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Columna
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PP: hay un camino a la derecha de Aznar

Joaquín Estefanía

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, utilizó en buena parte su discurso del debate del estado de la región, para tomar posiciones cara a la batalla por la presidencia del PP de Madrid y, más allá, en el futuro y fuera de la jurisdicción regional. La ambición es ciega pero respetable. No en vano el congreso del PP está a la vuelta de la esquina. Y lo hizo con una intervención desusadamente ideológica, con un pensamiento fuerte poco habitual en estos andurriales. De sus palabras cabe extraer un conjunto de peculiaridades que caracterizan el pensamiento profundo de Aguirre más allá de su autoafirmación de liberalismo:

1. Ataque permanente al oponente, sin dejarle un resquicio. A veces las críticas eran tan marginales a la coyuntura madrileña que devenían excéntricas. La dureza de esas acometidas no se conformó con la oposición de izquierdas sino que el metalenguaje usado (socialistas e intervencionistas los hay en todos los partidos, dijo, parafraseando al Hayek más conocido) hizo acordarse del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, ausente del debate, que al principio de su mandato quiso subir los impuestos para arreglar las carencias de la capital.

2. Victimismo frente al poder central. ¿Cómo obviar que en algunos momentos Esperanza Aguirre recordó al mejor Jordi Pujol cuando echaba las culpas de sus males a Madrid? Ese curioso nacionalismo madrileñista tuvo, en ocasiones, un tono mitinero dedicado a obtener el aplauso de los suyos: "¡No vamos a permitir que nos asfixien. No lo vamos a permitir!" (refiriéndose a las infraestructuras).

3. Hacer que parezca como evidente lo que es controvertible. Ésta es una pieza tradicional del neoliberalismo-leninismo tan practicado en muchos lares. Acudir a datos empíricos más que cuestionables para dejar a su oponente en posiciones marginales. Así, su credo de que está demostrada la superioridad económica de las políticas neoliberales frente a las socialdemócratas, o su divertida rotundidad de que la bajada de impuestos es "la medida más social que se puede tomar". Imitando a George W. Bush.

4. Utilización de datos poco representativos, por coyunturales, para descalificar la política del adversario. Por ejemplo, cuando dijo que las cifras del paro de agosto en España eran las peores de los últimos 20 años. Como si ello no tuviera nada que ver con la coyuntura internacional y con la práctica política del PP durante los últimos ocho años. Los puestos de trabajo creados por el PP han subido, para Aguirre, de cuatro a cinco millones en apenas dos intervenciones parlamentarias. Ese uso coyunturalista de las cifras, por grueso, hace dudar de la sinceridad de sus argumentos y eleva el tono apocalíptico de sus profecías: respecto a los inmigrantes, se está practicando una política de "papeles para todos"; sobre el desempleo, entiende que "el paro volverá a instalarse entre nosotros y Madrid sentirá sus efectos"; sobre la educación, "los niños no podrán aprender a leer y escribir antes de los seis años" (como consecuencia de la retirada de las leyes educativas aprobadas unilateralmente por el PP). El parecido con el mejor Aznar, el de la entrevista reciente a un medio de comunicación alemán, se dejó sentir en el Parlamento regional.

5. Un discurso plagado de consignas y de eslóganes. Fue una lección de primero de liberalismo. En los momentos más sublimes de esas reiteraciones aparecía el fantasma de Orwell: en su Romeo y Julieta se pregunta Shakespeare: "¿Qué hay en un nombre?" Y Orwell le contesta en 1984: "Exactamente lo contrario de lo que creemos; la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza".

El perfil desplegado por Aguirre no por esquemático y directo deja de ser duro. Ausente de cualquier autocrítica y duda, resuelve problemas complejos con soluciones simplistas. La semana pasada demostró que dentro del PP hay una vía más a la derecha que la que ha trazado Aznar. No exactamente la de los liberales económicos, sino la de los neocons castizos.

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