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Entrevista:ALEJANDRO AMENÁBAR | Director de 'Mar adentro'

"Me aterra sentirme observado"

Elsa Fernández-Santos

En su segundo cortometraje, Himenóptero, Alejandro Amenábar interpretaba a un tipo obsesionado con filmar la muerte, "la muerte violenta", matiza el director. Once años después, Amenábar (Santiago de Chile, 1972) ha logrado rodar otra agonía, esta vez voluntaria, la del tetrapléjico gallego Ramón Sampedro. Interpretada por Javier Bardem, Mar adentro se estrena hoy en España con cerca de 300 copias y mañana en la Mostra de Venecia, donde participa en el concurso del festival.

Amenábar recibe a los periodistas en el ático de un hotel del paseo de la Castellana de Madrid. Ha perdido sus gafas de sol. Lleva un día un poco alterado.

Cuando el fotógrafo le pide que pose para la entrevista en una tumbona, Amenábar duda. "Casi mejor no", dice. "Pero espera, prefiero consultarlo, es que no quiero frivolizar". El director llama por teléfono y vuelve con la respuesta: que no. Es miércoles por la tarde y la aparición del director de Tesis en las portadas de las revistas gays Zero y Shangay ha causado mucho ruido. Inesperado, afirma él.

"Sólo quiero mirar el mundo y ver películas. Ésa es mi mayor aspiración en la vida. Soy más espectador que director"
"Si antes me he acercado a la muerte desde el miedo, esta vez es desde la emoción, desde el drama, desde el humor"
"Siempre que hablo de gays lo hago en primera persona del plural. No entiendo por qué ahora todo el mundo se vuelve loco con esto"
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Pregunta. Menudo revuelo se ha montado. Para ser un chico con fama de frío y sensato...

Respuesta. Ya no lo dirán más, ¿verdad? [risas].

P. ¿No se esperaba tanta repercusión? Han dado la noticia hasta en algunos informativos.

R. Pues, sinceramente, no lo entiendo. ¡Pero si además no es la primera vez que hablo del tema! Siempre que hablo de gays lo hago en primera persona del plural. Hace dos años ya hablé en una entrevista y no pasó nada. No entiendo por qué ahora todo el mundo se vuelve loco con esto. Me ha sorprendido la repercusión. Aunque, por un lado, no me importa, si con todo este lío se contribuye a la causa me parece estupendo, pero me asusta que se desmadre, mi vida privada es privada. No quiero que la instrumentalicen.

P. Pero le preocupa.

R. Sí. Hoy había unas cámaras que me esperaban a la puerta del hotel y me he quedado hecho polvo. Yo no quiero que nadie entre en mi intimidad. Pero ni puedo ni quiero negarme a una entrevista en cualquier revista y tampoco quiero negarme a dar la cara por los gays, creo que contribuye a normalizar la situación y además no quiero entrar en el juego ambiguo del sí pero no. Es tan fácil como decir que eres gay y ya está.

P. ¿Y entonces qué le preocupa?

R. Es sencillo. Sólo quiero mirar el mundo y ver películas. Ésa es mi mayor aspiración en la vida. Soy más espectador que otra cosa, más espectador que director. Si algo me aterra en esta vida es que eso cambie y que ya no pueda mirar lo que me rodea como lo he hecho hasta ahora, que sea yo el observado. Tengo miedo a ser un personaje público. El otro día estaba en el gimnasio y en la tele no paraban de sacar la historia del hijo de Carmen Ordóñez, el que le pinchó las ruedas al coche de una periodista para que no le persiguiera más. Qué locura, pensé. Y qué miedo.

P. ¿Su sexualidad es importante para su cine?

R. ¡Qué va! Me gusta la entrevista de Zero, aunque tiene una teoría sobre la desarmarización de mi cine que, sinceramente, no comparto.

P. La muerte parece una constante en su cine.

R. Sí, la muerte siempre ha sido uno de los temas de mis películas. Ahora tan sólo he cambiado de registro. En Mar adentro está la muerte, pero la muerte desde la vida. Han cambiado los mecanismos. Si las otras veces me he acercado desde el miedo o el thriller esta vez es desde la emoción, desde el drama, desde el humor.

