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Columna
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Modelos

Miquel Alberola

Acaso porque Joan Fuster despreció el fenómeno del turismo (no entendió su importancia económica, deslumbrado por el resplandor exógeno de la burguesía manchesteriana de Cataluña como único modo de redención para un país en apariencia despistado y rural), las alturas en los edificios siempre han despertado un vértigo muy irritable en el sector más sesentayochista de la izquierda. Sin entrar a discutir las ventajas y los inconvenientes que entrañan ambas opciones, lo horizontal se impuso a lo vertical como una marca psíquica y una trinchera ideológica. Tanto, que se diría que ese vapor conforma uno de los ingredientes más suculentos del imaginario progresista indígena y ha cuajado como un aguijón que surge y espolea a la mínima. Y ahí está otra vez, incluso en boca del secretario general de los socialistas valencianos, Joan Ignasi Pla, quien acaba de mortificar con su elíptico verbo el patrón, a propósito de un proyecto de urbanización litoral, cuya naturaleza admite sin duda puntualizaciones, aunque quizá no desde un argumentario inspirado en la caricatura. Dentro de ese juego de antagonismos, desde los años setenta el universo litoral valenciano se ha representado por dos modelos que personifican el bien y el mal. El mal, por supuesto, era el vertical Benidorm, con su afilado perfil de mandíbula feroz y asiática, mientras que el bien lo encarnaba Dénia, con su apaisada silueta de moscatel y su glamour erudito, bucólico y palangredo. Esos dos modelos, con abundante literatura de sobremesa de bodega, han estado chocando durante treinta años en el interior de muchas cabezas, en las que la buena de Dénia siempre derrotaba al perverso Benidorm. Sin embargo, Benidorm, ocupando una porción mínima de territorio (nueve kilómetros cuadrados), ha desarrollado un modelo turístico eficaz (el 1% del litoral arenoso genera el 70% de las pernoctaciones) y respetuoso con el urbanismo y el medio ambiente, mientras que Dénia con más suelo residencial que Valencia (y un 60% de casas construidas en la ilegalidad y sin conexión a la red de alcantarillas), es ya casi un ejemplo de lo que Riszard Kapuscinski, describiendo las ciudades africanas, denominó hiperurbanismo. Eso sí, bajito.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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