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Reportaje:

El nervio del puente de Brooklyn

Un paseo indispensable para captar la esencia de Nueva York

No sé por qué, 2004 ha sido el año que más puentes he atravesado. Crucé el Moldava por el puente de Carlos. Crucé el Neva por el puente de la Trinidad. Crucé el Danubio por el puente de los Leones. Crucé el Moscova por el puente Novoarbatski. Crucé el Sava por el puente de Branko. Crucé el Tíber por el Ponte Sant'Angelo. Crucé el Sena por el puente Mirabeau. Crucé los puentes de hierro oxidado sobre el inmenso Paraná, en Gualeguaychu, y el no menos caudaloso río Santa Lucía a la entrada del antiguo Montevideo.

Y ahora estoy atravesando el East River por el puente de Brooklyn. ¿Cuál de ellos será el puente de mis sueños? Aún me quedan otros muchos puentes y ríos por transitar. El verano está agónico, pero se prolonga en la luz del atardecer. Dejamos atrás Manhattan y vamos hacia Brooklyn pisando los tablones de madera del paso de peatones. Está a unos seis metros por encima del asfalto, rodado permanentemente por infinidad de automóviles. Desde aquí un suicida no podría alcanzar las aguas benéficas, sino que se estrellaría sobre los capós. Alcanzaría entonces una muerte más burda, menos heroica. ¿Qué pensarían Houdini o Robert Odlum? Este último fue el primero en saltar desde el puente. No lo hizo por ninguna causa justa, sino tan sólo por ganar una apuesta. La ganó, pero apenas tuvo tiempo para disfrutarla, pues a las pocas horas de llevar a cabo esta calculada proeza, murió repentinamente. Era mayo de 1885. El puente colgante, diseñado por John A. Roebling, llevaba ya dos años funcionando.

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Desde el paso elevado, los peatones que vamos siendo rebasados por los corredores y ciclistas tenemos más a mano toda la compleja nervadura. Sentado en uno de los bancos, colocados a cada poco, observo los cables inclinados y los cables verticales de suspensión sosteniendo las vigas del tablero. Estoy inmóvil en el aire, a mitad de camino entre Manhattan y Brooklyn. El East River a mis pies: denso, deshabitado, sin fluir. Los dobles arcos neogóticos de Manhattan despidiéndome, esperándome los de Brooklyn. Esta mitad del camino, este poder elegir entre continuar o regresar, esta tierra de nadie en medio del aire es, como escribió Whitman, la mejor medicina para el alma.

Columbia Heights

El alemán Roebling proyectó el puente. Un barco le aplastó un pie y murió gangrenado. Su hijo Washington continuó la obra. Contrajo la enfermedad del buzo y quedó parcialmente paralizado. Lo ayudó desde entonces su mujer. Él dirigió las obras asomado a una ventana del número 110 de Columbia Heights. Hart Crane, a quien se le debe la mitología literaria de esta gran obra de ingeniería, vivió años después en el mismo inmueble. "Cada vez que uno mira desde el puerto la línea del cielo de Nueva York que cruza el río, es bastante diferente". La casa no existe. Fue sustituida por un elegante edificio de apartamentos. Da al río y conserva la vista del puente en toda su grandeza. Después de vivir en este lugar durante el año 1924, tras finalizar el largo poema épico titulado El puente, en 1929, Crane viajó a México. Al retornar se suicidó lanzándose por la borda de El Orizaba a las aguas del golfo de México, en abril de 1932. Puente de la alegría y del dolor. La madre del poeta pidió ser incinerada y sus cenizas fueron arrojadas al East River desde el puente de Brooklyn. Crane, por su parte, cuando murió, apenas contaba con 33 años, la mayor parte de los cuales los vivió como un borracho crónico. Así describió en estos versos al mito moderno de la técnica y la máquina: "Arpa y altar, trenzados por la furia. / ¡Cómo pudo el esfuerzo alinear tus cuerdas!, / terrorífico umbral y prenda del profeta, / oración de los parias y gemido de amante...". Trabajaron durante 16 años para levantarlo más de medio millar de obreros. Muchos de ellos perdieron la vida.

