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Columna
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Cierres

Enrique Gil Calvo

Esta semana cierra un año decisivo, a fuer de trágico. Los idus de marzo trajeron consigo el mayor atentado de nuestra historia, que demostró el temple de ciudadanos y autoridades, pero tomó por sorpresa a unos responsables políticos incapaces de reaccionar con sentido común. Y ante la evidente manipulación de la masacre, se desencadenó una tempestad civil que fundió todas las expectativas electorales y barrió a los gobernantes establecidos, precipitando así el vuelco del ciclo político. Desde entonces nuestra esfera pública gira como un carrusel en torno a la rememoración de aquellos acontecimientos, cuyos efectos retardados no se acaban de procesar. Los cadáveres se enterraron, casi todos los heridos se han curado, los destrozos en trenes y estaciones se han reconstruido, los antiguos responsables están recluidos en su búnker opositor y los nuevos gobernantes se han consolidado en el poder, pero sin embargo el duelo colectivo todavía no ha concluido.

Por eso el año se cierra bajo un clima de luctuosa fatalidad que le hace parecer ciertamente irreal, como corresponde a un año (bisiesto) que no debería haber ocurrido. Como se dicen a sí mismos los afectados por la masacre y los responsables que no supieron hacerse cargo de ella como era su deber, este año tan injusto no tendría que haber tenido lugar. Pero sin embargo lo tuvo: aquí, en Madrid. Y como sucedió, en efecto, ahora la cosa ya no tiene remedio porque no cabe repetir la historia ni volverla atrás, haciendo como si este año aciago no hubiera acaecido. Lo que pasó, pasó, y ahora hay que seguir adelante sacando todas las consecuencias sin más lloros ni rabietas.

Con el año se cierran también las comparecencias ante la comisión que ha investigado en el Congreso los idus de marzo, y bien cerradas están. Una vez que al señor Aznar se le brindó la oportunidad de explicarse, cerrando el señor Zapatero y la señora Manjón con un digno punto final, ahora ya no tiene sentido seguir manteniendo el foro abierto para que los resentidos justifiquen sus paranoias. No se puede perder más tiempo con ese truco infantil que pretende buscar fantasmas escondidos al fondo del armario para eludir las propias responsabilidades, en un inútil intento por decir "yo no he sido" cuando se tenía que haber asumido desde un principio la exclusiva culpabilidad islamista. Por eso, cuando la oposición y sus altavoces sociales se niegan a cerrar la comisión del 11-M, no hay que tomarles al pie de la letra, pues sus protestas contra este cierre no son más que un pretexto que sirve de coartada para buscar otra clase de cierre muy distinto.

Me refiero al cierre anticipado de la legislatura que parecen desear con ahínco las diferentes facciones que le disputan a Rajoy el control del PP. Y su forma de competir por el poder en el partido es rivalizando por ver quién desgasta más al Gobierno evitando así que Zapatero se consolide. Por eso buscan la bronca permanente en la prensa y el Congreso, para lo que les iba de perlas esa trinchera que ha sido la comisión del 11-M. Ahora bien, pedir el cierre anticipado de la legislatura no se entiende muy bien. ¿Seguro que les conviene intentarlo? ¿No pondrán así la mayoría absoluta al alcance de Zapatero?

En realidad, como demostró con su testimonio ante la comisión del 11-M, a Zapatero parece irle mucho mejor con el talante duro, acusando al contrario de "engaño masivo", que con el talante blando como hacía antes. Además, si la oposición se echa al monte negándose a colaborar en cuestiones de Estado como la reforma constitucional, entonces Zapatero ya no tendrá que hacer concesiones a los nacionalistas en la renegociación de los estatutos, ante la imposibilidad fáctica de aprobarlos en el Congreso. Por tanto, a Zapatero le conviene que el PP se radicalice en su viraje hacia la derecha extrema, pues eso le brindará en el futuro la oportunidad de anticipar el cierre de la legislatura, pidiendo al electorado una mayoría suficiente para evitar el actual bloqueo de su programa reformista. Y en tal tesitura cabe temer que, en efecto, el electorado le otorgue una ominosa mayoría absoluta.

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