El paseante solitario
"Todo en la tierra está en continuo flujo: nada conserva una forma constante y quieta, y los afectos nuestros, que se vinculan a las cosas exteriores, pasan y cambian necesariamente como ellas". La anotación que hace Rousseau en Las ensoñaciones del paseante solitario tras una de sus deambulaciones por la isla lacustre de Saint-Pierre puede ser un buen pórtico para comentar las percepciones insulares de otro paseante no menos remiso a la compañía y tan convencido como el filósofo de las bondades de la naturaleza. Hamish Fulton (Londres, 1946), uno de los históricos land artist europeos, estuvo caminando siete días de febrero de 2004 por el norte de Lanzarote en respuesta a una invitación de la Fundación César Manrique (FCM). Un año después testimonia en su sede aquel errabundeo con un sobrio conjunto de dispositivos visuales y textuales, parte de los cuales pasará a formar parte de la colección Arte-Naturaleza de la FCM junto a las obras de Nils-Udo, Thomas Joshua Cooper, Miguel Ángel Blanco y Axel Hütte y a las de otros artistas-paisajistas que sumará en los próximos años a su programa.
HAMISH FULTON
Fundación César Manrique
Taro de Tahíche. Lanzarote
Hasta el 3 de abril
Resuelto como un peregrino arrastrado por una verdad que le sobrepasa y meticuloso como un danzante que reverencia el espacio, Fulton sortea sabiamente la fotogenia del paisaje volcánico con un trabajo de gran contención expresiva que restringe sus proyecciones ópticas -su cámara sólo registra "el camino por delante y el suelo bajo los pies", como rezan las diminutas leyendas de las fotografías-, cartográficas -unos mapas con sus itinerarios y unas cuantas flechas y borrones sobre un plano de carreteras- y verbales -una somera enumeración de lugares atravesados, las fechas de inicio y término de cada caminata y, en el caso del volcán de La Corona, la cifra de los pasos dados-. Datos literales que sin embargo rebasan lo puramente documental mediante grandes marcos para las imágenes y escalas mayúsculas para los textos que hacen que el conjunto desprenda un centelleo frío, un halo de misterio y levísima ironía que recusa la aprensión instrumental de la naturaleza.
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