Al fin avanzo hacia Brooklyn Heights y Park Slope, históricos distritos residenciales. Casas del siglo XIX, de pocos pisos con jardines, inspiradas en la arquitectura europea, van saliendo a nuestro paso. Cafés, tiendas de todo tipo, también de antigüedades. Hasta que nos topamos con el River Café, a los pies del puente y cara al East River. Manhattan, al fondo, sin las Torres Gemelas. Subimos por Everitt Street hacia Columbia Heihgts y Brooklyn Heights. En el número 24 hay un cartel que informa que aquella casa es una de las más antiguas, construida en 1824. En Willow Street con Cranberry buscamos el número 70, donde Truman Capote escribió A sangre fría y Desayuno en Tiffany's, que se inicia así: "Regresar a los lugares donde he vivido, las casas y su vecindad, me atrae siempre de forma irresistible". En el número 155 pasó algún tiempo Arthur Miller. Casa de ladrillo rojo, de dos o tres pisos, con amplias ventanas que dan a calles estrechas y silenciosas. En Cranberry Street vivió "el hijo de Manhattan", como así le gustaba apodarse al propio Whitman, cuando trabajaba en el Brooklyn Eagle, y por allí cerca estuvo la imprenta en donde se tiró Hojas de hierba, entre Cranberry y Fulton. En el número 142 de Columbia Heights vivió muchos años Norman Mailer.

Criaturas de la luna

Va anocheciendo. Bajamos por Pierrepont Street. Pierrepont es paralela a Montague Street. Ambas van a dar al paseo sobre el East River. De repente, choco con la visión de Manhattan. Los rascacielos están iluminados por la luz eléctrica de las oficinas y se les ve vacíos de inquilinos. Son como grandes faros iluminando la ciudad de manera dispendiosa. El día fue de una extraordinaria claridad, despejado, y también así cae la noche, alejada de brumas. Me apoyo sobre la barandilla a espaldas de un pequeño monumento en recuerdo de la guerra de la Independencia. Manhattan me gusta aún más desde fuera que desde dentro. Desde fuera es como contemplar unas grandes esculturas animadas. Cada uno de esos atlantes es un faro en la noche. ¿Alguna vez estarán apagadas todas las luces? "No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. / No duerme nadie. / Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. / Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan...", escribió Lorca.

W. H. Auden, vecino en otros tiempos de Montague Terrace, que debió contemplar muchas veces esta misma vista a idéntica hora, comentó: "¿Hay algo más aterrador que un moderno edificio de oficinas?". Manhattan brillando en la oscuridad por cientos de oficinas vacías, como la del impasible escribiente Bartleby de Melville. Son como una multitud de panales iluminados por la linterna del apicultor. La luz de todos los rascacielos encendidos podría competir con la del sol, con la de la luna llena, o con la de la constelación del Zodiaco pintada sobre la cúpula de la entrada principal de la Grand Central Station. Esta cúpula, estas bóvedas tabicadas reforzadas por cemento de alta calidad, fue ideada por un español, el valenciano Rafael Guastavino y Moneo (1842-1908). El artista fue Paul Hellen, un pintor francés. Conociendo la latitud de Manhattan, la composición representa la vista de un cielo mediterráneo en invierno. Inspirándose en un manuscrito medieval, diseñó un zodiaco con más de 2.500 estrellas, 60 de ellas iluminadas. Al puente de Brooklyn le da lo mismo la luz natural o la eléctrica. Marianne Moore dijo: "Siempre está silueteado por la luz del Sol o la de la Luna".