P. Desde el melodrama. Mar adentro es un melodrama.

R. Sí, pero con mucho humor. Un melodrama en el que también te ríes mucho. Tiene mucho del género porque me ha gustado mucho desde niño. Me gustaba Cinema Paradiso. O los melodramas de Spielberg, como El color púrpura, El imperio del Sol o ET. He pensado mucho en esas películas. Como decía antes, siempre he sido más espectador que director. Y como espectador el melodrama nunca ha sido un tema ajeno para mí. Aunque como director nunca había entrado tan de lleno en el mundo de las emociones.

P. ¿Y se le dan bien las emociones?

R. Me he dejado llevar por los actores, ésa es una buena manera de conocer nuevas emociones.

P. Ellos dicen que trabajan muy tranquilos con usted. Que relaja el ambiente.

R. Es que no me gustan las tensiones, creo que son improductivas y poco creativas.

P. Ramón Sampedro no veía nunca el mar. Tenía una relación de amor-odio con él.

R. Es algo muy gallego. La familia de Ramón se cambió de casa y se alejaron del mar. El mar era desde su ventana una línea que se perdía entre los árboles. El mar era su vida pero también fue el que se la quitó. Todos sus sueños están relacionados con el mar. El mar es todo: la vida y la muerte. Pero la ventana no da al mar. Eso también me recordaba a cuando eres niño y estás en la escuela y miras por la ventana y sueñas. Salir volando por la ventana es muy cinematográfico.

P. ¿Cuál su experiencia personal con la muerte?

R. Poca, la verdad. Mar adentro pretende ser, y así lo he dicho, un homenaje a los que se van y un bálsamo para los que se quedan. En estos dos últimos años mi percepción de la muerte ha cambiado bastante. La muerte sigue siendo una experiencia lejana para mí porque nadie de mi familia ha muerto, pero, sin embargo, estoy rodeado de amigos o conocidos a los que la muerte les está tocando de una manera u otra.

P. ¿Cómo les ha tocado?

R. Hace un año se murió una amiga de 35 años, de cáncer. A ella precisamente está dedicada la película. Es el nombre que aparece al final. Alcancé a decírselo antes de que se muriera, quería que fuera para ella. Es la primera vez que he vivido la muerte de cerca y decidí involucrarme dentro de lo posible en el proceso. Un amigo psicólogo la preparó y las conversaciones con ella y el psicólogo me ayudaron a reflexionar. Hablábamos de la vida como una carretera por la que viajas hasta que un día, no sabes qué día, aparece la señal de desvío. Te avisan y luego, así de rápido, de simple y de terrible. Ese momento nos une a todos, nos iguala. Ramón insiste en que la muerte es la vida. La muerte va pegada a la vida. Es el final del camino y sospecho que no hay nada después, pero pese a eso mi sensación no es pesimista, creo que igualmente la vida no pierde sentido por eso. Incluso lo gana. Siempre queda algo y, por eso, el duelo nunca debe ser total.

P. ¿Y hasta dónde quiere llevar al espectador en ese viaje emocional?

R. Yo quiero que el espectador se asome al abismo de la muerte. Ramón Sampedro saltó a la muerte y no le pidió a nadie que saltara con él. Pero yo les digo: ¡Aquí, con todos ustedes, la muerte! Yo he querido acercar al espectador a ese abismo, a ese lugar definitivo que pasa del ser a no ser, en ese lugar quería colocar al espectador. Un lugar que no tiene nada que ver con palabras mayores, un lugar que está a ras de tierra. Un lugar que nos hace iguales a todos y que nos incumbe a todos. Ese precipicio por el que todos nos tendremos que asomar alguna vez.

P. Pero a Ramón Sampedro lo que le dio inteligencia y lucidez fue su enfermedad. Desarrolló lo único que le quedaba: la inteligencia. Y la desarrolló mucho. Estaba lleno de vida. Parece que queriendo morir aprendió a vivir.

R. Sí, yo creo que realmente no hubiera alcanzado ni su inteligencia ni su serenidad si no hubiera tenido el accidente. Creo que la película está llena de esas contradicciones. Era arrollador y vital.

P. ¿Y usted qué cree que hubiera hecho en el lugar de Ramón?

R. Yo no soy como Ramón, y estoy casi seguro de que no me hubiera suicidado. Me hubiera quedado en la cama, para siempre.

Alejandro Amenábar, el miércoles en Madrid.
Alejandro Amenábar, el miércoles en Madrid.RICARDO GUTIÉRREZ

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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