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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De Londinium a la Tate Modern

EL QUE fuera editor de la influyente revista The Spectator, A. N. Wilson, un articulista penetrante y sumamente respetado en el Reino Unido, autor de un ensayo de referencia acerca de la Inglaterra victoriana que con tanta vehemencia desarboló la Woolf, acaba de publicar una historia de bolsillo de la ciudad de Londres que se lee como si de un reportaje del colorín dominical se tratara. British humor, buen ritmo, anécdotas jugosas, apóstrofes de complicidad con el lector y mucho talante crítico.

Wilson despacha primero las épocas romana y normanda, reduce a seis páginas el Londres Tudor de Shakespeare y su Globe Theatre, cita el Gran Incendio de 1666, el que destruyó la ciudad medieval, se vale de forma brillante de citas de Pope, Ben Jonson y otros escritores para reconstruirnos la ciudad de antaño, y ya empieza a hilar fino cuando relata, de forma muy lúcida, la complejidad de la revolución industrial y el Londres victoriano.

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Tal vez sea porque a Wilson le interesa mucho más la historia política y social que la cultural, pero el caso es que se echa en falta, en cambio, en el capítulo décimo, '1900-1939', siquiera una mención al célebre Grupo de Bloomsbury, imprescindible para entender el cosmopolitismo ulterior de Londres pero que aquí brilla por su ausencia. Nada menos que Lytton Strachey, Leonard y Virginia Woolf, Keynes, Bertrand Russell, Roger Fry, E. M Forster, T. S. Eliot y Clive Bell, entre otros, se reunieron con frecuencia en Gordon Square, en el barrio de Bloomsbury, para discutir sobre los griegos, Bergson, el ballet ruso, Gauguin, y la Biblia en verso. Despotricando contra el Imperio colonial y de moral pacata de Su Majestad la reina Victoria, y absorbiendo como esponjas las vanguardias europeas, los sofisticados bloomsberries, desde su bohemia adinerada, llevaron la modernidad a la capital británica. Sí explica Wilson con claridad meridiana los efectos morales de la Primera Guerra Mundial en la evolución de la ciudad y en la de sus habitantes que, como si hubieran perdido la inocencia histórica por vez primera, veían regresar del frente a abatidos soldados que simbolizaban el fin del esplendor, como aquel Septimus Warren Smith que Virginia Woolf se inventa en La señora Dalloway para retratar los desastres de la guerra.

Después esta breve historia de Londres continúa con la inmigración de talentos que huían del nazismo -Freud, Canetti, Pevsner o Gombrich enriquecieron el Reino y lo hicieron menos provinciano-, tras la Segunda Guerra, la creatividad de los sesenta y setenta -del sombrero hongo a los Beatles-, la ominosa era Thatcher y la reconversión industrial, encarnada en las luchas obreras y después en la Tate Modern, que Wilson elige como otro ejemplo perfecto -junto a la imparable americanización- de lo que denomina "cretinización de Londres". A saber, un vertiginoso proceso de sustitución del buey Angus por las franquicias del junk-food o de los clubes de fumadores de pipa por las hordas de turistas globales, y cayendo en la tentación de una suerte de xenofobia cultural, como si por el túnel de La Mancha estuviese entrando un virus devastador de identidades nacionales.

Una síntesis política y social de Londres desde la perspectiva periodística, feliz contrapunto al Londres impresionista y literario de Virginia Woolf.

Londres. Historia de una ciudad. A. N. Wilson. Traducción de Juan Manuel Ibeas. Debate. Barcelona, 2005. 234 páginas. 13,50 euros.

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