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Reportaje:2005, EL AÑO DE LOS CRUCEROS

Noches blancas en el Báltico

En barco desde Copenhague y su Sirenita hasta los palacios de San Petersburgo

El Báltico no es mare nostrum, sino un dominio lejano, bastante ajeno, pero que bien mirado, sin embargo, puede ser considerado como un mar doméstico, amigo y coloquial; si el Mediterráneo está poblado de dioses y mitos sagrados, y el mar del Norte, de guerreros y epopeyas vikingas, el Báltico es un mar de comerciantes y libros de contabilidad.

Lo que da al Báltico cierta identidad es, en efecto, una especie de asociación económica a gran escala: la Hansa teutónica, o liga hanseática. Iniciada en Lübeck (Alemania) en 1159, con el estricto fin de abrir mercados, fue sumando voluntades hasta alcanzar la respetable cifra de unas 90 ciudades coligadas. Esta liga llegó a monopolizar el comercio en todo el norte de Europa durante los siglos XIV y XV. Y por supuesto dejó una huella común, apreciable aún en todo ese ámbito; en lo material, los mismos o parecidos ladrillos amasan almacenes, iglesias y casas patricias, de Hamburgo a Tallin, pasando por Gdansk. Pero es sobre todo en el plano espiritual donde esa raíz común confiere a la cuenca del Báltico una atmósfera peculiar.

Ese que podríamos llamar espíritu báltico no se origina sólo por la historia, sino también por las singularidades geográficas:se trata de un espacio relativamente reducido, las distancias entre las orillas son cortas. Y en una latitud tal que la corriente del Golfo no puede con todo el hielo. Esto significa que los cruceros por el Báltico son para el verano. Supone además que aquí los cruceros están abiertos a una mayor flexibilidad de fórmulas, ya que las cortas distancias posibilitan minicruceros de dos o cuatro días, o incluso convertir lo que es trayecto regular y obligado en una minivacación.

Minicruceros

Esto último ocurre en los trayectos regulares entre Estocolmo y Helsinki (o Turku) que efectúan líneas como Viking Line o Silja Line. Un barco de esta última, el Serenade, es el primero de pasajeros del mundo cuyo interior está hueco: es una calle atiborrada de bares, tiendas y restaurantes; a diferencia de otros navíos, los camarotes interiores tienen vistas a los neones y el jolgorio de la calle. Estas líneas efectúan minicruceros de dos o cuatro días a Tallin y San Petersburgo, desde Helsinki. La mínima expresión de crucero -pero auténtico, de placer- es el que efectúa la nave Romantika de Helsinki a Tallin, ida y vuelta en 24 horas: muchos la toman el fin de semana, consiguen alcohol barato a bordo para entonarse y, entre unas cosas y otras, han convertido a la pequeña Tallin en una Babilonia continental.

Naturalmente, también hay cruceros convencionales, de entre una semana y 12 días. Casi todas las grandes compañías -Costa, Princess, Royal Caribbean, Radisson, Crystal, Celebrity, Pullmantur, MSC Cruceros...- se mueven por el Báltico de mayo a octubre. Estos cruceros no difieren mucho de los demás, excepto tal vez en que hay más tiempo para las visitas en tierra (ya que la navegación es más corta). Por tanto, la rutina de a bordo es menor. Consiste, a golpe de altavoz, en que siempre haya algo por hacer de inmediato, juegos y concursos de animación, espectáculos, comidas, salones de estética y spas..., y las tiendas duty free y el casino.

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El crucero tipo que recorre las capitales bálticas incluye siempre, en diversas combinaciones, Copenhague, Estocolmo, Helsinki, Tallin y San Petersburgo. Copenhague es magnífico lugar para empezar, un dije entre el espíritu meridional (ahí está la cúpula de la Marmorkirke, que parece un Vaticano pequeñito) y el universo nórdico. La Sirenita del cuento de Andersen y el color imborrable de las casas junto al canal de Nyhavn son lo último que los cruceristas ven en la capital danesa, antes de abordar la nave en esos mismos muelles de Langelinie. La entrada y salida de Estocolmo es como jugar con ventaja al laberinto: cientos de islas de granito pulido, algunas tan grandes como un botón, salen al paso de la nave; es un paisaje transparente, que recuerda escenarios estivales de alguna película de Bergman (Como en un espejo, por ejemplo).