Maravilla 'art déco'

Contemplo la luz blanca de los infinitos neones de Manhattan. Me parece tan pura que calma la angustia. Rascacielos como el Empire State, que resistió, en 1945, el impacto de un bombardero B-52 contra el piso 69. Rascacielos como el Radio Corporation of America (RCA). El Met Life, sobre el complejo de la Grand Central Station cortando la visión de Park Avenue. El edificio neogótico Woolworth. El Equitable. El Daily News. El American Standard. El General Electric, acabado en una torre neogótica truncada. O el Chrysler, con su pináculo de aluminio pulido, proyectado por William van Alen, una de las maravillas del art déco. Hasta el zepelín Hindenburg atravesó Manhattan rozando las agujas de estos mismos rascacielos. Y sobre estas moles, los dioses desterrados. Y sobre estas nuevas catedrales y templos de la soberbia del hombre, los dioses desamparados. Apolo-Zeus-Moisés, en una escultura de Laurie Lee en la puerta principal del edificio del RCA. Ángeles caídos de Noguchi levantados en acero, en la puerta de acceso al edificio de la Associated Press. Un Prometeo de Paul Manship en la plaza del Rockefeller Center.

El pináculo del Chrysler parece un fragmento del casco de Minerva o del casco de la estatua de la Libertad con uno de sus rayos fulgurantes. Encima de la fachada principal de la Grand Central Station se asoma un Mercurio. Sirenas cuelgan en el edificio de la American Telephone and Telegraph. Y la estatua de Diana es una tímida diosa protectora en el Madison Square Garden o en la National Academy of Design.

Veo Manhattan desde Brooklyn. Ahora contemplo el puente también iluminado en su vientre por las luces de cruce de los automóviles. Nueva York está atravesado por otros magníficos puentes. Por ejemplo, el de George Washington es dos mil pies más largo que el de Brooklyn, y su estructura metálica atraviesa el Hudson. Para Mies van der Rohe, era su construcción favorita en esta ciudad. Realmente es de una impresionante belleza, pero el puente de Brooklyn es algo más que mera arquitectura e ingeniería.

Regreso en dirección contraria por el puente avanzada la noche. Un taxi me devuelve a Lexington Avenue. Ir de Brooklyn a Manhattan es como ir del campo a la ciudad. "¿Verdaderamente quiero ir a la ciudad? / Aquí hay luz y gatos / y pájaros que viven en el cielo / y metal que hay que pintar para / que no se oxide, motivo de intensa reflexión / ahí entre las plantas y entre los insectos / y bichos que haya, por ahí, los que sean...", escribió John Ashbery.

César Antonio Molina es director del Instituto Cervantes.

Pasarela peatonal en el puente de Brooklyn. Construido entre 1870 y 1883 (se abrió al tráfico en mayo de aquel año), mide 1.834 metros  y une Manhattan y Brooklyn.
Pasarela peatonal en el puente de Brooklyn. Construido entre 1870 y 1883 (se abrió al tráfico en mayo de aquel año), mide 1.834 metros y une Manhattan y Brooklyn.GIOVANNI SIMEONE

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos.- Prefijo telefónico: 001 moneda:dólar estadounidense (unos 0,76 euros).Cómo ir- Iberia (www.iberia.com; 902 400 500) ofrece en su web vuelos directos de última hora, saliendo de Madrid, a Nueva York, a partir de 302 euros más tasas y gastos.- Tap (www.tap.es; 91 542 12 03). Oferta: compra hasta el 28 de febrero, para volar antes del 18 de marzo, vía Lisboa, 270 euros más tasas y gastos.Visitas- Museum of Modern Art, MoMA (www.moma.org; 212 708 94 00). 11 West 53 Street. Nueva York. Precio de la entrada: adultos, 15,15 euros. Recién abierto tras una flamante ampliación a cargo del arquitecto japonés Yoshio Taniguchi.- The River Café

(www.rivercafe.com; 718 522 52 00). 1 Water Street. Brooklyn, Nueva York. Debajo del puente. Sirven desayunos, comidas y cenas. Especialmente conocido por las vistas a Manhattan desde la barra del bar. Brunch (domingos de 11.00 a 15.00, dos platos, 26,50 euros).Información- Oficina de turismo de Nueva York (www.nycvisit.com; 484 12 00).- www.nyctourist.com.

- www.ci.nyc.ny.us incluye información sobre las calles y puentes de Nueva York (para los puentes: www.ci.nyc.ny.us/html/dot/html/motorist/bridges.html).- www.nycroads.com es otra web para buscar datos sobre los puentes.

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