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DON DE GENTES
Columna
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El higo

SE ME CAE LA CARA de vergüenza: desde que vivo en Nueva York, no he pisado un museo. No es que haya hecho una promesa a la Virgen de Regla, es que no he ido porque, parafraseando a La Maña, esa gran figura del cabaré, no me ha salido del higo. ¡Miento! Estuve un día en el MoMA. Si he de ser sincera fui porque me sentía presionada por amigos que me escribían para contarme chismes patrios y luego siempre añadían una posdata los muy jodíos: "Cuéntanos, ¿qué tal el nuevo MoMA? Creo que la reforma lo ha dejado que roza lo sublime". No es por criticar a mis amigos, pero reconozcámoslo: son cursis hasta la extenuación. Y yo soy una mujer libre que hace siempre, parafraseando a La Maña, lo que le sale del higo, pero una posdata tras otra, tras otra te hacen mella y cedes, porque también tienes tu puntito de vulnerabilidad. Una mañana, estando hasta el higo de tanta posdata (como diría La Maña), me encasqueté el gorro putón de Baqueira, y me dije a mí misma: "Hala, hija, al MoMA, al MoMA, que no se diga". A mí, irme sola al MoMA me parecía como de escritora terminal, y dado que mi santo siempre está trabajando (ojo al reproche), llamé a uno de mis gigolós de la Gran Manzana. Aunque soy tremendamente joven, tan joven que me ha dicho McDougall que tengo un colesterol bueno que se sale del gráfico (qué forma tan rara de tirarme los tejos), ya voy teniendo esa edad en la que una mujer o sale con su santo o, en su defecto, ha de tener una corte de gigolós para acudir a eventos culturales.

Los gigolós pueden ser gays o no; yo ya en eso, hija mía, ni entro ni salgo; pero eso sí, lo que es una horterada, francamente, es que una escritora en su espléndida madurez quede para ir a museos con amigas. Desde aquí te lo digo, yo eso lo veo muy rancio. Lo veo como de Sexo en Nueva York, pero en cutre. Eso de quedar con mujeres para acabar hablando de hombres lo encuentro una horterada sideral. Es más, muchas veces he pensado que las cuatro chicas de Sexo en Nueva York son en realidad cuatro gays, porque aún está por ver la tía que tenga una vida tan promiscua a esas edades. Una o ninguna. El otro día, por cierto, en un texto divertidísimo de una amiga neoyorquina leí la siguiente reflexión: "Lo que uno no puede creerse viendo la serie Sex and the City es que esas tías liguen tanto porque con lo que se curra aquí, lo reventada que acabas y el tiempo que pasas en el metro, la verdad, tía, yo sólo me acuerdo de que tengo chichi cuando me huele". Qué fuerte: yo escribo muchas ordinarieces, pero ésta, ¡por una vez!, no es mía.

La cosa es que a mí eso de las confesiones femeninas en un restaurante pijo hablando de penes (qué fina me he vuelto de pronto) siempre me ha parecido la versión actualizada de las antiguas conversaciones soeces de machorros. ¡Y me niego! Pues eso, quedé para ir al MoMA con un gigoló, y lo que pasa, que entre que las escritoras de culto nos levantamos a las tantas, nos duchamos (completamente desnudas) y pensamos en lo que nos vamos a poner se nos hace la una de la tarde. Y a mí la pasión por el arte, a la una, qué quieres, como que se me ha pasado. A mí no me enseñes cuadros a la una de la tarde, porque te los tiro a la cara. A mí a la una de la tarde ponme delante un bloody mary o calla para siempre. Así que le dije a mi gigoló: vámonos primero al restaurante del MoMA; al fin y al cabo, los cuadros no van a moverse del sitio. Y mi amigo dijo: vale. Él sabe que si a la una yo no tengo delante un bloody mary en los labios me da el síndrome. Yo, como el niño de pecho, necesito una regularidad. Me fascina el MoMA. Me refiero al restaurante. Estaba hasta los topes; sin embargo, me vieron entrar y nos dieron mesa. Lo digo sin ánimo de tirarme el moco. Es que a mí el gorro de putón de Baqueira me está abriendo muchas puertas en la Gran Manzana. Hay que ver lo que hace un gorro, me sube de categoría social, parece que tengo todavía más dinero del que tengo. Cómo me gusta el MoMA: el primer bloody mary, fantástico, el retrogusto lo sientes con el segundo, con el tercero, ay, ya no sientes las piernas, como Rambo. Me sentí tan sofisticada que me dejé el gorro de zorro toda la comida, pero tuve que ir al servicio dos veces para rascarme la cabeza, porque del sudor que provoca estoy criando ácaros en el cuero cabelludo. Qué bonitos son los wáteres del MoMA. Dan ganas de llevarse una revista: Claves de la Razón Práctica, por ejemplo, y quedarse ahí pasando las horas muertas, como suelen hacer ustedes en los wáteres de sus casas. Pero pensé: a ver si me voy a quedar dormida. No sería la primera vez. Salí. Iba a ver los cuadros, palabrita del Niño Jesús, porque a mí el arte conceptual me fascina, pero le dije al colega: quédate tú, majete, que yo tengo el nivel de bloody mary en sangre un poquito alto y me voy a pegar un siestorro. Eché a andar hacia lo que parecía la salida, pero ya se sabe lo minimalistas que son los arquitectos japoneses, que lo llenan todo de cristales. Mi nariz impactó contra uno de ellos. Me reboté un poquito contra el minimalismo, la verdad. Y pensé en lo que habría dicho La Maña en esos dolorosos momentos: "Volveré, pero cuando me salga del higo". Para mí, esa mujer, como lo siento lo digo, es un referente.

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