A Helsinki se llega de amanecida, sorteando los bastiones de Suomenlinna, la fortaleza marítima levantada por los suecos, que es patrimonio de la humanidad. Tallin es un burgo que refleja bien el mundo hanseático, con sus torres tudescas y su Toomkirik o iglesia luterana, pero sobre todo con sus terrazas y asadores medievales aguardando a la marea humana. San Petersburgo, en cambio, no tiene nada de hanseático, por la simple razón de que no fue inventada por Pedro el Grande hasta el siglo XVIII; esa urbe de corte clasicista tiene algo de incongruente en este espacio nórdico, agarrotado por los hielos, pero es sin duda la joya del periplo, algo aparte.

Paradas alternativas

Algunos cruceros presentan variantes al incluir ciudades como Gdansk, Helsingor o incluso Oslo. Curiosamente, Gdansk (Polonia) es la más hanseática de todas, la mejor conservada (y restaurada, por su reciente aniversario); a los amantes de la literatura les encantará comprobar que Joseph Conrad era natural de Gdynia, la ciudad portuaria gemela de Gdansk. Entre Helsingor (Dinamarca) y Helsingborg (Suecia) hay una distancia que se podría cubrir a nado; Helsingor tiene ambiente festivo en el estío, con mucha animación cultural en torno al castillo de Kronborg, donde Shakespeare sitúa las tribulaciones del héroe danés Amled, que él transforma en Hamlet.

Puede el tiempo borrar los reflejos del Báltico sobre la memoria, pero hay algo que no se desvanece fácilmente: es la luz boreal que unge a las ciudades ribereñas, esa sensación de suspensión, de tregua, que permite alargar las horas, cenar con el sol en la borda, o acoplar el sueño a una penumbra crepuscular. Sobre todo en San Petersburgo, porque allí las noches blancas no son ya una categoría atmosférica, epidérmica, sino algo hondamente agridulce y vitalista. Sobre todo si se tiene a mano la novela así titulada de Dostoievski, o la versión fílmica de Visconti, con personajes acariciados por una desazón existencial.

Un grupo de músicos anima el canal de Nyhavn, en Copenhague, ciudad de salida de muchos cruceros por el Báltico.
Un grupo de músicos anima el canal de Nyhavn, en Copenhague, ciudad de salida de muchos cruceros por el Báltico.CARLOS PASCUAL

DATOS PRÁCTICOS

Las líneas bálticas.- Viajes Marsans (902 30 60 90; www.marsans.es) ofrece vuelos y una semana de crucero (siete noches) con la mayorista Pullmantur entre Copenhague y San Petersburgo (escalas en Visby, Estocolmo, Tallin y Helsinki), desde 920 euros por persona con pensión completa a bordo y dos días de estancia en San Petersburgo.- Viajes El Corte Inglés (902 400 454), vuelos más una semana de crucero (siete noches), con pensión completa, en el MSC Rhapsody (ruta: Copenhague, Visby, Estocolmo, Tallin, San Petersburgo, Helsinki, y regreso), desde 1.360 euros por persona.- Latitud 4 (en agencias) ofrece un crucero de lujo de 12 noches a bordo del buque Century (Celebrity Cruises), que sale de Amsterdam y hace escalas en Oslo, Estocolmo, Helsinki, Tallin y Copenhague, desde 1.276 por persona con pensión completa. La misma mayorista ofrece otras rutas por las capitales bálticas, como las de Silja Line: cuatro días (tres noches) en el buque Silja Opera de Helsinki a San Petersburgo (donde se permanece una noche a bordo) y de vuelta, desde 170 por persona (sólo crucero, sin comidas).- Costa Cruceros (en agencias) ofrece vuelo más siete días de crucero en el Costa Atlantica (ruta: Copenhague, Estocolmo, Helsinki, San Petersburgo, Tallin, Copenhague), a partir de 1.490 euros por persona.- Viking Line (www.vikingline.fi; 915 42 71 32) cubre en una noche de navegación la distancia entre Helsinki y Estocolmo. Antes del 13 de junio (cuando comienza la temporada alta), el trayecto cuesta desde 32 euros por persona, más el precio de la cabina, hasta 40 euros por persona. Entre Helsinki y Tallin, viaje diurno de unas cuatro horas, a partir de 17 euros.

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