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Euskadi no es Europa

El 60 aniversario de la liberación de los campos de exterminio nazis es una ocasión perfecta para revisar los caminos recorridos por la Europa que sufrió el horror nazi y por el que -según algunos- es el "pueblo más antiguo de Europa". Basta para ello analizar algunos sucesos de los últimos años y extraer algunas conclusiones: la principal será que la sociedad vasca necesita un cambio profundo en su cultura política para alinearse con la Europa que hoy recuerda a las víctimas del Holocausto, y que ese cambio sólo llegará el día en el que, con toda normalidad democrática, el PNV pierda las riendas del poder en Euskadi.

En abril de 2002, el candidato de extrema derecha Jean-Marie Le Pen pasaba a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas. La reacción de la sociedad francesa no se hizo esperar: un millón de personas se lanzó a la calle mientras todos los partidos ponían en marcha lo que llaman el "barrage républicain", el muro de contención de todos en contra de los que rebasan los límites básicos de la convivencia. En Euskadi, hubo un tiempo en el que el Pacto de Ajuria Enea funcionaba como un "barrage républicain", desde el que los partidos vascos que condenaban la violencia de ETA protegían los principios básicos de la democracia. Después se puso de moda criticar la distinción entre "demócratas" y "violentos", y la presa hizo aguas. Se rompió el Pacto, se firmó Lizarra, y de ahí a la enésima irrupción de ETA de la vida institucional vasca: la famosa carta que leyó Otegi en el pasado pleno del 30 de diciembre.

¿De qué nos sirve ser "el pueblo más antiguo de Europa" si no hemos sabido ser Europa en lo más elemental?
Va llegando la hora de desenmascarar las causas de la 'incapacidad de duelo' de muchos vascos hacia las víctimas

En noviembre de 2003, el grupo parlamentario de la CDU alemana expulsó de sus filas al diputado Martin Hofmann a raíz de unas declaraciones consideradas antisemitas, en las que afirmaba que se podía considerar a los judíos pueblo culpable de los crímenes del bolchevismo porque había "un gran número de judíos en activo" en las filas de Lenin. Josu Ternera, quizás el último jefe de ETA, fue miembro de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco en la anterior legislatura, y faltaron los recursos institucionales y la voluntad política para evitar semejante "peaje político a ETA" -como en su día afirmó el vicelehendakari socialista asesinado por ETA, Fernando Buesa-.

Frente al Consulado de Francia en Bruselas, en la concentración espontánea celebrada para apaciguar la amargura producida por el pase de Le Pen a la segunda vuelta, pensé en la Euskadi que tantas veces había inhibido esa rabia democrática, y en Mario Benedetti y su noción de patria: "Cuando vivo en esta ciudad sin lágrimas / que se ha vuelto egoísta de puro generosa / que ha perdido su ánimo sin haberlo gastado / pienso que al fin ha llegado el momento / de decir adiós a algunas presunciones / de alejarse tal vez y hablar otros idiomas / donde la indiferencia sea una palabra obscena".

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Son muchas y complejas las razones que han bloqueado la capacidad de la sociedad vasca de expresar al unísono esa rabia democrática frente a aquellos que no respetan las más elementales reglas de juego, y constituyen un terreno espinoso y doloroso que en un tiempo futuro (cada vez más cercano) podremos recorrer con más claridad. De la misma manera, va llegando la hora de desenmascarar las causas de la "incapacidad de duelo" (que diagnosticó el psicoanalista Alexander Mitscherlich) que muchos vascos padecen hacia el sufrimiento de las víctimas, y muy especialmente, las de la incapacidad de compasión de muchos nacionalistas ante ciudadanos vascos no nacionalistas asesinados por ETA.

En la Europa que sigue hoy vacunándose contra el nazismo, también Alemania ha tenido que levantar la voz para gritar lo que es evidente frente al ruido de los que niegan lo más básico. El último ejemplo, el pasado 21 de enero, cuando doce diputados del Partido Nacional Democrático -de tendencia neonazi- abandonaron la sala de plenos del Parlamento de Sajonia para no guardar un minuto de silencio por las víctimas del nazismo. La conciencia colectiva del pueblo alemán ha caído sobre ellos, expresando alto y claro la vergüenza de una sociedad moderna y democrática ante semejante pisoteo a la memoria de las víctimas del horror. ¡Cuántas veces muchos han llorado esa vergüenza en Euskadi en el silencio de su intimidad, mientras el espacio público vasco se llenaba de palabras fatuas y gestos compungidos -y unos pocos, sí, salían a las calles a gritarlo con su silencio-!

¿De qué nos sirve ser "el pueblo más antiguo de Europa" si no hemos sabido ser Europa en lo más elemental? Quizás ser pueblo no sea la cuestión, quizás el plan Ibarretxe no sea la cuestión... La cuestión es interiorizar de manera individual, y sobre todo colectiva, una narrativa compartida del dolor, que es el de las víctimas del terrorismo primero, y que abarca otras historias de dolor también. Algo se mueve desde hace pocos años en las corrientes subterráneas de la sociedad vasca en este sentido, aunque el ruido de los últimos acontecimientos silencie esos cambios. Como proyecto de pueblo hemos perdido el tren de la Europa compasiva, mientras que como sociedad democrática y pluralista tenemos un largo camino por recorrer. Un camino que empieza el día que se normalice la alternancia política en la gestión de la cotidianeidad de una sociedad vasca "en la que la indiferencia sea una palabra obscena".

Borja Bergareche es abogado

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