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Crítica:NARRATIVA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cantar la descomposición

J. Ernesto Ayala-Dip

En un reciente libro Ryszard Kapuscinski considera que la realidad actual es tan cambiante, a diferencia, por ejemplo, del contexto que Thomas Mann plasma en Los Buddenbrook, que sería difícil que una novela como la suya pudiera ser fiel a la naturaleza de nuestra contemporaneidad. Y traía a colación una cita: "Lo mejor que le sale a la literatura (la novela) es describir el cadáver". Juan Villoro, en El testigo, pone en funcionamiento un método de narración acorde con la proteica materia con la que tiene que trabajar. No tiene que escribir Los Buddenbrook, pero creo que sí tiene que describir un cadáver, o, cuando menos, algo bastante cercano a la descomposición.

La masa argumental de El testigo es extensa, en alguna medida invita a interpretarla como una summa, en profundidad severa de comportamientos psicológicos y político-sociales, en calado emocional y en diseño perfectamente ensamblado de utopía e impotencia histórica. La novela está narrada en tercera persona. Un punto de vista acorde con la necesidad de que el ojo del lector se pose en la materia narrada y no en las habilidades para seguir un tejido ya de por sí complejo en relatos. La historia de la novela comienza con el regreso de Julio Valdivieso a México, después de veinticuatro años de dar clases de literatura en Europa. En Europa se ha casado y tiene dos hijas. La información argumental se nos va dando de capítulo en capítulo mediante el sistema de ir acotando en ellos el perfil de una historia capital en el relato o el perfil humano de las piezas que irán encajando poco a poco. El tono, o uno de los tonos, de la novela ya se nos da al comenzar la historia: con la aparición de un personaje llamado El Vikingo. Julio Valdivieso vuelve para recuperar todo lo irrecuperable. Se ha casado en Europa con Paola para no quedar atado para siempre en el recuerdo de Nieves, la prima que amó en el México de su juventud y que no acudió a la cita para marchar juntos a Europa. El retorno lo pone en contacto con gente vinculada al mundo de la publicidad y la televisión. Gracias a esa circunstancia, el lector accederá a dos territorios. Uno, histórico: la revolución cristera, también abordaba por Álvaro Pombo en su reciente Una ventana al norte. El otro, literario: la recuperación del poeta Ramón López Velarde.

EL TESTIGO

Juan Villoro

Anagrama. Barcelona, 2004

470 páginas. 20 euros

Ya se ha dicho antes que El

testigo es una summa. Convergen en ella el género novelesco clásico; una trama policiaca, no tanto para cultivar alegremente el género como sí para enfatizar ese costado de intriga negra que tiene toda tragedia o proceso de descomposición social (es para releer el relato sobre Ogarrio, el policía más siniestro que leí en literatura en mucho tiempo); el relato amoroso en la figura de Nieves, pero también en la de la antigua camarada de talleres de literatura Olga, o en la salvación sentimental en la persona de una campesina en pleno desierto; la crítica feroz al papel de la televisión como agente manipulador del presente pero también del pasado; y el narcotráfico, esa lacra que tanto engorda el PIB de algunos países. La descripción de la "otra vida de Julio", la que mantiene con su mujer y sus hijas al margen absolutamente del núcleo duro de la trama, forma parte de esa simbolización del pasado y el presente que Julio se empecina ilusoriamente en no perturbar. La presencia del poeta López Velarde es como el oasis de Julio. La figura humana que salva, con sus irreparables contradicciones, la esperanza. "Nieves es México", se dice en la novela. Alguna vez le preguntaron a Sábato quién era Alejandra, la protagonista de Sobre héroes y tumbas y contestó: "Argentina". Curiosa coincidencia. El testigo es una novela poderosa. Escrita con una prosa que el mismo Villoro exige en su ensayo Efectos personales: "Si la prosa o el verso trabajan con eficiencia, el lector no ve la tipografía Bodoni sino la tormenta descrita por el autor". Alguien que leyera esta novela podría pensar en el Carlos Fuentes de Cambio de piel. No porque los una un mismo propósito experimental, sino porque en ambas se impone la fatalidad de la ucronía que atrapa todas las mismas desgracias históricas. El testigo es una gran novela de los fracasos de nuestro tiempo.

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