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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Portugal y España: diferencias y analogías

Joaquín Estefanía

HAY MÁS DIFERENCIAS QUE ANALOGÍAS entre las coyunturas de España y Portugal, pero las segundas no son despreciables. Las diferencias se dan a favor de España: tiene una economía más equilibrada, más dinámica en el comercio bilateral y más poderosa en su producción nacional. Pero hay problemas compartidos en situaciones de cierta analogía.

Los socialistas portugueses triunfaron en las elecciones del pasado domingo por mayoría absoluta -su momento sería, pues, equivalente al año 1982 para España-; en nuestro país también están gobernando los socialistas desde hace poco tiempo, pero en una situación de mayor debilidad parlamentaria: necesitan alianzas para ejercer el poder, y ello, en ocasiones, desnaturaliza la imagen de su actuación. Pero tanto Sócrates como Zapatero han basado sus promesas en un cambio del modelo productivo basado en un choque tecnológico (I+D+i) para modernizar ambos países y situarlos en la senda más avanzada de la sociedad del conocimiento.

En la península Ibérica se ha agotado el modelo productivo basado en salarios baratos. Si no se encuentra otro camino para competir en el mercado mundial, las empresas multiplicarán su deslocalización

En distintos grados, la península Ibérica sufre un agotamiento de un modelo productivo basado en la llegada de inversiones extranjeras que buscaban, sobre todo, bajos salarios en comparación con los países del entorno más inmediato. Afortunadamente, los dos países tienen un desarrollo europeo, pagan unos impuestos europeos (más o menos), pero también soportan unos costes europeos. Y muchas de las empresas que un día llegaron, o se crearon directamente en suelo portugués o español, acaban deslocalizándose como una única oportunidad de sobrevivir a la competencia de un mercado global.

La reacción ha de ser buscar un nuevo espacio de competitividad, relacionado con la sociedad del desarrollo. Los problemas de infraestructuras o educación que padecemos los españoles son los mismos que tiene Portugal, multiplicados por el factor que queramos. No es de extrañar, pues, que tanto Sócrates como ZP ganasen las elecciones apostando por un fuerte incremento de la inversión pública y privada en I+D+i, para situar su porcentaje del PIB en estos capítulos en la media europea (2%) y tender al 3% que señalan los acuerdos de la Cumbre de la UE en Lisboa.

El problema para Portugal es que ello debe hacerlo en un contexto de bajo crecimiento y fuerte déficit presupuestario. Hay quien dice que el portugués José Manuel Durã

o Barroso, más que aceptar la presidencia de la Comisión Europea, huía de la coyuntura económica de su país. Su sucesor, Santana Lopes, apenas duró unos meses, los suficientes para que el presidente del país, Jorge Sampaio, atestiguase su inoperancia a la hora de gobernar y convocase estas elecciones que han dado el triunfo absoluto de los socialistas y ponen fin a dos décadas de hegemonía del Partido Social Demócrata (que en Portugal, otro signo de las limitaciones lingüísticas, es un partido de la derecha).

Portugal entró en recesión a finales del año 2002. A principios del pasado año pareció comenzar a remontar la parte baja del ciclo, apoyada en las inversiones y el turismo que atrajo la celebración de la fase final de la Eurocopa de fútbol en sus terrenos de juego. Pero fue un espejismo: la segunda parte del año, sin llegar a la recesión, ha sido muy floja en cuanto al crecimiento. Esta debilidad ha conllevado un aumento espectacular del paro (del 4,2% en 2001, al 7,1% actual), sin que se haya solucionado el otro gran problema macro portugués: la existencia de un déficit público que puede estar rondando en la realidad el 5% del PIB. No debe olvidarse que Portugal fue el primer país de la zona euro que violó la letra del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, antes que Francia o Alemania. Y cuando ha reducido el porcentaje de déficit ha sido a través de ingresos extraordinarios (privatizaciones), más que debido a un ajuste de sus gastos, que incorporan una Administración pública, grande y a la vez poco eficaz.

El reto es inmenso.

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