo ante Cristo mi disponibilidad para servir a la Iglesia todo el tiempo que Él quiera", decía en 1995. No se puede excluir que hubiese presiones de la curia para impedir su retirada, pero su vocación de sacrificio parece indicar que fue él mismo quien decidió continuar hasta el final. En cualquier caso, sus reflexiones abren la vía a una eventualidad semejante en el futuro. Y eso lo deberán tener en cuenta quienes desde dentro de la Iglesia descartan por impensable que un pontífice pueda abandonar el cargo llegado a una edad avanzada y si sus condiciones físicas están muy mermadas. En algún momento tendrán que reformar también un código rígido y ajustarlo a los tiempos.

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El testamento de Karol Wojtyla destila también rasgos muy humanos de especial cariño por Polonia. Es llamativo cómo al poco de llegar al papado confiesa querer ser enterrado en su país. Sin embargo, cuatro años después rectifica y deja la decisión al colegio cardenalicio y a sus "compatriotas", entendiendo por éstos la cúpula del episcopado polaco. Al final, sus restos serán inhumados hoy en la cripta de la basílica de San Pedro, y no en Cracovia, como anhelaban muchísimos de sus coterráneos.

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